domingo, 31 de marzo de 2013

KAFKA ENAMORADO

Sala: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa) Autor: Luis Araújo Director: José Pascual Intérpretes: Beatriz Argüello, Jesús Noguero y Chema Ruiz. Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Creía yo, veo ahora que erróneamente, que el ciclo De la novela al teatro del Centro Dramático Nacional programaba adaptaciones teatrales de novelas. Era el caso de La rendición (aquí tienen mi crítica), de Atlas de geografía humana (que me perdí) y de El hijo del acordeonista (que veré el domingo, ya les contaré). En mi ignorancia, me he vuelto loco buscando una novela que se titule Kafka enamorado, que no parece existir. Así que más que de la novela al teatro se trata esta vez de el novelista al teatro. También desharé otra confusión importante: desengáñense, Kafka nunca se enamoró de Luis Araújo, a pesar de que encuentren por todas partes la referencia "Kafka enamorado de Luis Araújo". La manía de no poner cursivas. Vean qué diferencia: "Kafka enamorado de Luis Araújo". Magia de la tipografía... Deshechos estos relevantes malentendidos, vamos al grano. Si sólo le interesa la crítica, sáltese los cuatro primeros apartados. Me temo que estoy en vena, y va rollo, aprovechando que hay un pretexto para hablar un poco de algo que no sea teatro. Tengo otros intereses, ¿saben?


I

La educación se basó durante siglos en el
conocimiento de textos clásicos. Ya no.
Véanse esto.
Empiezo por confesar que la novela en alemán no es mi fuerte, por simple cuestión de afinidad. Me eduqué (en todos los sentidos) con cinco literaturas: Homero; Dante; Dostoievski  y Tolstoi; Dickens; y, sobre todo, Balzac, Stendhal y Flaubert. Una educación retrasada, al menos, tres o cuatro generaciones respecto a cualquier europeo. Sumé mis propias circunstancias a nuestro retraso crónico desde Trento, y salió lo que salió. Vamos, que fui un retrasado. Aunque ese vivir fuera de mi tiempo tuvo un aspecto positivo: asimilé un tipo de educación basado en el conocimiento de los clásicos que era un anacronismo para mi generación (no digamos ya para las posteriores). Me parecí mucho más a un escolar francés de 1920 que a cualquier otra cosa y me tragué mi ración del canon antes -bastante antes- de los dieciocho. Eso que llevo ganado.


II

Ésos fueron los hilos de los que tiré para llegar al siglo XX. Y, aparte de la literatura inglesa y norteamericana, el filón más rico al que me condujeron fue el de la novela francesa, de la que llevo nutriéndome desde entones. Antes de escribir esto, y para poner un cierto orden en mis percepciones de conjunto, he echado un vistazo a la tradición francesa y alemana hasta, aproximadamente, una generación posterior a Kafka. 

   

Thomas Mann, Stefan Zweig, Alfred Döblin y Robert Musil.

Entre los contemporáneos de lengua alemana del checo, y salvo despistes, (que estoy escribiendo medio amodorrado) son cuatro los nombres que han accedido a la universalidad: Thomas Mann (1875-1955); Alfred Döblin (1878-1957); Robert Musil (1880-1942); y Stefan Zweig (1881-1942), bastante por debajo, a mi modesto entender, del resto, por mucho que su biografía de Fouché sea uno de mis libros de cabecera. Nunca he enloquecido por ninguno. Ni siquiera por Los Buddenbrook, quizá la más asimilable a modelos europeos estandarizados de las novelas de Mann. Aunque escribir esta entrada me va a servir para releer a Döblin y a Musil, que los tengo un poco desdibujados. Si los encuentro crecidos, ya les comentaré algo.


III

¿Qué apreciamos en la literatura? ¿Por qué decimos que algo es bueno? Si revisan sus propios gustos verán que les atraen cosas que deben su aprecio a motivos bien distintos. El proceso se publicó en 1925. ¿Por qué me gustan a mí El gran Gatsby (The great Gatsby, F. S. Fitzgerald), Arte amor y todo lo demás (Those barren leaves, Aldous Huxley) o Los monederos falsos (Les faux-monnayeurs, André Gide), publicados los tres el mismo año? 

