lunes, 6 de mayo de 2019

ANDREA PIXELADA

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autora: Cristina Clemente Directora: Marianella Morena Intérpretes: Borja Espinosa, Àssun Planas, Mima Riera y Roser Viajosana Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Mima Riera, Borja Espinosa, Àssun Planas y Roser Vilajosana

SI VA MUY LENTO CON EXPLORER, INTÉNTELO CON CHROME


¿Esto ha salido de ese laboratorio de ideas e innovación que es la Sala Beckett? Es puritito teatro convencional. Ya saben que no tengo nada contra el teatro convencional, me encanta. Estaba viendo hoy -por placer- una grabación de RTVE de Nosotros, ellas y el duende, no les digo más. Pero no parece el género de la Beckett. Es cierto que la historia salta de la realidad a la novela que uno de los personajes está escribiendo, y regreso. Es cierto que los límites entre ambos mundos se difuminan, y que éste ilumina al otro y viceversa. Pero, a estas alturas, esto está más que digerido. No parece mucha dosis de innovación.

Dicho esto, el teatro convencional puede ser bueno o malo. Esto es malo de solemnidad. La protagonista (Roser Vilajosana) sale tan, pero tan impostada, sobreactuada, pasada de vueltas, comida por las patas por el personaje youtubero (ojo: no cuando está en pose youtube, sino también cuando va por su casa) que uno se pasa un buen rato (media hora, pensé yo; veinte minutos, dijo JM) esperando un giro radical de la historia que haga que este helicóptero desencadenado con las aspas girando en cuatro dimensiones se dé un tortazo (argumental, metateatral o lo que sea) para comenzar a parecer una persona creíble. Pero nones. Ahí se queda toda la función, hablando como si se hubiera caído de recién nacida en la olla de las anfetaminas. Y, probablemente, no es casual que Marianella Morena le haya permitido este error, que es el que las escuelas de interpretación tienen que anular en el primer trimestre del primer curso en la inmensa mayoría de los aspirantes a intérprete. Es algo que asoma la patita a menudo cuando los montajes de vanguardia (odio la terminología: ¿Prefieren "alternativo", "no convencional"...? Pongan lo que más les guste) pasan cerca o directamente desembocan -como es el caso- en teatro estándar. La interpretación realista (pongan "verosímil" si quieren) es, a menudo, prescindible cuando el eje de la función está en otro sitio. Pero esto es, casi literalmente, una sucesión de escenas de mesa camilla. O los personajes son creíbles o nos hemos caído con todo el equipo. Si quieren otro ejemplo reciente, léanse la crítica de El último rinoceronte blanco, que flojea exactamente en el mismo punto (con la diferencia de que allí lo performativo tiene un peso enorme, y el daño causado se minimiza).

Esto de la protagonista es una cuestión de relieve, pero no la única. El texto da posibilidades de matiz que la dirección ha ignorado olímpicamente. Por ahí anda perdida Àssun Planas intentando, me pareció a mí, encontrar el punto de la verosimilitud que nadie le ha transmitido. Mima Riera coloca alguna en su sitio (estuvo en aquel Caballero de Olmedo de Pasqual pero, ay, la recuerdo poco). Y a Borja Espinosa han debido de decirle que cualquier exceso es bueno. ¿Es el mismo Borja Espinosa de Las brujas de Salem? Porque aquél, bien dirigido, funcionaba de maravilla. En resumen: Andrea pixelada daría para una excelente comedia burguesa a estrenar, por ejemplo, en el Bellas Artes. Pero este intento de convertirla en lo que no es produce setenta minutos de aburrimiento por la vía del agobio.

Si se leen esta crítica de Martí Figueras verán que, en el fondo, viene a decir lo mismo: una directora empeñada en hacer del texto lo que no era.
P.J.L. Domínguez

          

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.