Sala: Parroquia de San Ginés Autor: Isaías, San Pablo, San Juan Evangelista y otros Director: Sin créditos de dirección Intérpretes: Vicario Diocesano, presbíteros de San Ginés, figurantes Duración: alrededor de 1.30' (tuve que irme algo antes del final, una pena)
Información práctica: la función se programa en miles de salas de todo el planeta una sola vez al año, el primer viernes de luna llena de primavera.(nunca antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril), generalmente sobre las cinco o seis de la tarde.
Esto no es en San Ginés, es en el Vaticano, pero la acción es idéntica.
[Por si alguien necesita la aclaración, en esta entrada no hay ni asomo de mofa. La parte material de la liturgia católica es esencialmente escénica, y hacía tiempo que quería escribir algo sobre eso]
Adoro la liturgia (como cualquier amante de las artes escénicas), y creo que la de Viernes Santo es mi preferida. No en vano se refiere al acontecimiento central de la fe católica, la muerte y resurrección de Jesús, celebradas en lo que se denomina Triduo Pascual. El Jueves Santo rememora la institución de la eucaristía en la Última Cena. El Viernes, la Pasión y Muerte. A partir del Sábado Santo, y durante el Domingo de Gloria, se celebra la Pascua de Resurrección. Al considerar el aspecto escénico de estas celebraciones, éste es el factor que antes llama la atención: que son funciones (así las llaman los propios católicos: "funciones") con un calendario perpetuo de representación. Como lo era el Tenorio por Todos los Santos o lo es ahora el Cascanueces por Navidad en los Estados Unidos. En el fondo, una maravillosa supervivenvia de los tiempos en los que el teatro tenía siempre un trasfondo sacro ligado al calendario. Conviene no olvidar que todo el teatro occidental tiene su origen en los dramas litúrgicos nacidos en las iglesias, precisamente como desarrollo de la liturgia de la Pascua de Resurección.
Hay tantísimo que decir en torno a esto, que voy a dividir la entrada en apartados dedicados a cada elemento.
TEMA: En principio no habría que contar nada de esto. La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es el relato central de nuestra civilización, sin el que nada es comprensible. Pero hace ya unos veinte años me encontré con una clase de diez personas entre las que ninguna tenía ni idea del asunto. Así que aquí va un resumen como de telegrama: Dios creó a Adán y Eva y sólo les impuso una prohibición: no comer del árbol del bien y del mal (por cierto: identificar esta prohibición con el sexo es una tontería victoriana; lean bien, "árbol del bien y del mal") // Comieron, por culpa de ella, claro, y eso les supuso la expulsión del Paraíso, ganarse el pan con el sudor de la frente y parir a los hijos con dolor // Esa transgresión se llama Pecado Original, y se transmitió a toda la progenie de Adán y Eva, excepto a una sola persona: la Virgen María, "sin pecado concebida". Esta creencia es un dogma que se llama de la Inmaculada Concepción, impulsado principalmente por la iglesia española. Se le suele llamar el dogma español, y por eso el monumento de la foto está justo frente a la Embajada de España cerca de la Santa Sede, en Roma. Otro día les contaré por qué se llama "cerca" de la Santa Sede. Comprenderán que tenga debilidad por el vocablo.
Crucifixión de Tintoretto, escalofriante belleza.
// En su infinita misericordia Dios envió a su propio hijo a enseñar a la humanidad cuál era el camino para redimirse de ése y otros pecados (a su propio hijo, pero también en cierta medida a sí mismo, pero ésa es otra cuestión que ha hecho correr no ríos, sino mares de tinta, y hasta de sangre, durante dos mil años, aparquémosla) // Para cumplir su misión, el enviado se encontró en la tesitura de tener que sacrificar su propia vida, por pura coherencia, cargando así, simbólicamente, con el pecado de todos // Al tercer día de ser ejecutado resucitó, mostrándonos el camino de la redención. // Moraleja: quien crea en Mí, tendrá la vida eterna.
Espectacular, ¿no? La respuesta a todas las preguntas (¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?) condensada en un relato que hunde las raíces de su eficacia en las profundidades de los arquetipos jungianos y que amasa la autoría colectiva de millares de seres humanos. Pues bien, ya han entendido que el oficio de Viernes Santo se coloca en el mismísimo centro de ese relato: el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, es crucificado y muere. La luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas la rechazaron (del evangelio según San Juan). Éste es el tema de la función.
