Sala: Teatro de la Abadía Autor: Séneca (versión libre de A. Lima con añadidos de otros autores) Director: Andrés Lima Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Andrés Lima, Laura Galán y Joana Gomila Duración: 1.15'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Gomila, Lima, Galán y Sánchez-Gijón en primer término. |
Ésta fue mi círítica en la Guía del Ocio:
La calificación que la acompaña suele dar más
quebraderos de cabeza que la propia crítica. En ésta hay margen de maniobra:
puede uno escribir “pero”, “quizá” o “aunque”. Las estrellitas, sin embargo,
son lapidarias: tienen que concentrar el juicio y hacerlo comprensible de un
vistazo. Suelen responder a la sensación de conjunto que un objeto tan
heterogéneo como una función de teatro deja en la memoria. Hoy no es ése el
caso. Las tres estrellas que acompañan a este texto son la media entre cinco y
una. Cinco, cuando –librada a sí misma- actúa Aitana Sánchez-Gijón. Una, si es
Lima el que focaliza la atención.
Que Lima
puede ser un gran director lo testimonian esos parlamentos de Aitana cubierta
de barro o peleando con los muñecos que figuran ser sus hijos. Para mi pasmo,
me pareció vislumbrar la primera Liddell, aquélla de El matrimonio Palavrakis o, en cualquier caso, la visión certera de
un director capaz de lidiar con las imágenes y las actitudes del exceso. Pero
todo se viene abajo cuando es él quien asume tres papeles, supongo que un
intento de des-teatralización, porque, si no es así, simplemente la interpretación
se queda muy corta. No funciona. No obstante, la habilidad con la que se han
hilvanado textos de muy diverso origen y la espectacular entrega de Aitana
justifican sobradamente el espectáculo.
Y lo que no cabía allí:
Intento de des-teatralización. O sea, las intervenciones de Lima como irrupciones de lo real en la función, un recordatorio de que aquello es un montaje de teatro y de que Medea es una actriz y no Medea. Distanciamiento brechtiano y todo eso. Especialmente evidente cuando, como si fuera un intento de reventar el escalofriante monólogo de Aitana Sánchez-Gijón, Lima se coloca detrás de ella, desliza su brazo entre el brazo y el torso de la actriz, y le plantifica el micrófono en la boca. He estado pensando. Pensar es siempre peligroso. Un acto aislado de este tipo (un señor con un traje negro destrozando el clímax trágico-espeluznante) podría ser atribuido a esa intención. Pero sumen a la cantante-contrabajista. Ha recibido elogios, y no seré yo quien se los niegue, pero me parece que, dramatúrgicamente, es equivalente a la omnipresencia de Lima: revienta. La repetición de "maldito el deseo, maldito el conocimiento"... en fin, roza lo pedante, lo cargadísimo de significado. Quizá sea una deformación debida a mi pasado musical, pero me cuesta soportar contenidos literarios pretenciosos en envoltorios musicales banales, ese desequilibrio me desazona. Insisto: esto no es una crítica a Gomila, sino a qué -y para qué- le hacen cantar.
Pero sigamos. Recordemos ahora Desde Berlín, del mismo Lima, de la que les dije lo siguiente:
Desde Berlín es un constante "mira esto que hace ahora", un sin vivir de amontonamiento de recursos, un dale que te pego de "antes muerto que dejarles actuar tranquilos". El amontonamiento pasa por ponerla a ella a cantar y tocar el piano fuera de escena, proyectando su silueta sobre los bastidores que acotan el lugar de representación; por mandarlos a dar vueltas por ahí detrás de los bastidores; por agotar los efectos de iluminación; por tenerlos yo no sé cuánto tiempo en bolas simulando un coito que ya me dirá usted lo que aporta... En pocas palabras: Lima tiene dos excelentes actores en escena, pero se esfuerza constantemente por ensuciar su trabajo interpretativo.Vaya, cómo se parece esto a lo del micrófono deslizado bajo la axila. No, no son intentos de distanciamiento, es un rasgo de estilo del director. No les ocultaré que recibe elogios entusiastas (de Ordóñez, a quien pueden leer aquí o, más ponderados, de García Garzón). Pero yo, en mi modestia, creo que Lima sólo demuestra que puede ser grande cuando se olvida de estas cosas: como en De Madrid a París, en Ay, Carmela o, aquí, cuando sale de escena y deja que Aitana haga su trabajo.
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