viernes, 31 de octubre de 2014

LA CALMA MÁGICA

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Alfredo Sanzol Intérpretes: Sandra Ferrús, Mireia Gabilondo, Aitziber Garmendia, Aitor Mazo e Iñaki Rikarte Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)


Aitor Mazo e Iñaki Rikarte.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Sanzol ha alcanzado un altísimo logro: nos ha impuesto un universo propio, una forma de entender el mundo. Aun con personalidad diferenciada, esta pieza es perfectamente reconocible como planeta de ese universo, para el que yo uso –en mi fuero interno- la etiqueta de surrealismo vernáculo. 

Ahí se instala también La calma mágica. Un surrealismo con pretexto narrativo: la ingesta de unos hongos alucinógenos. Benditos hongos, que nos abren la puerta a este mundo de disparates tiernos –véase el inefable conejo- y salidas por la tangente que, gracias a la maestría narrativa de texto y dirección, no alteran el discurrir de la narración. Ése es, quizá, el mayor mérito: que la historia no descarrila por más dosis alucinatoria que incorpore.

    Iñaki Rikarte es un actor, y más cosas, extraordinario. Tras una carrera discreta pero muy sólida, éste podría ser el papel que lo consagrara como imprescindible. Nadie olvidará a este neurótico adorable e insoportable a la vez. La cara de mármol de Gabilondo contribuye lo suyo a hacerlo todo creíble. Mazo y Ferrús, muy bien, y se queda uno con ganas de ver más rato a Garmendia. El elefante debería ir a un museo de la utilería con la rata de El policía de las ratas y el ciervo de Como gustéis.

    El Centro Dramático Nacional programa funciones en euskera con sobretítulos. Aplaudo hasta con las orejas la continuidad de esta iniciativa normalizadora.

Y lo que no cabía allí:

1.- Surrealismo vernáculo. Lo de surrealismo me parece suficientemente evidente como para ponerme a explicarlo. Si han visto la función claro, pero por si alguien llega a este blog en 2087 y ésta es la única traza que ha quedado de La calma mágica, dejaré constancia de que hay conejo parlante y elefante rosa, entre otras cosas. El elefante se llama Óscar. Quizá vernáculo sí exija algún desarrollo.  Pero antes, una imprescindible nota terminológica, que no política,

* * *
En un rincón de los Pirineos, a caballo entre ambas vertientes, habita un grupo humano con determinados rasgos culturales, el más evidente de los cuales es una lengua preindoeuropea que contrasta con las lenguas indoeuropeas con las que se solapa: el castellano y el francés. Los hablantes de esta lengua -a la que en castellano podemos llamar vasco, vascuence o euskera, palabra admitida por la RAE- habitan territorios que forman parte de España o Francia. En España, se reparten entre dos comunidades autónomas: el País Vasco -o Euskadi- y Navarra. 

¿Qué nos está contando?, se preguntarán. Paciencia, que ya he llegado. Ya puedo formular mi problema: no hay término apolítico que englobe a los individuos que pertenecen a esa comunidad lingüística y cultural. No se les puede llamar "vascos", porque si incluyo en el término a quienes hablan "vasco" en el norte de Navarra (paradójicamente, lo más parecido a Baskolandia que queda en la tierra, vayan y vean si no me creen) soy inmediatamente calificado de anexionista. "¿Cómo? ¿Está llamando vascos a los navarros? ¡Anatema!". Dicho de otro modo: "País Vasco" ya no es el país que habla vasco, sino una parte de él (tanto en España, como en Francia, donde se llama Pays Basque) que no incluye la zona de Navarra donde también se habla. 

El mapa de lo que llamaremos vascofonía en 1869, según Louis Lucien Bonaparte.
Sabino Arana tenía cuatro años, así que no me sean paranoicos y no hagan
lecturas políticas.
¿Probamos con Euskalherria o Euskal-Herria? Deben saber primero que, cuando los vascos llaman "vasco" a alguien en su propia lengua, lo llaman "euskalduna", que quiere decir "que-habla-vasco". Tienen, por tanto, un concepto de la nacionalidad más unido a la lengua que al territorio. Pero dejemos eso. "Euskaldun" y "Euskalherria" -"el pueblo que habla vascuence"- era un buena opción hasta hace poco para referirse al conjunto de individuos que hablan vascuence, con independencia de cuestiones políticas. Algo muy útil. Si digo "francés" ustedes no tienen por qué saber a quién voto. Sigamos, sigamos, ahora me entenderán.

Digo "hasta hace poco", porque la cosa se complicó. La Comunidad Autónoma del País Vasco se llama también Euskadi. "Euskadi" es el término que Sabino Arana acuñó para referirse al ideal de una nación vasca compuesta por los siete territorios (incluyan Navarra y los tres franceses). Los nacionalistas radicales consideraron una traición llamar Euskadi a una entidad que agrupa sólo a tres, y decidieron emplear Euskalherria para los siete. Con lo que ya tenemos el término Euskalherria, antes sobre todo cultural, convertido en término político. ¿Van haciéndose idea del pastel? Atentos. Si quieren decir "las personas de cultura vasca del norte de Navarra" y, para ahorrarse ese berenjenal, dicen "los vascos de Navarra", todo el mundo les pondrá la etiqueta de anexionistas. Si dicen "Euskadi" para referirse a la Comunidad Autónoma Vasca, todo el mundo sabrá que son cualquier cosa menos nacionalistas radicales, y que no es probable que sean del PP (tienden a decir País Vasco). Si usan "Euskadi" para el conjunto de los siete territorios, les tomarán por nacionalistas moderados. Si emplean Euskalherria, todo el mundo pensará que son nacionalistas radicales.