                                      

Aldous Huxley, Francis Scott Fitzgerald y André Gide.

Fitzgerald, por su capacidad para crear atmósfera y rodear cualquier cosa de un aura inefable de trascendencia. El denostado Huxley, por alcanzar la consistencia de un ensayo sin ceder en la calidad de la narración (en este caso, como en Contrapunto, de un ensayo sobre las diversas maneras de afrontar la existencia). Gide, el inmenso Gide, por los alardes pirotécnicos de construcción narrativa que no descuartizan un relato convencional en el fondo: lo tiene todo, experimentalismo y emoción en el mismo envase. Por supuesto, otros muchos (Borges, Donoso, Carpentier, Moravia...) me gustan por otros muchos motivos. ¿Y Kafka? Modestamente, creo que el valor de Kafka estriba en haber encontrado alegorías tan potentes como las de El proceso La metamorfosis. Pero, humildemente, me parecen novelas "de feliz idea": un hombre amanece convertido en insecto; un hombre se ve engullido por una maquinaria administrativa incomprensible. Son imágenes en las que nuestro tiempo se reconoce, que quedan indefectiblemente marcadas en la memoria, pero cuyo desarrollo literario no tiene mucho recorrido (no por nada son novelas cortas). Poco que ver con los monumentos del apartado siguiente.

IV

Montherlant, completamente
olvidado en España.
Me he dejado para el final lo que más me apetece contar, por un motivo militante: porque no entiendo que la novela francesa de los primeros decenios del siglo XX haya desaparecido prácticamente de nuestro panorama. Bueno, no sólo la novela: ya me dirán cuánto Montherlant o Giraudoux han visto últimamente en los teatros de Madrid. En general, la comunicación cultural entre las lenguas romances (portugués, castellano, catalán, francés, italiano) que ocupan un territorio compacto en el sur de Europa ha descendido a niveles incomprensibles. Realmente difícil de explicar. Pero ciñámonos a la novela. Sí, todo el mundo les dirá que Proust es, con Joyce, el creador de la novela moderna. Pero, ¿cuánta gente lee a Proust? ¿Tiene presencia entre nosotros? Una presencia mucho menor que la de Joyce, lingüística y culturalmente mucho más lejano. Y ahí tienen, por ejemplo, a Vila-Matas, dedicándole una novela hace nada (un insufrible pestiño de novela, pero una novela, al cabo). 

Y si Proust está casi ausente, no les cuento el resto. He citado Los monederos falsos de Gide más arriba, y tengo que mencionar también Los sótanos del Vaticano (Les caves du Vatican). Si Proust nace en 1871, poco más jóvenes son Roger Martin du Gard, 1881, autor de un apabullante fresco histórico-social sobre el estallido de la Gran Guerra en Les Thibault (Los Thibaultque le valió el NobelFrançois Mauriac (otro Nobel), 1885, una de las escasas figuras públicas del catolicismo europeo que condenó la actuación del bando nacional en nuestra Guerra Civil; lean, si la encuentran, Le noeud de vipères (Nudo de víboras); Jean Giono, 1895, Le chant du monde (El canto del mundo); o Céline, 1894, Voyage au bout de la nuit (Viaje al fin de la noche). Está de más decir que todos estos títulos son obras de primer nivel. Pero el torrente no se agota. Los nacidos inmediatamente después del cambio de siglo no son mancos. André Malraux, 1901, La condition humaine (La condición humana) algo más popular que el resto en España; Irène Némirovsky, 1903, Suite française (Suite francesa), premiada con el Renaudot sesenta y dos años después de la muerte de su autora, también fue un bombazo aquí; Raymond Radiguet, 1903, Le diable au corps (El diablo en el cuerpo); 1903, Lucien Rebatet, Les deux étendards (Los dos estandartes); 1907, Roger Peyrefitte, Les ambassades (Las embajadas); 1909, Robert Brasillach, Les sept couleurs (Los siete colores). Y sólo estoy citando autores y obras que he leído, y una por autor (para no volverlos locos), y estoy muy lejos de tener un conocimiento profundo de este asunto... o sea, que imaginen. ¿Saben de aquél que decía "me gusta tanto el cerdo que me gustan hasta sus andares"? Pues a mí me gustan tanto los novelistas franceses, que me gustan hasta los nazis (Céline, Rebatet, Brasillach). ¿Qué quieren que les diga? Al lado de este derroche de talento e inteligencia, lo de Kafka se me queda un poco corto. No sé cuántas de estas novelas están en el mercado ahora mismo en castellano; desde luego, no todas. Pero si no han accedido a esta mina de oro, pónganse a ello; les garantizo muchas satisfacciones.

