domingo, 26 de febrero de 2017

DEMONIOS

Sala: Teatro Galileo Autor: Lars Norén (versión de Francisco J. Uriz) Director: Julián Fuentes Reta Intérpretes: Alberto Berzal, Paola Matienzo, Ruth Díaz y David Boceta Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)

De pie, Díaz y Berzal. En el suelo, Boceta y Matienzo.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

PAREJAS EN DESCOMPOSICIÓN

Hemos visto en pocas semanas La noche de las tríbadas de Enquist dirigida por Miguel del Arco y estos Demonios que ha puesto en escena Julián Fuentes Reta. Intravenosa de teatro sueco que mueve a la conclusión de que, aunque lleve más de un siglo oficialmente muerto, Strindberg aún camina entre nosotros. Esta vivisección de dos parejas que se descomponen ante nuestros ojos parece escrita por el autor de La danza de la muerte que, de vuelta del más allá, hubiera sustituido el alcohol por cualquier droga de última generación.

    Los vecinos suben un rato a tomarse una copa y se desata la tormenta. No hay que esperar medias palabras o referencias veladas. Demonios es el reino de lo explícito, y nadie se calla lo que se le pasa por la cabeza, por violento que sea. Se entiende perfectamente el enfoque que Fuentes Reta ha querido dar –un montaje sencillo centrado en el texto- y quizá el único reproche que cabe hacer es que la interpretación se quede un poco corta. Sólo Boceta, y Berzal en los momentos más arriesgados, alcanzan la altura que tanto extremo exige. Seguramente, ganarán con el tiempo.


    La cartelera adora las casualidades: en Nave 73, Sala de juegos plantea una situación parecidísima –dos parejas sobre la cuerda floja- en una comedia dramática a medio camino entre el éxito comercial y el teatro de cámara. 

Y algunas cosillas que no cabían allí:

1.- Siempre he visto bien a Boceta, desde que era un muchacho en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (o era en la Joven?). Estaba estupendo en El público, que no sé si será lo último que ha hecho. Aquí exhibe un notable aplomo para pasar de un tipo normalito a otro que empieza a revelar todas las burradas que lleva dentro. [Mientras lo oía, y también ahora que me pongo a recordar, me preguntaba si habrá alguien que no las lleve. Me lo pregunto sinceramente, no de forma retórica] Me parece que es un actor esperando que le caiga un gran protagonista para dejarnos con la boca abierta.

Decía en la crítica en papel que Alberto Berzal alcanzaba la altura exigida en los momentos críticos, queriendo decir que es precisamente en los pasajes más complicados -cuando la cosa se va por el lado salvaje y hay un cambio de parejas- donde se crece. Le ocurría algo parecido en True west, creo recordar. Quizá se crezca en los extremos.

A ellas las vi más flojas. Matienzo monocorde, instalada en el desdén distante casi sin moverse de sitio de principio a fin (y mira que pasan cosas), y Díaz un poco corta de expresión, más entregada hacia el final, con el estímulo de Berzal a unos centímetros.

2.- Fuentes Reta es un tipo al que no hay que perder de vista. Viene, nada menos, que de Hard Candy, Cuando deje de llover y Los iluminados (que yo haya visto). Menuda colección de textos. En ese ojo que tiene se parece a David Serrano. Cada vez que veo una cosa horrible puesta en escena me pregunto si será tan difícil apreciar el la lectura las posibilidades escénicas de un texto, y termino respondiéndome invariablemente que sí. Si no, no habría tantísima gente (mucha de ella considerablemente  lista) montando estupideces. Además de esa vista para la selección de lo que monta, es un buen director de actores y me parece que tiene -dando por supuesta en alguien de su talla la capacidad de controlar los tiempos, talento central de un director-, un considerable dominio del espacio escénico. No tienen más que recordar los tres montajes mencionados más arriba para darse cuenta del peso que los aspectos escenográficos suelen tener en su trabajo.

También en este caso se dan las dos características: un texto formidable (en impecable versión de Úriz) y una escenografía (Sanz Ballesteros y Coso Marín) que no vocifera para ser notada, pero que se presta a ser usada con buen resultado. Está especialmente bien resuelto -dirección de actores, movimiento, uso del espacio- el complicado momento en el que se solapan las conversaciones de las dos parejas.

