Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Como dice la Wikipedia, que casi siempre tiene razón, "José Sanchis (sí, es sin acento) Sinisterra es uno de los autores más representados y premiados del teatro español contemporáneo y un gran renovador de la escena española, siendo también conocido por su labor docente y pedagógica en el campo teatral". Se puede decir más alto, pero no más claro. Pues ahí lo tienen, a sus setenta y tres, llevando un local en Lavapiés, el Nuevo Teatro Fronterizo, en el que ocurre de todo, y que gestiona con su proverbial generosidad.
Con ¡Ay, Carmela! (1986) dio en uno de esos clavos en los que es tan difícil acertar. Es mucho más fácil darse en el dedo. Pero le salió un melodrama redondo que se instaló casi de inmediato en el imaginario colectivo de los españoles. Digamos de paso que es sobre todo a su generación a la que debemos la recuperación sentimental del drama de la Guerra Civil, después del tenebroso silencio impuesto por la dictadura: Saura (1932) con su adaptación para el cine de esta función (1990); Fernán-Gómez, (1921) Chávarri (1943) y Lola Salvador (1938) con Las bicicletas son para el verano (1984)... Ellos son los que casi cincuenta años después comenzaron a recuperar la memoria, no de los fríos hechos históricos, sino del dolor y de las peripecias, entre trágicas y grotescas, de millones de víctimas. Representadas aquí por las andanzas de Carmela y Paulino, dos de esos personajes que nunca se olvidan una vez conocidos. Creo que parte del éxito de la historia radica en que Carmela es un personaje instalado en un arquetipo reconocible: la mujer que no se siente parte implicada en el conflicto principal, pero que actúa movida por la piedad. Hay pelis de vaqueros a patadas con ese personaje incluido. Y un ejemplo de la cartelera reciente: la misma Antígona, a la que le da igual todo, excepto los deberes respecto al cadáver de su hermano. En este sentido, La niña de tus ojos, misma época, protagonista cantante, peligrosos fascistas, idéntica motivación de la protagonista, casi parece una ramificación de ¡Ay, Carmela!. Preciosa, por cierto.
Los personajes tuvieron suerte. Los estrenaron José Luis Gómez y Verónica Forqué. Relevados en la película por Carmen Maura y Andrés Pajares. Toma del frasco. Los más jóvenes no lo sabrán, pero ahí fue donde mucha gente empezó a reconocer que Pajares es un gran actor. Los que creen que hacer de cómico en sainetes costumbristas es fácil.
Alguien ha tenido ahora la idea de fabricar un musical con esta historia. Gran idea. Y gran enfoque. Un doble enfoque, para ser exactos. Carmela y Paulino -variedades a lo fino- se ganan la vida como artistas de los caminos. Las canciones de Carmela están, por tanto, servidas en la narración. Es lo que se llama música diegética. Esa música es, con alguna excepción, la de los años treinta: Café de chinitas, por ejemplo, o Suspiros de España. Esta última es prácticamente el hilo conductor de la función, otro gran acierto. Dice la leyenda que los dos bandos oían la versión de Estrellita Castro en las trincheras. Yo mismo, que tengo superpuestas dos identidades nacionales y pico, me siento instantáneamente más español que un sombrero cordobés si me la ponen. Quiiisoo Diooos / een suu podeeer... Virgen Santa, se me abren las carnes. No tengo mérito, le pasaría lo mismo a un malgache. Este pasodoble de Antonio Álvarez Alonso, con la letra de su sobrino Juan Antonio, y un poema de Cernuda que empieza (más o menos, cito de memoria) En un bar del viejo Temple... son las dos evocaciones de España que más aprecio.
Suspiros de España fue en su día objeto de una operación que es extrañísima en el ámbito de la música popular. Es citada explícitamente en una de las canciones más populares de Concha Piquer: En tierra extraña. Es prueba de su extraordinario poder de arrastre. Creo recordar que tenía también presencia en la película de Saura. Aquí, vuelve una y otra vez a poner de punta los pelos del público. Pero estábamos con que el musical tenía un enfoque doble. A estas músicas que el relato trae cosidas a sus tripas se les han sumado canciones firmadas por Víctor Manuel, Joan Valent, Pedro Guerra y Vanesa Martín. Todas bien escritas, bien traídas al hilo argumental, bien interpretadas. A grandes rasgos, aunque no en todos los casos, la música tradicional la interpreta Carmela dentro del relato, y la reciente la narradora, situada fuera de la historia.
Ésa es la otra apuesta estructural que ha salido bien: el añadido de una narradora-comentadora. Ha salido bien porque está bien encajada en el conjunto, pero también porque la hace Marta Ribera, con gran presencia escénica y derroche de eso que llamamos tablas. Le toca, en el doble enfoque, la parte más de musical actual de la función, tanto en lo que canta como cuando actúa: se dirige al público desde el proscenio (por cierto: qué bien aprovechado el proscenio), marcando un estilo interpretativo cercano, para que me entiendan, a Cabaret o Chicago. Pero como, por fortuna, también le cae alguna de las canciones históricas, da en Pobrecita yo una lección de picardía tradicional, puesta al día por la inteligente coreografía de Teresa Nieto. Ciertamente, la función no se sostendría sin el talento de esta mujer, que asegura la continuidad dramatúrgica. Y cómo canta. Estaba estupenda en el mayor pestiño de los últimos tiempos (El último jinete, por si no lo han pillado), con eso está todo dicho.