¿Y qué rayos debe hacer uno para hablar de factores culturales sin que nadie le atribuya oscuras intenciones políticas? La única opción es dar unos rodeos perifrásticos insoportables. Pero se me ha ocurrido otra. Me acabo de inventar un término en castellano, calcado de la francofonía, que los franceses usan mucho. La VASCOFONÍA. Toma. La vascofonía es la comunidad cultural de los individuos que hablan vascuence o, por extensión, cuyos ascendientes lo hablaron hasta tiempos históricamente cercanos. Vivan en Lekeitio o en las Bermudas. Donde dice Bermudas, lean Pamplona. Nota final, por si acaso: la pertenencia a la vascofonía no excluye la pertenencia -de mayor, menor o igual intensidad que la primera- a otra u otras comunidades. Ni implica que vote uno a Vox o a Bildu. Aunque Vox, la verdad, debe de tener pocos votos vascófonos.

* * *
Si pillo un rato, mañana añado algo sobre la escenografía de Andújar.

Tras este interludio terminológico, puedo explicar por fin lo de surrealismo vernáculo sin que mis palabras se presten a equívocos de carácter politico (creo). A pesar de que en otros textos de Sanzol esta característica es, quizá, más estrepitosa, La calma mágica tiene un trasfondo cultural evidentemente instalado en la vascofonía, lamentablemente difícil de pillar para quien no esté más o menos familiarizado con aquella cultura. Para quien lo está, la sensación constante es la de que los personajes van a romper a hablar en euskera o se van a referir de un momento a otro al tío Patxi o al primo Iñaki. Esto sucede, por ejemplo, con el personaje de Aitor Mazo (Martín), un tipo humano que por allá suele llamarse txotxolo, que es la forma autóctona de ir un poco de sobrao (más o menos, estas cosas son muy elásticas). Pero, más allá de ejemplos, ese trasfondo impregna completamente los caracteres y las situaciones. A ver si puedo verla otra vez en euskera, porque debe de ser la bomba. 


2.- Iñaki Rikarte es un actor, y más cosas, extraordinario. Más cosas: escribió Gris mate, una pieza muy interesante; ha dirigido André y Dorine, un exitazo inesperado (ya conté esto en Vanity Fair, voy a empezar a colgarles en el blog las páginas que escribo allí). Me gustó cuando lo vi en el Galileo en Gris Mate en 2009, lo he visto después varias veces con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en el Drácula de García May, más recientemente en El hijo del acordeonista o en Montenegro... Papeles más largos o más breves, siempre bien. Aquí está sencillamente perfecto, no se podía sacar adelante el papel con mayor acierto. Se siente humillado porque le hacen un vídeo sin su consentimiento, y su carácter neurótico no le va a permitir cejar en el empeño de que el vídeo desaparezca, aunque tenga que ir para ello de torpeza en torpeza. Supongo que todos nos vemos reflejados más o menos en este patán neurótico (yo más, soy bastante patán y muy-bastante neurótico), porque en el fondo tiene razón, y -sobre todo- porque Rikarte lo hace entrañable. Dos monólogos extraordinarios (perdonen que repita "extraordinario", pero no me queda más remedio): el primero al teléfono, perdiendo gradualmente los nervios con el txotxolo, y el segundo con Olivia (Sandra Ferrús), de tropezón en tropezón, una declaración de amor vascófona, si me permiten la expresion. El remate de la pieza -otra conversación teléfonica, esta vez con el padre difunto- sólo se tiene en pie dicho como se dice. Supongo que Sanzol tendría en mente la puesta en escena cuando lo escribió, porque no le veo otra salida. En fin, Rikarte se mete de tal forma en el personaje, que ni se le nota que es guapo.

3.- La cara de mármol de Gabilondo contribuye lo suyo a hacerlo todo creíble. Porque uno no tiene ni idea de lo que va a soltar por la boquita, hasta que lo suelta. Y como tiene que soltar de todo, por las rutas del disparate alucinógeno, esa cualidad resulta crucial. Por cierto: otra cualidad vascófona. Ya habrán oído ustedes hablar de la sorna de los vascos (perdón, de los vascófonos, a ver si va a resultar que son navarros, y me meto en un lío), de eso de que nunca se sabe si están hablando en serio o en broma... Esas características culturales están aquí exprimidas al máximo en el enfoque que se ha dado a Olga, el personaje de Mireia Gabilondo.

4.- Aplaudo con las orejas. Además del castellano, en este país hay otras tres lenguas con importantes tradiciones literarias detrás. Madrid es la capital del país. Es simplemente normal de toda normalidad que, al menos de vez en cuando, podamos ver teatro hecho en las otras lenguas de nuestros compatriotas, igual que lo vemos en inglés, en alemán o en ruso cuando se tercia. Diré más: lo verdaderamente sorprendente es que las piezas en gallego o en catalán tengan que ser remontadas en castellano. Es una particularidad de un país que tampoco soporta la versión original en el cine, qué le vamos a hacer. Pues bien, bienvenidas sean, al menos, las funciones extraordinarias sobretituladas que el Centro Dramático Nacional programa con cierta regularidad.

Ah, se me olvidaba: muy bien puesta la música de Iñaki Salvador.
 P.J.L. Domínguez
           

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