3.- Hay peli: Demoner, del 86. El que la encuentre, que levante la mano.

4.- Está muy bien verse ésta y Sala de juegos. Dos formas complementarias de estudiar lo de la situación de dos parejas.

Ah, bueno, lo más importante: yo iría a verla.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 23 de febrero de 2017

LAS BODAS DE FÍGARO

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Caron de Beaumarchais (versión de Pau Miró) Director: Fabià Puigserver (montaje original) y Lluís Homar (reposición) Intérpretes: Manel Barceló, Marcel Borrás, Oreig Canela, Joan Carreras, Oriol Genís, Mónica López, Eduard Muntada, Victoria Pagès, Albert Pérez, Diana Torné, Aina Sánches, Óscar Valsecchi y Pau Vinayals Duración: 2.50' (entreacto de 10 minutos)
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

EL XVIII AÚN RESPIRA

A estas alturas del cinismo, en el milenio de las ilusiones truncadas, ¿podemos seguir tronchándonos con una trama de hombres que se esconden bajo la cama o saltan por la ventana y de mujeres que se defienden a base de tretas de tocador? La fantástica versión de Las bodas de Fígaro que Puigserver montó hace cuarenta años y que Lluís Homar ha remontado muestra que el XVIII aún respira. Todo –la escenografía de Lladó, el vestuario de Olivar- se combina y casa admirablemente para que la ligereza de la trama pase como de puntillas, y las casi tres horas transcurran livianas.

    Pero es sobre todo el trabajo interpretativo el que hace de estas Bodas una fiesta del teatro. Marcel Borrás es un Fígaro que se hace querer, como demanda el personaje, y brilla en un larguísimo monólogo en proscenio que podía terminar en catástrofe. Todos los demás son profundamente creíbles, del pasmo de Joan Carreras a los sobresaltos de Mónica López; del candor malicioso de Aina Sánchez al dominio absoluto del estereotipo de Oriol Genís y de Pau Vinyals.


    El Teatre Lliure tiene, además de ésta, otra producción en cartel en Madrid: Mujer no reeducable. Miriam Iscla dirigida por Lluis Pasqual, en el Español. Un prodigio que da esa mágicamente falsa sensación de simplicidad que tanto cuesta alcanzar. 
P.J.L. Domínguez
          

MOTEL OH!

Sala: Nave 73 Autor y director: Félix Estaire Intérpretes: Joseba Priego, Marta Morujo, Álvaro Moreno y Maribel Per Duración: 1.30'
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Resulta que este motel no es un hotelito, sino un Otelito. Una versión de Otelo, vamos. Una versión que ni va ni viene y que justito si por el camino entretiene. [Lo que sigue es un spoiler, advertidos quedan] Poquito queda del original: el moro no la mata, ya me dirán ustedes lo que puede sobrevivir de la esencia de la obra. Resulta que la mujer de Yago (que aquí no se llama Emilia, sino Lía) se arrepiente y destapa el pastel. Por cierto, un arrepentimiento sin la menor gradación/explicación, ni en el texto ni en la interpretación (se parece en esto a El test, que vi hace meses y de la que no les he hablado de la pereza que me daba). Hay un intento de combinar la retórica shakespeariana con un lirismo de cosecha propia donde a veces hay un aroma casi lorquiano y asoma la patita hasta Valle (hay una cara de plata, creo recordar), y algunos tímidos destellos de canallismo motero. Una extraña insistencia en la arena en los bolsillos. En fin, una cosa a la que yo no le encontré ni pies ni cabeza, mucha heteregoneidad que no acaba de cuajar.

Muy justita de dirección e interpretación. Unas canciones en directo que parecen estar ahí para ambientar el moterismo y el motelismo, pero que poco pintan. Me dicen que Estaire ha dirigido muy bien el remontaje de Miguel de Molina al desnudo, pero este Shakespeare pasado por la trituradora y aderezado a las varias hierbas es perfectamente prescindible.
P.J.L. Domínguez
          

martes, 21 de febrero de 2017

EL CARTÓGRAFO

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor y director: Juan Mayorga Intérpretes: Blanca Portillo y José Luis García-Pérez Duración: 2.05'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

PARADOJAS

El teatro es el territorio de las paradojas entre la verdad y la ficción, campo de batalla de lo real, lo posible y lo verosímil. Diderot habló del actor que es capaz de desatar con más intensidad las emociones del espectador cuanto más domina las propias y lo llamó así: paradoja. Juan Mayorga, José Luis García-Pérez y Blanca Portillo protagonizan otra: precisamente cuando –ante la inmensidad del horror que un personaje de doce años debe describir- interrumpen la representación, llega el momento más intensamente teatral y hermoso de toda la función. Merecería la pena verla sólo por eso.