Comparte escenario con Inma Cuesta: dos excelentes cantantes de potente personalidad, colocadas en dos planos (dramatúrgicos, interpretativos, de imagen) tan distantes, que no compiten, sino que suman. Todo lo que en Ribera se ajusta a los estándares internacionales del musical (incluso el Pobrecita yo citado se puede enmarcar ahí) es en Cuesta tradición española, muy bien digerida. Como actriz, eché en falta un pelín de fondo, casi diría de doble fondo. Aunque JM, que sabe más que yo, disiente: la vio de miedo. Ahora que lo pienso, quizá el personaje está bien así: es una mujer que no parece pensarse mucho las cosas, hace y dice lo que le sale de las tripas. (¿Se saben la de Lola Flores? "A mí me salen las cosas del corazón, y antes de llegar a la cabeza se me escapan por la boca"). En cualquier caso, el papel está suficientemente bien defendido.
El tercer protagonista, Javier Gutiérrez, va creciendo, como exige el texto. Le voy a hacer el mayor elogio que puedo hacerle: en la gloriosa escena del monólogo frente al auditorio del teatro (del teatro de la historia), hay momentos en que parece Pajares. Pero ése no es su único mérito, claro está. El personaje de Paulino está impregnado de ternura, y no se pasa de payaso, que es el riesgo. No me gustó nada, pero nada, en ese Woyzeck en el que Vera lo mantuvo a piñón fijo en el escenario con cara de bobo. Aquí dosifica esas caras a la perfección. Emocionante.
El resto de intérpretes no desmerece. Javier Navares compone un Ripamonte memorable. Otro que no se pasa de payaso y que sabe aprovechar esa característica tan peculiar de la imagen exterior de los italianos: parecen inofensivos, y simpáticos, hasta los fascistas. Morte, Raya y Enguix bien. La verdad es que no suele ser frecuente ver un reparto de siete personas donde no pinche nadie. No pinchan.
Recapitulemos. Veníamos mencionando algunos de los puntales de la función. La música (Suspiros), la narradora. Falta mencionar la iluminación y las proyecciones. Sería ilustrativo visitar el teatro con luz de trabajo para ver la escenografía sin iluminar: cuatro bastidores, unos telones, un carro y un teatrillo. El rendimiento que Valentín Álvarez le ha sacado a eso (la magia del teatro...) es admirable. Hay muchas proyecciones y, ¡oh, albricias!, no sobra ninguna. Artistas de época y escenas de guerra. Imprescindibles, junto a los efectos de sonido de Javier Almela, para situar la percepción del espectador. Algunos momentos impresionan, o al menos me impresionaron a mí, que no soporto esas imágenes de civiles huyendo en las que veo a mi propia familia. Supongo que también les ocurrirá a algunos de ustedes. Por cerrar este apartado del aspecto visual del espectáculo, voy a poner la única pega: el teatrillo de la última escena es horroroso. La decoración a base de Klimt (o similar) le pega al resto como a un Cristo dos pistolas. Cámbienla, que no cuesta nada.
Esto -y dos pequeñas zarzuelas: De Madrid a París y El bateo- es lo mejor que le he visto a Lima. Alguno ya se estará escandalizando. Lo siento, pero es así (ojo, que tampoco he visto todo lo que ha hecho, ¿eh?). Aparte del mérito de seleccionar, coordinar y dirigir todo lo que llevo mencionado, hay detalles de altura: el uso del espacio completo de la cazuela del teatro (contraejemplo: A quién le importa); el momento onírico del teatrillo con nazi incluida y tres personajes tras una gasa marcándose un chotis (el infame Ya hemos pasao de Celia Gámez, fascistona pero maravillosa, la mujer); la escena de Carmela con el brigadista, que podría quedar escondida allí atrás, pero que termina resaltando por escondida... En fin, ha conseguido, con José Luis García Sánchez, que Andrés Vicente Gómez se saque la espinita del citado Último Jinete. Me alegro. Es lo que tiene buscarse buenas compañías.
