lunes, 13 de mayo de 2013

LA MONJA ALFÉREZ


Sala: Teatro María Guerrero Autor: Domingo Miras Director: Juan Carlos Rubio Intérpretes: Ramón Barea, Carmen Conesa, Nuria González, Mar del Hoyo, Cristina Marcos, José Luis Martínez, Daniel Muriel, Martiño Rivas, Ángel Ruiz, etc. Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Primera escena en el camarote. Todo un poco En Flandes se ha puesto el sol.
Alguna vez leí que atribuían a Lenin aquello de que hay dos tipos de errores. Error tipo uno: "Dos más dos son cinco". Error tipo dos: "Dos más dos son un candelabro". Qué les voy a explicar, la fórmula lo dice todo.

Les contaba el otro día que el Godot de Sanzol en el Valle-Inclán no me gustó nada. Bueno, es un error de dos más dos, cinco. Nada que objetar al texto, nada que objetar al director. Sin embargo, montar esto en un teatro nacional es un candelabro. No pongo en duda que Domingo Miras tenga sobrados méritos para ser representado en el María Guerrero. Pero si los tiene, se deben sin duda a otros textos. Escribí hace poco que La chunga era una cosa más vieja que la tos. Esto es más viejo que la madre de la tos. No me refiero a la fecha de creación (1986), sino al enfoque. ¿Hay que rememorar un personaje histórico? Pues toma biografía empaquetada en casi dos horas. ¿Que ni en dos horas cabe? Pues nos saltamos la más antigua de las verdades de Perogrullo del teatro (el teatro es acción, no narración), y cada vez que toque un lance un poco largo, que lo cuente alguien. Y ya puestos, sumemos un narrador que rellene los huecos. Soporífero.

Aquí la tienen, la propia
Catalina de Erauso.
Eso, respecto a la forma. Respecto al fondo, hay para seguir bostezando. Tomen un bombón de personaje del calibre de una mujer que, allá por el siglo XVII, decide comportarse como un hombre. Pónganse ustedes a escribir después de todo eso que se ha ido llamando derechos de la mujer, cuestión femenina, liberación de la mujer, feminismo... y hasta enfoque de género. Y decidan que todo les da igual, y que lo que les apetece es escribir una biografía de las de verdad, hala, de las de antes: que si fue, y mató, y volvió, y se encontró, y luego vio al otro, y tal, y tal, y tal. Ni rastro de una mirada que pudiera datarse, pongamos, después de 1950.

En fin, un texto trillado en el fondo, aburrido en la forma e imposible de representar sin dormir a las butacas. Me parece que llevaba más de veinticinco años sin estrenar. Si es así, no debería extrañarle a nadie. Pero para terminar este apartado, prefiero dejar que hable el propio autor, en entrevista al CDN.

Pregunta: Quizá por la misma razón ha dicho que su teatro es más para ser leído que representado. Respuesta: Por lo menos hasta ahora, los que lo han leído tienen mejor impresión que los que lo han visto. Sobre todo los profesores de universidad.

Pocas veces habrán visto mostrar tanta lucidez a nadie sobre su propia obra. Lo que he dicho yo en los párrafos anteriores se queda en nada al lado de esto. Vamos, que es mejor leerlo, y además les gusta a los profesores de universidad. Sin comentarios. Pasemos a otra cosa.

Encargarle esto a un director de escena es hacerle un flaco favor. Supongo que, enfrentado al texto, se habrá dicho "algo que habrá que hacer". Y ha optado por poner hasta el neperiano (si es usted nuevo en el blog, siga este enlace para enterarse de qué hablo). Como me resulta imposible redactar de forma coherente el amontonamiento incoherente de elementos, he optado por un resumen. Ahí va, échenle paciencia.


La escena del convento. Comedia de monjas.
Escena en un camarote de barco (foto de más arriba). Realismo. Catalina (1) es Carmen Conesa. Empiezan a hablar, y temo lo peor: En Flandes se ha puesto el sol. Flashback. Se abre el camarote por la mitad, cada mitad se va por su lado, y lo que queda es (pasmo) una especie de entrada al circo, con el cartelón superior rodeado de bombillas, como mandan los cánones (los cánones de Moulin Rouge version 1952 o, mejor, Carnivale). Escena en el convento. Catalina (2) es Mar del Hoyo. Otra función distinta: adiós a Flandes, toca (hablando de tocas, me encantan las de Cristina Marcos) humor blanco de monjas, más Melocotón en almíbar o Luis Lucia que Entre tinieblas, claro. Dios mío, hay narrador. Ramón Barea (pobre), que se supone que sigue leyendo las memorias de la heroína en el camarote del principio, escondido abajo a la derecha del cartel de circo. Engañoso alivio transitorio: la escena funciona. Funciona, luego resultará evidente, porque la sacan adelante Cristina Marcos, Nuria González y Mar del Hoyo. 