    Como en Reikiavik, el pasado se revisita obsesivamente. Como en Reikiavik, dos intérpretes van saltando de uno a otro personaje. Sin alcanzar esa cumbre, El cartógrafo es un interesante ejercicio que suma una trama hábilmente estructurada –tanto en el troceado de la peripecia como en el reparto de papeles- y una puesta en escena reducida a lo esencial. No hubiera sido posible contar tanto con tan poco sin la iluminación de Gómez Cornejo. Que Portillo hace lo que quiere dando esa maravillosa –y errónea- sensación de que lo hace sin el menor esfuerzo, ya lo sabe todo el mundo. Me pareció que García-Pérez está quizá demasiado intenso durante demasiado tiempo, pero esto va en gustos.

Y lo que no cabía allí:

Ya saben que hay dos formas de calificar, algo que enfrentará a profesores, alumnos y padres hasta el fin de los tiempos. Los alumnos pueden recibir sus notas en estricta referencia a un ideal objetivo o de acuerdo con las capacidades de cada uno y al punto en que se halla en el proceso de mejora de su rendimiento. "¿Por qué no me has puesto un sobresaliente si estaba todo bien?" "Porque puedes hacerlo mejor". "¿Por qué lo apruebas con un cuatro y medio?" "Porque hace tres meses sacaba ceros y hay que estimularlo". El cartógrafo tiene la mala suerte de llegar después de Reikiavik, y es imposible sustraerse a la comparación. No es Reikiavik. Como dije en la crítica en papel, me ha parecido una función interesante. Cuando dos horas sentado en un teatro se pasan con facilidad, hay muchas cosas que tienen que estar bien. Pero creo que lo bueno ha sido ya resaltado por todo el mundo y voy a dedicar estas líneas a explicar por qué me parece que no llega a la altura de Reikiavik.

1.- El reto de Reikiavik era mucho mayor, porque el pasado que resucitaba es de una banalidad casi despreciable frente al horror que El cartógrafo rememora. La habilidad necesaria para conmover con la tragedia de Varsovia es evidentemente menor que la que se precisa para que el enfrentamiento entre dos ajedrecistas del pasado nos diga algo, por muy dramáticas que las partidas fueran en su género. Esto marca un abismo entre ambas piezas.

2.- A Reikiavik no se le ve ni una sola de las costuras. Me explico. A veces, el espectador se da cuenta de manera consciente de cuál es la función narrativa de lo que el dramaturgo le está colando en ese momento. Por ejemplo: un personaje le cuenta a otro los antecedentes de la situación, pero el espectador se percata de que es el destinatario real de toda esa información. Este ejemplo concreto se da hasta en las mejores familias, incluidos Lope o Shakespeare. Puede hacerse bien o mal, la atención puede verse desviada con mayor o menor intensidad de lo narrado a la forma de narrar, pero –en la mayoría de los casos- este desdoblamiento del perceptor en alguien que disfruta de lo que ocurre y en otro alguien que analiza el procedimiento narrativo no es deseable. El riesgo es cargarse la verosimilitud, porque se ve la tramoya, como cuando Langa hacía de Drácula y se escondía tras el sofá para desaparecer, pero se le veía un poquito (en mi vida me he reído más a gusto). A esto me refiero con lo de que se vean las costuras. He dicho más arriba “en la mayoría de los casos”, primero porque la edad me va enseñando que es más prudente no enunciar leyes generales. Pero, además, porque a veces –con formas no convencionales- se dan grandes festivales de la forma y el fondo cantando a dúo, objetos narrativos que producen placer estético por ambos lados en un grandioso efecto estereofónico. Me vienen a la cabeza Pandur, La cocina o Danzad malditos, tres ejemplos en los que ese goce duplicado -el primario que la narración produce más el secundario de apreciar simultáneamente los artificios formales que pedalean para que la bici no se caiga- no se debe al texto, sino a otros elementos. Hay también, aunque sean menos frecuentes, ejemplos en los que la complejidad del texto ya es capaz  por sí sola de producir tal efecto. Me vienen a la memoria los grandes textos surrealistas de Lorca o las estructuras formales que Ionesco, Beckett y Pinter construyen con livianos ecos y resonancias. Pero volvamos al grano, que me voy por los atajos. 