TEXTOS: Si el tema recoge milenios de tradiciones superpuestas, los textos no se quedan mancos. Son, al menos, de tres procedencias. En primer lugar, los bíblicos. Uno del profeta Isaías, escrito en hebreo a finales del siglo VIII a.C., en tono profético, y que contiene el célebre pasaje del "varón de dolores", prefiguración del Cristo torturado (aquí a la izquierda tienen un ecce homo de Guido Reni; la concreción de la profecía). O sea: un trozo de la cultura semítica de hace 2.800 años, vivo y coleando entre nosotros. Maravilloso. La carta a los hebreos atribuida a San Pablo, escrita en griego en la segunda mitad del siglo I. O sea: un ejemplo de la hibridación de la cultura semítica y helenística de hace 2.000 años. Maravilloso. Además, el relato de la Pasión y Muerte del evangelio atribuido a San Juan, escrito en griego a finales del siglo I, en un estilo de sobrecogedora concisión y, casi, de objetividad periodística. Mi momento favorito es cuando Pilatos responde a Jesús "¿Y qué es la verdad?". El refinado y descreído romano hijo de su tiempo, pasmado ante la predisposición al martirio de un rabino judío imbuido de la trascendencia de su misión. Además: ésta es la única lectura del Evangelio que se realiza por tres personas, una como narrador, otra como Jesucristo y otra para todos los demás papeles. Es, por tanto, lo que llamamos habitualmente lectura dramatizada. Maravilloso. Por no hablar de los salmos intercalados (a los que el público asistente, propiamente llamado "asamblea", responde repitiendo un verso, llamado "antífona"; una forma de representación que se remonta, al menos, a las culturas babilónicas, y que entre nosotros ya sólo se practica en la iglesia y en algunas formas de música caribeña). Cuatro géneros literarios: profecía, homilía, narración y poesía.
Versión historicista, con un leve toque de simbolismo, del encuentro
entre Jesús y Pilatos (Mihály Munkacsy).
En segundo lugar, los textos de la liturgia propiamente dicha (tanto los invariables como los propios de la festividad), traducidos al castellano con gran habilidad. No sé cuándo tuvo lugar la traducción, pero diría que fue hacia los años sesenta del siglo pasado. La plegaria u oración universal de Viernes Santo es especialmente hermosa: se reza, en círculos concéntricos sucesivamente ampliados, por la Iglesia Católica, por el resto de iglesias cristianas, por el pueblo judío, por los creyentes en Dios y hasta por los no creyentes. [Me voy a permitir esta única mención ideológica: no estaría mal que la iglesia orientara siempre su acción pública con este espíritu de fraternidad universal]. Acierto en San Ginés: la plegaria se salmodia (ver aquí el apartado "fórmula salmódica"). Otra reliquia de la noche de los tiempos. El sacerdote que canta tiene buena voz y buen gusto, pero el sistema de amplificación es desastroso. Harían bien en dejarle cantar a pelo, se basta y se sobra.
En tercer lugar, la aportación personal del celebrante en la homilía (o sermón). Poco que comentar: el Vicario Diocesano largó una sarta inconexa de lugares comunes. Ya tiene mérito que la imaginación no le dé para más con semejante tema de fondo a comentar.
ESCENOGRAFÍA: Sea cual sea la disposición del espacio utilizado, los celebrantes se colocan, como en un teatro a la italiana, frente a los asistentes, en la zona llamada presbiterio, casi siempre sobreelevada. En San Ginés tenemos la suerte de asistir a la función representada en un templo histórico (del XVII) con planta de tres naves y crucero, capillas laterales, presbiterio rectangular y coro a los pies. El motivo de que, a primera vista, uno no sepa si atribuir su aspecto a un barroco especialmente austero o a un neoclasicismo poco depurado, se debe a que el estilo primitivo está sepultado por la restauración que Juan de Villanueva realizó tras un incendio. El altar mayor (en la foto) está presidido por cuatro columnas colosales rematadas por un arco y alberga una reproducción del original óleo barroco de Francisco Rizi con el Martirio de San Ginés. Incluso siendo una obra estándar para su tiempo, no dejan de impresionar tanto la atrevida composición, como la coexistencia de un plano terrenal, abajo, y otro angélico, arriba, en perfecta armonía. Reflejo en la escenografía de lo que los ritos realizados en el altar propician: la comunicación entre ambos planos.
La foto da idea de la sensación espacial producida por las tres naves, el crucero, las capillas laterales, las bóvedas y la cúpula, con el altar mayor al fondo.