Escena en Chile. Los tres mosqueteros.
Al fondo, la entrada al circo de Carnivale.
A la izquierda, la sombra de la cruz de
Beckett o el honor de Dios.
Escena en Chile (creo). Catalina (3) es Martiño Rivas (sí, muy guapo, pero más verde que un pino verde; a este chico le queda camino por recorrer) y está acogida a sagrado en un convento, porque ya va matando por ahí a quien le busque las cosquillas. Otra función distinta: más bien hacia Los tres mosqueteros (la de Gene Kelly), si no fuera porque el fraile (pobre Ángel Ruiz) está en otra función distinta (entre El jovencito Frankenstein y Jeromín) y la gran cruz colgada en lo alto en otra función distinta (Beckett o el honor de Dios, por ejemplo). Al final de la escena, Catalina (o sea, Manu) nos narra lo que acaba de perpetrar en una correría fuera del convento (mata más gente, incluido su propio hermano). Como ya estamos todos hasta el moño de narraciones (y queda más de una hora de función), feliz idea: se abre el telón rojo de la entrada del circo y se proyecta el lance en sombras chinescas. Como lo oyen. Sobre una pantalla lisa y pura, pantallazo central como en el cole. Feo, y de otra función distinta, tan mala que no encuentro referente. 

Escena en los Andes. Topos del sufrimiento en los
vastos espacios de las Indias. Hasta que llega el
humo y la cruz se ilumina, y ya no sabemos ni
dónde estamos. 
Escena atravesando los Andes hacia Tucumán. Catalina (4) es Cristina Ramos. En alguna de los momentos de transición, aparecen los figurantes en función de utileros, que están, a la vez, en otras dos funciones distintas: Piratas del Caribe (vestuario) y El mayor espectáculo del mundo (volatines). Ahora que lo pienso, hay precedente: El temible burlón. Otra función distinta: la cruz se tumba en el suelo, desprende luz, entra el humo. Catalina (o sea, Cristina Marcos) vive un calvario agónico de frío, hambre y agotamiento. Pero hace equilibrios sobre la cruz tumbada. Ahora estamos casi conceptuales, cuando la cruz de nuevo en pie, e invertida, es un árbol. ¿Querrá decir algo?, nos pregunta nuestro lado de exégeta. No, nos responde nuestro lado sensato, no quiere decir nada. No me pregunten cómo, pero a pesar de todo eso, y de la plasta de texto, Marcos sale airosa. La cruz la ha puesto en pie un otomano de la guardia de la Sublime Puerta (se quita la camisa de pirata del caribe y el efecto es ése) que viene de otra función distinta (Los pescadores de perlas). En el momento de mayor dramatismo, zas, cambio de iluminación, y vemos perfectamente el decorado circense, que viene al pelo para destrozar lo que Marcos estaba intentando hacer. 

Escena en La Paz. Catalina (5) es Nuria González. Aparece una mujer que huye de la venganza de su marido, y que, al entrar, le pega un golpe al muerto de la escena anterior, para recordarle que tiene que salir. Éste lo recuerda y sale. Es un ademán de otra función distinta, hasta ahora el tono no permitía esas licencias. Catalina (o sea, Nuria González) requiebra a la señora y le asegura su ayuda. Llaman a la puerta del convento, que está detrás. Se abre el torno. Dentro está la cabeza de una monja (pobre Ángel Ruiz) embutida en un prisma que (supongo) figura el espacio interior del torno (pasmo). La escena ha vuelto más o menos a Los tres mosqueteros, pero la monja es prima del fraile que estaba en El jovencito Frankenstein. Cuando sale del convento lleva puesto el prisma en la cabeza (pasmo). Entre tanto, la mujer ha narrado (no faltaba más, no se imaginan la cantidad de cosas que se han narrado ya) una escena de "cielos, mi marido" que mima con la ayuda de un figurante-amante y (oh pasmo de los pasmos) con Dani Muriel, que hace una gloriosa entrada desde otra función distinta (La venganza de Don Mendo - Monty Pithon - Martes y Trece) incluido apuñalamiento múltiple del amante a cámara rápida, que recuerda a Miriam Díaz-Aroca en Tacones lejanos. Además mueve la boca acompañando el texto que su mujer declama. Inenarrable. Lo siento, ya no hay fotos de las escenas que quedan.

