domingo, 5 de marzo de 2017

SALA DE JUEGOS

Sala: Nave 73 Autor: Javier Moreno Director: Pablo Esguevillas Intérpretes: Rocío Megías, Enrique Asenjo, Roberto Drago y Geraldine Leloutre Duración: 1.00
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Ni una foto de la puesta en escena. Rocío Mejías, Enrique Asenjo, Roberto Drago y Geraldine Leloutre.
Nave 73 está haciendo una de las programaciones más interesantes de las salas pequeñas en Madrid. ¿Que cómo lo sé? La verdad es que no me las pateo todas, más que de vez en cuando. Pero estudio la cartelera con lupa todas las semanas, y termina uno por desarrollar un sistema de escaneo de la información resumida (título, autor, director, intérpretes, sinopsis) que dispara una alarma cada vez que algo destaca en el paisaje. Vale, no es infalible, no es objetivo, no es cuantificable, pero creo que funciona con los grandes números. Así como puedo decirles que la programación más atractiva de los grandes teatros de todo el país es quizá la del Lliure, diría que Nave 73 empieza a destacar en el espacio off de Madrid.

¿Quiere esto decir que los montajes son todos buenos? ¿O buenos en su mayoría? No exactamente. Veo a menudo que la labor del director / programador de un teatro se juzga por la calidad final de los títulos que ha programado. Me parece que es un error. Quienes deben ser juzgados según esa variable son los directores de escena de cada pieza. El programador termina su tarea cuando planta su propuesta en un folleto o en una página web: ahí podemos juzgar su imaginación, su capacidad de tomar el pulso a la actualidad escénica y sociocultural. Si el que recibe el encargo de desarrollar una parte de esa propuesta, la pifia, el interés que el encargo tenía a priori sigue intactoLa calidad del resultado tiene también un cierto peso relativo, pero es muy variable según el ámbito de programación. No se puede pedir el mismo porcentaje de aciertos (llamemos acierto a programar un espectáculo de planteamiento interesante y que no resulte una birria una vez puesto en escena) a un gran teatro institucional que a una pequeña sala alternativa. Cuanto más experimental es el arte, más interés tienen los procesos y menos los resultados. Pero vamos al grano de Sala de juegos, que es para lo que ustedes me leen.

Estaba retrasando publicar la entrada para que fuera una cosa un poco presentable, pero tal y como voy me temo que me arriesgo a no hacerlo hasta que la función desaparezca de la cartelera, y quería advertirles antes de que merece la pena verla. El texto tiene algo que me gusta siempre: está en equilibrio entre lo comercial y lo otro (digo lo otro, porque como les repito siempre no tenemos vocabulario decente: ¿alternativo?, ¿intelectual?, ¿teatro de creación?...). Un poco a la manera de Invencible o de El filósofo declara. Diríjanla por acá, y tendrán una pieza para representar en el Bellas Artes con público de parejas de mediana edad de las que van al teatro el sábado. Pónganla un poco más para allá, y les queda perfecta para la sala pequeña del Valle-Inclán. Sigan un poco más lejos en esa dirección, y se la compran hasta en la Beckett de Barcelona. 

Lo que ha hecho Esguevillas tiene su gracia, porque no se va ni para un lado ni para el otro, mantiene un complicado equilibrio entre ambos mundos. Estupendo para paladares refinados, pero más difícil de vender/programar/comunicar. El mercado prefiere productos con etiquetado claro. Sólo le veo una pega seria a esta puesta en escena: un final estrepitosamente abrupto. No haría falta casi nada para arreglarlo, ni siquiera prolongar el texto (aunque más texto no le vendría mal a una función que podría durar perfectamente veinte o treinta minutos más, y miren que digo esto pocas veces). Bastaría algún arreglillo escénico: pausas, iluminación, movimiento...
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Muy bien los cuatro intérpretes. Enrique Asenjo -al que creo que no había visto nunca- me pareció un tipo de ésos que llenan todo un escenario con solo hacer un par de gestos. Una capacidad notable para pasar de la facundia jocosa al desamparo con el menor gasto de recursos. Y Rocío Megías... Pues verán. Entró en escena, y tuve un sobresalto: ¡la Ponte! El mismo brío, la misma pisada de "aquí estoy yo y este lugar al que llaman ustedes escenario es mi puñetera casa". Y, encima, guapa. ¿Dónde estaba? Si es usted director de escena, le aconsejo que vaya a verla.
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No he dicho ni media sobre el asunto. Son dos parejas que han quedado para intercambiarse. Así, con premeditación. Pero no se esperen una piruetilla narrativa de nada con morbos por aquí y lugares comunes por allá. Resulta que todo está bien fundamentado, cada uno tiene sus motivos para meterse en ese ajo y su manera -ya se enterarán si más o menos airosa- de salir de él. 

Una de esas casualidades que la cartelera nos regala a veces: está muy bien verse esto y Demonios en el Galileo. Dos formas de explicar que la vida desgasta y que cada uno tira para donde puede.
P.J.L. Domínguez
          

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