Como en el caso de los textos, la eficacia de la fórmula escenográfica está avalada por siglos de experiencia. La atención del espectador se concentra en el altar mayor, pero tanto los flujos espaciales en diversas direcciones, como el derroche iconográfico en la pintura y escultura de las capillas laterales, acompañan a la función de forma permanente y prestan a la representación una gran riqueza de sentido trascendente.
GESTUALIDAD: Otro punto fuerte de la función. Piensen que ya la salida a escena de los intérpretes comienza con la prosternación completa del celebrante ante el altar (como en la foto de más arriba), en completo silencio. Al ritual ordinario de la liturgia católica se le suman en Viernes Santos dos prodigiosos hallazgos de gestualidad. El primero, la adoración de la cruz. La cruz se lleva en procesión hasta el altar, acompañada con velas. Muy bien en San Ginés: el celebrante recorre toda la nave central. Durante toda mi vida he visto esa cruz tapada por un paño morado. Se canta tres veces Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo (atención a la enorme potencia de la imagen literaria) y la asamblea responde Venid, adoradlo. En cada una de las repeticiones se descubre un brazo, el otro brazo, y la totalidad de la cruz. En San Ginés se cantó en latín, sin intervención de la asamblea y sin paño. Error. Vaya manera de desaprovechar el mejor momento de la función. Vean en la foto cómo se hace bien. El segundo, cuando se procede a vestir el altar. Tienen que saber que esta función no es una misa en sentido estricto, porque en Viernes Santo no hay consagración. El altar se presenta desnudo al inicio. Para proceder a la comunión, se trasladan las hostias consagradas del lugar en el que se han guardado la víspera (llamado "monumento", normalmente una capilla lateral; hasta hace unos años era habitual ir de iglesia en iglesia visitando estos "monumentos" el viernes por la mañana) hasta el altar. Para ese momento, el altar se viste; uso de la utilería, al cabo. Lamentablemente, no pude quedarme a verlo, pero si se hace con la gestualidad necesaria (que no es otra que esa actitud de recato sacerdotal que suele llamarse, con expresión equívoca, "unción sacerdotal") es otro momento de gran fuerza gestual.
VESTUARIO, ILUMINACIÓN: Las prendas litúrgicas (casullas) que portan los celebrantes en Viernes Santo son de color rojo. No me extenderé en esto, porque nos puede dar pascua florida de 2014, pero es conveniente señalar que en este aspecto del vestuario, como en tantos otros de la liturgia, se esconde bajo varias capas la pervivencia de los usos del Imperio Romano. Busquen por ahí. La iluminación de San Ginés no es gran cosa (a las cinco de la tarde del inicio de la primavera, algunas iglesias tienen efectos mágicos de luz interior con profusión de velas y luz exterior a través de ventanales). Lo más destacable, las luces de la capilla del monumento (capilla de Nuestra Señora de Guadalupe) y la que alberga el paso de la caída en el Calvario (capilla de Nuestra Señora de las Angustias).
PARTICIPACIÓN DEL PÚBLICO: Esta cosa tan moderna, que se llama ahora interactuar, se practica en la liturgia desde hace milenios. Los asistentes participan con su gestualidad (se sientan, se levantan, se arrodillan, se persignan, comulgan), responden al celebrante, recitan las antífonas de los salmos y cantan.
MÚSICA: La selección, impecable, arranca con el impresionante coral Erkenne mich, mein Hutter (Reconóceme, mi guardián) de la Pasión según San Mateo de Bach. La parroquia cuenta con coro y orquesta, además del órgano, algo relativamente frecuente en siglos pasados, y absolutamente excepcional hoy en día. La música interpretada después cuenta con presencia relevante de la obra de Tomás Luis de Victoria, (en el grabado) uno de los más grandes polifonistas de la historia, ligado en vida a esta parroquia. Oír aquí su música añade una capa más de valor simbólico a la experiencia. La interpretación, correcta. El resumen de esta crítica sería el siguiente: la obra es realmente superlativa, a la altura de cualquier espectáculo que se nos ocurra; la versión que vimos en San Ginés tiene a su favor tanto eso como el resto de elementos proporcionados por la tradición (escenografía y música, sobre todo), y en contra algunas cuestiones de menor entidad (homilía, amplificación, falta de paño en la adoración), pero en conjunto no desmerece. Esto es hacer teatro, no en el sentido figurado de "fingir" o "simular", sino en el primigenio de representar textos y acciones predeterminadas con intención artística. Si no se les había ocurrido, prueben a ver la función el año que viene con estos ojos allá donde les toque: se representa por todas partes. |
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