A El cartógrafo se le ve una costura. La protagonista se entrega al estudio de una anécdota del pasado con tal ahínco que había que justificar su desapego respecto al presente y, en particular, respecto a su marido. Modestamente, yo creo que se ha exagerado el tiro.


ATENCIÓN, SPOILER

El recurso es el más devastador de los planteables: la muerte de una hija. Es de tal envergadura que, al menos por un momento, hace sombra a la línea principal y parece demandar un desarrollo para el que no hay sitio. Me viene bien la comparación con Invencible. También allí salta el niño muerto alejado de la trama presente, pero cumpliendo una función fundamental en el carácter del texto: la de sembrar la confusión respecto a su género (hasta ese momento el espectador puede estar pensando que se trata de una comedieta ligera). Esto es un dramón tremendo, la súbita revelación de esa muerte parece querer competir con la tragedia histórica, y me parece, aunque esto es pura subjetividad, que se hubiera notado menos el procedimiento (la costura) con cualquier otro recurso.

3.- Portillo y Sarachu, tanto monta. Pero García-Pérez no esta aquí a la altura de Albaladejo. Y que conste que cualquiera que lo viera en Viejos tiempos Diario de un loco sabe que es un formidable actor. Portillo no lo dirigió bien en el Don Juan Tenorio y, me temo, tampoco Mayorga ha encontrado la tecla adecuada. En una función de dos horas hay que relajarse un poco en algún momento.

No olviden lo principal: El cartógrafo merece la pena.

P.J.L. Domínguez
          

miércoles, 15 de febrero de 2017

CONSTELACIONES FAMILIARES

Sala: Teatro del Arte Autor y director: Iván Bilbao Intérpretes: Chos, Klaus, Olivia Baglivi, Alba Celma y Fede Rey Duración: 1.15'
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Fede Rey y Klaus. La foto no corresponde al montaje en el Teatro del Arte.
Me gustó bastante Brotada, otra de las piezas que forman trilogía junto a ésta, así que me fui al Teatro del Arte esperando lo mejor. Había visto unas fotos estupendas (que no sé de quién son) circulando por el ciberespacio.

Nada que ver. Brotada, para empezar, estaba mejor escrita. Constelaciones familiares tiene su gracia en el planteamiento de una familia completamente descacharrada, pero se pierde en el detalle de brocha gorda. Habría que pasarle un poco la lija y ganaría, porque el dibujo general, el arco dramático diríamos poniéndonos pedantes -cómo mola ponerse pedante- está bien. Sin embargo, demasiada insistencia en la exageración gratuita. Mucho "mamá deja la cocaína" o "me voy a cagar". Acaba distrayendo de lo fundamental, como si el autor hubiera buscado un sainete de risa tonta.

Eso no es lo peor, porque el texto no es brillante, pero tiene remisión. La dirección no malgasta ni una oportunidad de perderse en una curva. No hay ni una transición que no cante peteneras en su torpeza. Las interpretaciones, francamente mejorables. Si el director no fuera el mismo de Brotada estaría escribiendo aquí que no los ha dirigido nadie. En fin, todo mal. Klaus coloca algunas frases y se salva Fede Rey, que tiene el suficiente oficio o instinto (o ambas cosas) para salir bien parado gran parte del tiempo.