V

Bueno, y vamos con Kafka enamorado de una vez. José Pascual hizo hace poco un estupendo trabajo de marquetería fina con La anarquista. Repite ahora con otro formato de cámara, en el que su presencia es más evidente: La anarquista era un montaje desnudo, dos actrices frente a frente y poco más. Esto no quiere decir, desde luego, que estuviera ausente. En un montaje que funciona, siempre es buena señal que la mano del director sea invisible. En Kafka enamorado se aprecia necesariamente más su capacidad de orquestador, porque la función está más vestida: hermosa escenografía de Alicia Blas Brunel (¿Reciclada de La rendición? Si es así, funcionaba entonces y funciona ahora); delicada iluminación de Pilar Velasco; una música muy bien puesta por Luis Delgado; y un fantástico vestuario de Rosa García Andújar. Más aparente el de ella, como es lógico: en la foto de arriba del todo ven algo del discreto traje de Felice (que también luce una camiseta bordada y una túnica transparente muy molonas), y en ésta de al lado el fastuoso de Grete (también interpretada por Beatriz Argüello), que podría salir así vestida de asistir a un estreno de los Ballets Rusos. La foto no le hace mucha justicia. Pero me impresionó sobre todo el simple traje gris de Kafka: un pantalón de talle alto, con cintura ancha, y una chaqueta con las puntas inferiores siempre un poco proyectadas hacia adelante cuando la lleva abierta y las tapas de los bolsillos laterales inclinadas. Les parecerá que se me aceleran las neuronas, pero en esas tapas y esas puntas me pareció ver en germen todo el expresionismo alemán. Un vestuario claramente a favor de la construcción de los personajes.


Franz Kafka y Felice Bauer, los de verdad.
Si a uno le cuentan que la función está basada en la relación entre Kafka y Felice Bauer, con amplia presencia de las cartas que se escribieron, puede echarse a temblar, temiendo un ladrillo de cuidado. Pues nada de eso. Araújo ha sabido hilar un relato atractivo en el que las cartas, los encuentros, y algunos reflejos más o menos explícitos de la obra de Kafka, al menos de La metamorfosis El proceso, se suceden en una historia de ni contigo ni sin ti, sobre un tema de fondo: el compromiso moral del artista con su obra. Además, dura lo que tiene que durar.

Jesús Noguero, que compone un Kafka tierno, adorable por momentos, y Beatriz Argüello, que me perdí hace unos años, cuando se atrevió con 4.48 psicosis de Sarah Kane, se mueven en un registro reposado que le va a la función como anillo al dedo. Ambos con una dicción impecable, algo de cuya importancia sólo nos damos cuenta cuando tenemos delante a alguien que la domina. Me temo que el cine y la televisión nos han acostumbrado a dar por buena cualquier cosa. Los dos infinitamente más guapos que los personajes históricos, desde luego. Chema Ruiz, impecable en varios papeles secundarios. En conjunto, se le pasa a uno el rato volando ante este cuidado y pulido ejercicio de teatro de cámara.
P.J.L. Domínguez
           



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