Sala: Guindalera Autor y director: Julio Provencio Intérpretes: José Luis Alcobendas, Aurora Herrero y Neus Cortés Duración: 1.20'
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Leí en alguna parte una sinopsis atractiva sobre una joven que, golpeada por la policía durante una manifestación, se refugia en casa de una anciana prostituta. Nunca le compren un coche usado a una sinopsis.
Placenta es, quizá, lo peor que he visto esta temporada, a la altura de El cuarto jinete. Y, si me apuran, aquello era malo de esa manera que hace que uno tenga que sujetarse la risa con la mano apretada sobre la boca, porque las sorpresas provocan hilaridad de puro grotescas. Esto es de un malo plomizo, insufrible, mortal. Ochenta minutos de asfixia en la butaca. El texto se regodea morosamente en dar vueltas y más vueltas alrededor de ideas carentes de interés y de un conflicto enano. Para cada personaje se ha usado un estilo literario distinto (son monólogos sucesivos, no dialogan nunca), sin que la cosa dé para alegrar mínimamente el cotarro. Dicen cosas tan aburridas y tan reiterativas que daría exactamente igual que lo hicieran en verso, en clown o desnudos y en un trapecio, como en esa maravillosa escena de Mel Brooks en la que una actriz debe entretener a un cine repleto mientras llega la película que hay que proyectar.
Herrero y Alcobendas hacen lo que pueden con lo suyo, echándole bravura, último recurso del intérprete consciente enfrentado a la nada. La actriz joven no puede ni con lo que hace. Pausas-somnífero. La juerga se remata con un vídeo en el que se ve, sobre todo, el pavimento de algunas calles de Madrid. Voz en off de la chica, de lentitud exasperante. Si lo de antes parecieron banalidades, ríanse ustedes ahora. De pronto, lo que no llegaba a conflicto se topa con algo que no llega a resolución. ¿Se ha terminado? Pues parece que se ha terminado.
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Alcobendas en primer plano y Aurora Herrero al fondo. |
Placenta es, quizá, lo peor que he visto esta temporada, a la altura de El cuarto jinete. Y, si me apuran, aquello era malo de esa manera que hace que uno tenga que sujetarse la risa con la mano apretada sobre la boca, porque las sorpresas provocan hilaridad de puro grotescas. Esto es de un malo plomizo, insufrible, mortal. Ochenta minutos de asfixia en la butaca. El texto se regodea morosamente en dar vueltas y más vueltas alrededor de ideas carentes de interés y de un conflicto enano. Para cada personaje se ha usado un estilo literario distinto (son monólogos sucesivos, no dialogan nunca), sin que la cosa dé para alegrar mínimamente el cotarro. Dicen cosas tan aburridas y tan reiterativas que daría exactamente igual que lo hicieran en verso, en clown o desnudos y en un trapecio, como en esa maravillosa escena de Mel Brooks en la que una actriz debe entretener a un cine repleto mientras llega la película que hay que proyectar.
Herrero y Alcobendas hacen lo que pueden con lo suyo, echándole bravura, último recurso del intérprete consciente enfrentado a la nada. La actriz joven no puede ni con lo que hace. Pausas-somnífero. La juerga se remata con un vídeo en el que se ve, sobre todo, el pavimento de algunas calles de Madrid. Voz en off de la chica, de lentitud exasperante. Si lo de antes parecieron banalidades, ríanse ustedes ahora. De pronto, lo que no llegaba a conflicto se topa con algo que no llega a resolución. ¿Se ha terminado? Pues parece que se ha terminado.
P.J.L. Domínguez
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Ánimo, comente. Soy buen encajador.