Hay algún momentito que no está mal (música y coreografía, la escena en dos planos delante y detrás de la cortina...), pero que no la hace menos prescindible. Para ponerla a la altura de Brotada (con la que tiene nexo argumental) queda mucho trabajo.
P.J.L. Domínguez
          

jueves, 9 de febrero de 2017

INTEMPERIE

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autora: Cristina Redondo Directora: Laura Ortega Intérpretes: Andrea Trepat y Juan Trueba Duración: 1.10'
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No encuentro nada que dé mejor idea de la escenografía. En mi función él ya no llevaba barba,
Me temo que no había nada que hacer con el texto. Puede salvarse el merodeo en torno a alguno de los personajes ausentes (el tío está delineado de forma atractivamente borrosa), pero poco más. Queda muy amanerada la repetición de un inicio de escena que después se desarrolla de tres maneras distintas, algo que hemos visto otras veces con algún sentido dramatúrgico (por ejemplo: lo que cada personaje recuerda o ha entendido), pero que aquí es puro artificio. Especialmente cargantes las tres conversaciones telefónicas en las que ella dice lo mismo en inglés, francés e italiano. ¿Para qué? [Observación de crítico insufrible: una conversación en italiano no se despide jamás con un addio, a no ser que una sea Violetta Valery]. De cualquier modo, todo esto son pegas menores ante un pecado mortal que el texto arrastra, y que lo invalida completamente. Durante una hora, un hermano reprocha a su hermana que lleve trece años alejada de la familia. Le pregunta insistentemente por el motivo. Todo normal, si su hermana se larga de casa sin decir ni pío y no vuelve a tener noticias de ella hasta trece años después, estará usted levemente mosqueado y dolido, seguro que le pide explicaciones. Pues bien, tras esa hora larga, pongamos en los últimos cinco minutos, se destapa el pastel. ¿Saben por qué se largó la hermana?


ATENCIÓN, SPOILER

Pues no lo voy a decir con todas las letras, por si es posible no arruinar completamente la trama a alguien que vaya a ir y que cometa el error de leer este párrafo a pesar del aviso. La hermana se va por culpa directa, grave y estrepitosa del mismo hermano que le está preguntando por qué se fue. Vaya armazón dramatúrgico. Es tan evidente la cosa que la sinopsis colgada en la página del teatro dice "Jhonny parece que no recuerda nada, tal vez ni siquiera supo que aquello no estaba bien". "Parece que no recuerda nada" porque la autora ha escrito esto sin la menor verosimilitud y "tal vez no supo que aquello no estaba bien", pero ahora que tiene treinta años lo sabe perfectamente. Un desastre de trama.

¿Era posible otro enfoque? Claro. Era posible un enfoque en el que la culpa del hermano fuera evidente. No sólo: tendría que ser uno de los pilares dramatúrgicos, junto con el resquemor de la hermana y -no obstante- el amor que se profesan. Ahí está el conflicto. Pero era dificilísimo mantener esa conversación durante una hora sin deshacer lo que es evidente que estaba en la intención de la autora desde el primer momento: la revelación final del secreto. Ahí estaba el reto.

Los intérpretes, muy flojos. Algo mejor ella. Lo único que se salva de la función es la iluminación de Daniel Alcaraz Bonmatí, imaginativa y funcional. 
P.J.L. Domínguez
          

domingo, 5 de febrero de 2017

LOS GONDRA (una historia vasca)

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Borja Ortiz de Gondra Director: Josep Maria Mestres Intérpretes: Marcial Álvarez, Sonsoles Benedicto, María Hervás, Iker Lastra, Borja Ortiz de Gondra, Francisco Ortiz, Juan Pastor Millet, Pepa Pedroche, Victoria Salvador, Cecilia Solaguren y José Tomé Duración: 1.40'
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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

EXPLICAR EL SUFRIMIENTO

Además de las que llamamos básicas, los seres humanos tenemos otras necesidades, como la de comprender lo que nos rodea y ubicar nuestra identidad. Llevo años diciéndome que el drama de los vascos ha producido una cantidad anormalmente escasa de ficción (cine, literatura, teatro) para explicar tanto sufrimiento, pero parece que los diques se abren.

    Ortiz de Gondra ha escrito una saga familiar invertida –el tiempo corre hacia atrás- con la solidez del teatro clásico americano. Un realismo –casi un hiperrealismo- de fidelidad aplastante en el que están todos: los que disparaban y los que caían; los de Franco y los de la República; los carlistas y los liberales; sí. Pero también la tía monja, el pelotari, las madres pétreas, el cura. Los intérpretes intercalan frases en euskera, cantan folklore popular, bailan… El efecto es el de asomarse a un balcón desde el que vemos Algorta. El coqueteo constante con la autoficción, que obliga al espectador a preguntarse cuánto hay de cierto en el relato, subraya este carácter de teatro-realidad.


