Sala: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa) Autor: Juan Carlos Rubio Director: Ignacio García Intérpretes: Alejandro Calvo y Aurora Cano Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Aurora Cano y Alejandro Calvo.
El texto tiene sus más y sus menos. Entre sus más, la creación de dos personajes que resultan entrañables por momentos, a pesar de la evidente monstruosidad de la situación. Ella, desde luego. Pero incluso él, cuya deformidad moral parece inasequible al desaliento, deja ver al fondo a un pobre hombre desvalido. Otro acierto: el castellano que hablan estos dos supuestos ciudadanos norteamericanos parece constantemente una traducción del inglés, llena de esos calcos tan molestos cuando, efectivamente, oímos una traducción. "¿Lo hice? / Lo hiciste"; "¡Oh, Dios!"; "¿Lo sabes, verdad? / "Sí, lo sé"; "Es taaaan hermoso". Aquí provoca un curioso efecto de verosimilitud.
La pega más seria es que el desarrollo dramático da justito justito para la hora que dura la función. Desde el momento en que se desvela explícitamente -ya se sospechaba antes- qué rayos hacen estos dos en el desierto, y hasta el final, no ocurre nada más que el progresivo y previsible agrietamiento de las convicciones de la esposa. En fin, poca chicha.
Dirigirla era, por tanto, un reto, y no creo que se pueda hacer mejor de lo que lo ha hecho Ignacio García, que salva el espectáculo. Con un texto que avanza poco no hay más remedio que introducir elementos que faciliten el avance, y el peligro es siempre exagerar. Aquí todo ayuda. Proyecciones, las justas y necesarias. Artificios escénicos, poquitos y bien medidos: están muy bien las escenas congeladas, entre oscuro y oscuro, que nos presentan a los dos personajes en todo tipo de variaciones posturales y que dan idea del lento paso del tiempo en medio del secarral achicharrado por el sol.
Estrepitosamente bien puesta la música. No en vano Ignacio García tiene un curriculum (que encontrarán en la página 18 de este documento) que incluye numerosos trabajos de teatro musical. Ha colaborado también con otros directores de escena, aportando la música. Aquí le ha otorgado un papel fundamental: las canciones americanas de la época dorada introducen un elemento contrastante de gran riqueza expresiva y, además, dulcifican la percepción de los monstruos. Es como si viéramos el lado A y el lado B de un vinilo titulado U.S.A. Yo levito con You were meant for me o con Somewhat to watch over me, más si las canta Gene Kelly, supongo que les pasará lo mismo (me pide el cuerpo contarles algo sobre la historia de las dos canciones, pero me voy a refrenar). Se oyen más cosas, desde Send in the clowns (les enlazo a la mejor versión que conozco, la de Elizabeth Taylor, donde fulgura la diferencia entre cantar e interpretar, olvídense de Sinatra o de la Streisand) hasta Stars and stripes. Y música mexicana, rápidamente evitada por los gringos. Todo bien puesto, elevando la temperatura del espectáculo y dando pie a que los protagonistas canten o bailen. Algún momento lírico de excelente teatro, como cuando un micrófono baja del techo y ella canta.
Alejandro Calvo está muy bien, en una especie de Ignatius Reilly torpe y troglodita que, a pesar de ser objetivamente un peligroso maníaco, muestra también un casi tierno desamparo. Aurora Cano es un pedazo de actriz. Es-pec-ta-cu-lar. Su personaje se nutre del Readers's Digest (algún día les hablaré de mi historia de amor con el Digest) y venera al gorila de su marido. Representa uno de los arquetipos que más empatía, compasión y cercanía producen de forma automática: una persona que acepta que es tonta. Todos la queremos desde el primer ademán de sumisión. Y luego la adoramos. Cano no da punto sin puntada, con una enorme capacidad de comunicación gestual, desde los ojos hasta la punta de los dedos. Merece la pena verse la función para verla a ella.
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