Supongo que, a estas alturas, ya sospecharán que me encantó el espectáculo. Por muchos motivos. No sólo por la calidad del montaje, sino también porque no podemos olvidar este horrible pasado, que está ahí, a la vuelta de la esquina. Sobre todo ahora, cuando muchos empiezan a preguntarse si no va siendo hora de hacer que reviente todo de una vez, y que salga el sol por Antequera. No tengo ni idea del cómo, pero quizá es posible extraer ejemplos para resistir frente a la violencia estructural que sufrimos sin llegar a la otra violencia, la de los tiros. Mi función estaba repleta, era evidente, de gente mayor con ideas republicanas (esperemos que se entere de su existencia la gente joven con ideas republicanas, porque van a alucinar en colores). El estremeciento era patente cuando Inma Cuesta (véase foto de arriba del todo) sale con la bandera, o cuando suena El ejército del Ebro / rumba la rumba la rumba la. Aunque, si no son republicanos, no se corten: a mí me encanta El triunfo de la voluntad, un engendro ideológicamente impresentable. O Celia Gámez. A ustedes puede encantarles esto. Si yo fuera el productor, colocaría una pancarta en el vestíbulo del teatro, para que el público la viera a la salida:
Todo el que pueda perdonar, que perdone. Y el que no pueda, que apriete los dientes y se calle, que todavía tiene más mérito. Es lo que llevo haciendo yo toda la vida cada vez que veo esas imágenes de bombardeos y recuerdo a mi abuela mirando a los aviones alemanes que bombardeaban Gernika, o echándose a rodar ladera abajo con un hijo en cada brazo cuando la ametrallaban. Me pasé media función intentando que mi vecino de asiento no se diera cuenta de que me tenía que secar las lágrimas.
La peli. |
Los personajes tuvieron suerte. Los estrenaron José Luis Gómez y Verónica Forqué. Relevados en la película por Carmen Maura y Andrés Pajares. Toma del frasco. Los más jóvenes no lo sabrán, pero ahí fue donde mucha gente empezó a reconocer que Pajares es un gran actor. Los que creen que hacer de cómico en sainetes costumbristas es fácil.
Estrellita Castro. |
Concha Piquer |
Marta Ribera. |
Inma Cuesta. Jopé, qué guapa. |
Inma Cuesta y Javier Gutiérrez. |
El resto de intérpretes no desmerece. Javier Navares compone un Ripamonte memorable. Otro que no se pasa de payaso y que sabe aprovechar esa característica tan peculiar de la imagen exterior de los italianos: parecen inofensivos, y simpáticos, hasta los fascistas. Morte, Raya y Enguix bien. La verdad es que no suele ser frecuente ver un reparto de siete personas donde no pinche nadie. No pinchan.
Recapitulemos. Veníamos mencionando algunos de los puntales de la función. La música (Suspiros), la narradora. Falta mencionar la iluminación y las proyecciones. Sería ilustrativo visitar el teatro con luz de trabajo para ver la escenografía sin iluminar: cuatro bastidores, unos telones, un carro y un teatrillo. El rendimiento que Valentín Álvarez le ha sacado a eso (la magia del teatro...) es admirable. Hay muchas proyecciones y, ¡oh, albricias!, no sobra ninguna. Artistas de época y escenas de guerra. Imprescindibles, junto a los efectos de sonido de Javier Almela, para situar la percepción del espectador. Algunos momentos impresionan, o al menos me impresionaron a mí, que no soporto esas imágenes de civiles huyendo en las que veo a mi propia familia. Supongo que también les ocurrirá a algunos de ustedes. Por cerrar este apartado del aspecto visual del espectáculo, voy a poner la única pega: el teatrillo de la última escena es horroroso. La decoración a base de Klimt (o similar) le pega al resto como a un Cristo dos pistolas. Cámbienla, que no cuesta nada.
Andrés Lima |
Supongo que, a estas alturas, ya sospecharán que me encantó el espectáculo. Por muchos motivos. No sólo por la calidad del montaje, sino también porque no podemos olvidar este horrible pasado, que está ahí, a la vuelta de la esquina. Sobre todo ahora, cuando muchos empiezan a preguntarse si no va siendo hora de hacer que reviente todo de una vez, y que salga el sol por Antequera. No tengo ni idea del cómo, pero quizá es posible extraer ejemplos para resistir frente a la violencia estructural que sufrimos sin llegar a la otra violencia, la de los tiros. Mi función estaba repleta, era evidente, de gente mayor con ideas republicanas (esperemos que se entere de su existencia la gente joven con ideas republicanas, porque van a alucinar en colores). El estremeciento era patente cuando Inma Cuesta (véase foto de arriba del todo) sale con la bandera, o cuando suena El ejército del Ebro / rumba la rumba la rumba la. Aunque, si no son republicanos, no se corten: a mí me encanta El triunfo de la voluntad, un engendro ideológicamente impresentable. O Celia Gámez. A ustedes puede encantarles esto. Si yo fuera el productor, colocaría una pancarta en el vestíbulo del teatro, para que el público la viera a la salida:
Todo el que pueda perdonar, que perdone. Y el que no pueda, que apriete los dientes y se calle, que todavía tiene más mérito. Es lo que llevo haciendo yo toda la vida cada vez que veo esas imágenes de bombardeos y recuerdo a mi abuela mirando a los aviones alemanes que bombardeaban Gernika, o echándose a rodar ladera abajo con un hijo en cada brazo cuando la ametrallaban. Me pasé media función intentando que mi vecino de asiento no se diera cuenta de que me tenía que secar las lágrimas.
P.J.L. Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, comente. Soy buen encajador.