    Mestres se ha permitido las licencias justas –alguna coreografía, las proyecciones- para oxigenar el relato y ha contado con un estupendo elenco que me gustaría mencionar en su totalidad. Sólo tengo espacio para destacar a Victoria Salvador, una mujer que no desperdicia una sola mirada.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- Con la violencia pasa exactamente lo contrario que con la libertad de expresión. En cuanto a libertades, las mías - y las de los míos- son sencillísimas de entender: debemos poder decir lo que nos pase por la gorra. Eso sí, cuidadito con la libertad ajena, a ver si van a creer que pueden decir cosas molestas. La violencia es al revés: la ajena la entendemos perfectamente, la propia es complicadísima. Todos tenemos las cosas meridianamente claras respecto a la violencia en Colombia, en Irlanda del Norte o en la Cochinchina, son temas de conversación aptos para cualquier cena sin peligro de provocar roces. Ahora bien, intente aplicar los mismos principios de sentido común a la violencia en casa, y ya verá la que se monta. Durante bastante tiempo, el pavor a verse acusado de connivencia o equidistacia limitó la opinión o la recreación artística a repetir gritos de ordenanza y condenas. Ahora que las pistolas han callado y que hemos recuperado cierta tranquilidad, parece difícil de creer que hace nada preguntarse por las causas del terrorismo pudiera acarrear el reproche de querer justificarlo, como si el doctor Koch, al investigar sobre el bacilo de la tuberculosis, se hubiera revelado un peligroso partidario de la enfermedad. La gente se veía obligada a decir cosas tan peregrinas como que montaba Los justos contra ETA. Tristes los tiempos condenados a repetir lo obvio, dijo alguien, (perdiendo de vista que los tiempos han sido siempre igual de tristes). Repitamos lo obvio: para cambiar lo que no nos gusta, sea la tuberculosis, las toses en el teatro o el hecho de que haya gente que se hace saltar por los aires con un cinturón de explosivos, los seres humanos tenemos una ventaja sobre otras especies, y es que podemos reflexionar sobre las causas para intentar atajarlas. ¿Quiere eso decir que estemos justificando el comportamiento del bacilo de Koch, del señor que tose o del terrorista? Es un reduccionismo en el que no cae ni un párvulo medianamente inteligente.

Estamos saturados de todo tipo de creaciones (cine, teatro, novela, hasta tebeos) que se plantean una y otra vez la violencia nazi. Me decía alguien el viernes que está la cartelera saturada (Último tren a Treblinka, ¿Quién te cierra los ojos?El cartógrafo...). Algo que, afortunadamente, sólo nos tocó de refilón (el horrendo refilón de Gernika, por ejemplo) y hace nada menos que setenta años. También nos inunda periódicamente el conflicto palestino (Tierra del fuego, Masked...), que nos ha hecho menos daño directo aún que la locura nazi. En comparación, y teniendo en cuenta además la cercanía temporal y afectiva, la cantidad de ficción producida por la violencia del terrorismo vasco es anormalmente baja. ¿Por qué? Puro miedo. Primero, desde luego, miedo a las pistolas. Y después -miedo de otra índole, claro está, pero miedo- a quienes pretendían tapar la reflexión con las consignas. ¿Se estará produciendo el deshielo? Me han prestado Patria, que me espera encima del piano, y creo que me atreveré con ella, porque todo el mundo me cuenta maravillas. Pero sigo arrastrando la prevención -han sido muchos años oscuros- de encontrarme con un maniqueísmo estéril que nada me enseñe. Como cuando la Portillo nos reveló que Don Juan era un canalla. Me perdí por ese miedo ridículo La mirada del otro, así que nunca sabré si mereció la pena. Y me fui a ver Los Gondra con el mismo miedo. Pero toma: Los Gondra no dice "mira qué malo éste", no repite obviedades ni da lecciones de ética elemental. Como ha hecho el teatro siempre, muestra, retrata, enciende un foco sobre la realidad, y se fía del buen juicio del espectador, que ya es mayorcito para sacar sus conclusiones. Les parecerá quizá un mérito menor, pero no es así. Sobre todo si uno es de allá, y sabe que tiene todos los números para molestar a éstos, a aquéllos y a los de más allá.

