jueves, 23 de octubre de 2014

LUCIÉRNAGAS

Sala: Teatro del Arte Autora y directora: Carolina Román Intérpretes: Aixa Villagrán, Jaime Reynolds y Fede Rey Duración: 1.35' 
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)



Carolina Román escribió con Nelson Dante uno de los fenómenos de 2013, que aún gira por ahí: En construcción. Si llega a su ciudad, no se la pierdan. Permítanme una pequeña vanidad: fui de los primeros en destacarla. Aquel prodigio de escritura era una historia con inmigrantes, pero no una historia de inmigrantes. Ha estrenado ahora una historia con discapacitado, pero no una historia de discapacitados. No sé si me entienden.



Ni se les ocurra evitar Luciérnagas porque haya discapacitado. Tampoco se avergüencen de confesar que pueden sentir esa tentación. No es por el discapacitado -estaría bueno-, sino porque la gran mayoría de las ficciones que los integran suelen ser estereotipadas como una película de Antena 3 de domingo por la tarde. La normalización no ha llegado a ese ámbito. ¿Recuerdan aquellos tiempos en que los gays en el cine eran monstruos de perversión o desgraciados abocados al suicidio? Pues algo parecido. O, si no, el personaje discapacitado es el eje de la trama, como si estuviéramos en el primer paso de esa normalización y hubiera que centrar el foco. Como Sidney Poitier en Adivina quien viene esta noche. Éste no era gay, era negro.



Pero Luciérnagas no es nada de eso. Sí, la discapacidad de uno de los personajes es un elemento importante en la construcción de la historia, pero es un elemento más. Ni acapara la atención (por eso es una historia con y no de), ni hay asomo de sensiblería. Integración normalizada.


Jasmin y Brenda en Bagdad Cafe. También Lucía llega a la nada proveniente
de ninguna parte.

La historia va de otra cosa. La historia va, como les decía a propósito de Priscilla, de sentimientos humanos básicos tan presentes en una drag-queen como en un obispo anabaptista (me encanta citarme a mí mismo, es el no va más del egocentrismo). O en unos muchachos de pueblo, habría que añadir ahora. Unos muchachos que van a recibir un día una visita sorpresa. ¿Se acuerdan de Bagdad Café? Julio se ahoga, como Brenda. Lucía traerá el oxígeno del exterior, como Jasmin. Pero la similitud va más allá. El tipo de oxígeno que aporta Lucía -alias Gigi- es muy parecido al de Brenda: un apego, que no sé si llamar espontaneidad o sentido común, a los afectos. Vivimos con la nariz tan pegada a nuestra mismidad, a esos dramas que arrastramos como una condena y que son en su mayoría naderías, tan apegados a una sofisticación inexistente, que perdemos de vista lo fundamental. Lo fundamental son siempre los demás.


(Ésta de abajo es Carolina Román, pero no puedo ponerle pie de foto. Maquetar con blogspot es morir)



No quiero desvelar la trama. Sí les diré que hay un rato largo -bastante largo- en el que uno teme que se le vaya a propinar una historia convencional. De cualquier modo, bien escrita, con una virtuosa dosificación de la información (qué tiene Lucía detrás, qué tiene Julio detrás). Pero llega el giro narrativo, y el relato sube de golpe muchos enteros. Sentimientos básicos, les decía: deber, amor, renuncia, ahogo, amistad, otra renuncia, liberación, aceptación de sí mismo... Hay de todo aquí dentro. Incluso el final, en el que uno de los personajes condensa el qué-pasó-despues-de-todo-esto, está bien traído (es un eco del comienzo), aunque quizá cabría darle alguna vuelta -no sé si al texto o a algún aspecto de la puesta en escena- para alejar del todo el fantasma de esos epílogos escritos de algunas películas. Ya saben: El doctor Harrys trasladó su consulta a Alabama y terminó de construir la maqueta. Hilary consiguió su Mustang.

A la función le falta un milímetro para ser un melodrama de tomo y lomo. Yo hubiera franqueado ese milímetro tranquilamente, pero -claro- no la he dirigido yo. Sin embargo, me gusta si me la imagino con más música. No olviden que MELOdrama es, etimológicamente, un drama con música. Y se le podría añadir de dos maneras: música extradiegética (o sea, la que oye el espectador pero no el personaje) o diegética (o sea, la que está integrada en el relato y los personajes oyen). En esta última, Román ha sido un poco cicatera: el texto daba pie a todo un alarde de música de casete, si me permiten la expresión. Me dio un vuelco el corazón con Cara de gitana, que no oía desde que alguien la incluyó -qué sarcasmo- en una lista semanal de las diez mejores canciones que me alegraba las mañanas de agosto allá por mis quince. Se agradece que bailen Gloria, y se agradecería que bailaran más cosas, pero es también comprensible el esfuerzo de contención: Román quería colocar su función en otro sitio.



El personaje de Lucía es un bombón. No voy a conseguir describirla: alocada y sensata, tierna y mandona, en las nubes y con los pies bien plantados en tierra. Vayan a verla. Aixa Villagrán está tan transfigurada, que saldrán pensando que no hay personaje, que la actriz es así. Se la comería uno allí mismo, qué cantidad de carisma amontonado, Dios mío. 

Los chicos están bien. Fede Rey supera con garbo el riesgo siempre presente al interpretar a un discapacitado síquico: la sobreactuación. Sale airoso de la prueba, pero es la primera vez que lo veo y no soy capaz de dar un juicio global por un papel tan marcado. Reynolds me pareció un poco más rígido, aunque va ganando en mi memoria: es posible que el rígido sea el personaje. También a él tendré que verlo en alguna otra cosa para hacerme una idea más cabal.




Fede Rey y Jaime Reynolds.


Aún no les he dicho lo más relevante. El encanto de Luciérnagas se asienta, y se parece en esto a En construcción, en su humildad, en su falta de pretensiones, en la sinceridad y la modestia del texto, del planteamiento escenográfico y de la dirección. Este menos-es-más sólo ganaría (quizá) con un más: algo de espacio que dejara respirar a la eficaz escenografía de Alexandra Alonso. Pero es lo de menos (lo siento, no sé resistirme a un juego de palabras). La función le va ganando a uno poco a poco, como sin querer, imponiéndose con suavidad. Vayan a pasar un estupendo rato de teatro-teatro.


Ah, se me olvidaba: hay un peliculón aquí escondido. No es que lo diga yo. A mi lado se sentaba un Goya al mejor guión, y opina lo mismo.

P.J.L. Domínguez
           

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.