Escena en Cuzco. Catalina (6) es Ángel Ruiz. El bar está por la derecha en otra función distintaCurro Jiménez en el siglo XVII. Por la izquierda, roza Mad Max, gracias al atavío de el Cid, un matón que por allí anda. Quizá para aligerar el tostón insoportable de la narración (otra vez) de las hazañas de Catalina (o sea, Ángel Ruiz), y por si faltara heterogeneidad, sus tres compañeros de juego introducen una novedad de otra función distinta: hacen simultáneamente los mismos movimientos (ahora me suena que hay detalles de este tipo en los citados Tres mosqueteros, pero no estoy seguro). Ruiz pone realmente todo lo que está en su mano por hacer pasar el trago.

Escena en Huamanga. Catalina (7) es Daniel Muriel. En el preámbulo de los amanerados clérigos, Martiño Rivas sirve vino en una copa que, abandonada a su bola, se sostiene sola en el aire (pasmo, miradas entre los espectadores en las filas de delante). La otra función distinta de este ratito es La jaula de las locasEl obispo ofrece asilo a Catalina (o sea, a Daniel Muriel) y le suelta una arenga para que se arrepienta de sus fechorías. Aquí hay unos pocos minutos de teatro gracias a Ángel Ruiz. Pero, para que no duren demasiado, zas, otra función distintaVértigo. Sobre la arrepentida Catalina se proyecta la consabida espiral giratoria. La escena incluye la grotesca irrupción de una dueña vestida como para la rechifla de una despedida de soltero, y la de Muriel de monja. No sé si me siguen. Es un hombre que hace de mujer vestida de hombre, hasta que en este momento es un hombre que hace de mujer vestida de mujer. Sólo que parece un hombre mal vestido de mujer en la fiesta de Nochevieja.

Escena en Roma. Catalina (7) es José Luis Martínez. Aquí hay cardenal y papa (ambos mujeres), trampilla, elevador y superefecto de vestuario. Cuando el papa (papisa) ataviado con la enorme túnica en que se han convertido las cortinas de entrada al circo (se lo juro) se eleva en el aire de otra función distinta y es dramáticamente iluminado... ya no sé qué decirles, se me agota la capacidad de analogía. Me pasa por la cabeza Dune, la materialización de la diosa sangrienta de True Blood... y no sé qué más, pero entiendan cómo tengo el cerebro después de contar todo esto. También hay desmaterialización. El papa y el cardenal nos dan la espalda y se alejan. Por el camino, alguien le pone al segundo una capa entre Las amistades peligrosas y El fantasma de la ópera. Cuando el papa se gira a mirarnos y retira su mano del hombro de su compañero, pof, la capa cae al suelo: el cardenal ya no está dentro. Creo que es el momento de decirles que los créditos incluyen un asesor de magia. Como lo oyen. 

Escena final. Catalina es otra vez Carmen Conesa (1), qué descanso. Vuelta a En Flandes se ha puesto el sol. Gran derroche de imaginación: en el rótulo circense de lo alto se tapa una ene y leemos "La mona alférez", para introducir el parlamento de la protagonista, que se queja exactamente de ser una mona de feria. Cuánta sutileza. Ahí se nos confirma a todos la hipótesis de que el toque escenográfico circense que la pobre función ha tenido que soportar durante ciento diez minutos, como un Cristo soportaría dos pistolas, se justifica por esto. Fin.





Que conste que que les he largado sólo un resumen, y que me dejo unos cuantos millones de cosas más: proyecciones de crepúsculos y cielos estrellados (estrellados en los dos sentidos del término), enormes velas al viento, pañuelos de prestidigitador que se inmiscuyen en un diálogo...

Se salvan de este naufragio casi todos los actores -ya hemos citado la excepción- que ciertamente trabajan como condenados por sacar la cosa adelante. Es tremendo ver en tal pastel a gente a la que aprecio tanto como a Cristina Marcos, Ramón Barea, Ángel Ruiz, Daniel Muriel, Nuria González o Carmen Conesa. Mi función estaba muy floja de público. Se oían comentarios airados a la salida (ya saben que me gusta poner la oreja). Y esto tiene que tirar hasta el 2 de junio. Para que no me acusen de sectario, les dejo más abajo los enlaces a otras críticas. En general, ha sido más benévola la crítica en papel que la digital. Curioso.
P.J.L. Domínguez


P.S. (del 10 de junio): la vida es perfecta a veces. Habrán leído ahí arriba que no tenía referencia para la elevación del papa. Ya la tengo: la canción moldava del Festival de Eurovisión. Vayan al 3'40''.



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