2.-  Realismo americano, sí. Estas cuestiones de estilo son muy difíciles de reducir a palabras, no sabría explicarlo con claridad. Los americanos se pirran por este tipo de escenas de la vida familiar, tanto da si la familia es un modelo edulcorado o la disfuncionalidad hecha carne. Vale para Agosto y Los Walton; para Qué bello es vivir y Todos eran sus hijos. Si me apuran, hasta para Los tuyos, los míos y los nuestros y La gata sobre el tejado de zinc. Es menos habitual entre nosotros, que en seguida tendemos hacia cualquier extremo: el sainete o el dramón. El realismo parece una tontuna cuando uno lo ve bien hecho, pero no es tal. Es una bonita complicación la de mantenerse firme en ese equilibrio. Viene a ser la finta que se ha cascado Ciudadanos este fin de semana para definir lo que consideran centro (liberal-progresismo, creo que lo han llamado), pero con el pequeño requisito, que a la política hemos dejado de exigirle, de la verosimilitud. Mestres ha hecho bien en rodear este realismo con una escenografía no realista (exceptuada la chimenea en el caserío). El vestuario (Gabriela Salaverri Solana) se basta para sustentar la intención de reconstrucción (qué bonito detalle el del pantalón del pelotari sin trabillas), pero el contrapeso de la escenografía (Clara Notari) contribuye a esquivar la arquelogía. Otro elemento no desdeñable en la construcción del realismo es el uso esporádico del euskera, un logro técnico admirable que ha debido de costar lo suyo. Les garantizo que hablan un vizcaíno impecable.

[Nota estratégica: realismo americano y tema vasco. Donde habría que montar esto es en Idaho, igual arrasa] 

3.- Temí lo peor cuando el autor salió a escena al comienzo. "Como Rubio en Las heridas del viento", pensé. Allí sobraba, pero tampoco llegaba a molestar, porque era un breve parlamento inicial. Aquí ayuda, no es arbitrario. Se desarrolla después (el autor vuelve a salir as himself, y hasta tiene un diálogo con su madre, representada por Sonsoles Benedicto) y abona la confusión del espectador respecto a cuánto hay de literalmente autobiográfico y de historia de la familia del autor en la pieza. ¿Es Bosco la traslación de Borja? Poco importa a la hora de juzgar el resultado, pero es verdad que da vidilla emocional. Ahora, estas cosas se llaman autoficción.

4.- Los actores se multiplican en varios papeles cada uno. Todos muy bien encajados, excepto el de María Hervás como la joven radical. No es un problema de la actriz, cuya capacidad pude calibrar a distancia de un metro en aquella brillante idea que fue Amnesia. Simplemente, el trabajo de intérprete y director no ha dado con un registro coherente con el resto del grupo. Es la única pega seria del montaje. De los demás, me gustaron mucho Juan Pastor y José Tomé, además de la excelente Sonsoles Benedicto (¡qué monja hablando euskera!) y Pepa Pedroche, a la que no monto un club de fans porque no me da la jornada. Ninguno de los demás desmerece pero, como decía en la crítica en papel, he descubierto a Victoria Salvador. Me gustó en Sofía, pero no llegué a sondear esta profundidad. Espectaculares tanto la Nuria de 1985 como la Isabel de 1940. Esta última, con el pelo recogido y unos amplios pantalones salidos de cualquier película americana de la época, me iba recordando alternativamente a Barbara Stanwyck, a la Bergmann y a Hanna Schygulla. Si me pongo a buscar fotos, seguro que encuentro apoyo documental a esos delirios. 

Victoria Salvador es la segunda, con los pantalones mencionados.
5.- Tonterías de crítico: iba a decir que Mesias sarritan no podía cantarse en 1898, porque se compuso más tarde, pero he estado a punto de pasarme de listo. Me dicen que está hecha alrededor de 1892.

Si van a verla, les recomiendo que se fijen bien desde el principio en los nombres de pila de los personajes, porque eso les permitirá reconocerlos cuando -a medida que la historia retrocede- salgan más jóvenes. Pero si les da pereza no se preocupen y piérdanse, la que no pierde es la historia.
P.J.L. Domínguez