Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Alguna luz, y bastante sombra, repartidas entre el texto, la ubicación en el Fernán-Gómez y la interpretación. La obra de Fernando Ramírez-Baeza ganó en 2009 el Carlos Arniches, y no le faltan méritos. El primero, su oportunidad: una intriga político-financiera que deja al descubierto cómo construyen los poderosos esa realidad que luego vemos en los telediarios reproducida como en un teatro de guiñol. ¿Se les ocurre algo más oportuno? Casi todo, luego veremos el casi, perfectamente verosímil. La acción avanza a ritmo a veces vertiginoso, pero está bien urdida, se sigue con claridad. Muy bien repartida la información entre lo que escuchamos a los personajes de carne y hueso, y la constante irrupción de comunicaciones teléfonicas o en vídeo.
Sólo encuentro un par de pegas, aunque son de entidad. En primer lugar, la motivación del individuo que viene a tocar las narices esgrimiendo un vídeo comprometedor. No voy a revelarla, pero me temo que a día de hoy debe de estar aproximadamente hacia el puesto veintitrés de las preocupaciones de los españoles. Esa lista ha cambiado de forma tan vertiginosa, que justificaría retocar el texto de manera que el héroe exigiera, por ejemplo, el cambio de la ley hipotecaria. De lo contrario no se entiende mucho tanto empeño en algo que, colectivamente, parece que nos importa un bledo. ¿Me estaré pasando? (Ya se habrán dado cuenta de que soy un poco obsesivo: acabo de irme a la página del C.I.S., y el porcentaje de encuestados que citan lo más parecido a la motivación del personaje díscolo de Subprime en la lista de cuestiones planteadas en enero de 2013 es del 0'0%, una vez redondeado. Lo mencionó una de las 2483 personas encuestadas. La verdad es que sorprende, pero, efectivamente, parece importarnos un bledo. Ojo: no extrapolen, hablo de sociología. A mí sí que me preocupa). La otra pega es el final, lo único poco verosímil de todo el relato. No quiero decir que no pudiera ocurrir en la realidad, pero la narración no prepara un desenlace de ese calibre.
La escenografía de Mónica Boromello (muy presente últimamente: Yerma de Narros, Luces de bohemia de Homar, Shirley Valentine de Iborra) es atractiva y resuelve lo que había que resolver: una sala de reuniones, un despacho, un pasillo, una salida a la azotea... y una forma de disponer a la vista del espectador las irrupciones en vídeo. La foto de más arriba es ilustrativa. Bien iluminada por José Manuel Guerra. Sin claridad escenográfica y de iluminación, no se entendería ni papa de la trama. Los vídeos, de calidad muy irregular, son otro cantar. Y el gran pero: ¿por qué se ha colocado el invento (que es un mecano desmontable) tan atrás en el escenario del Fernán-Gómez? Como no haya algún impedimento técnico que se me escape, no veo el motivo para añadir ese porrón de metros de distancia a la visión (y a la escucha) del espectador.
Cosme de Medici, por Pontormo. Las manos, las manos dan el personaje. |
Chete Lera |
En las interpretaciones, un poco de todo. Estupendo Chete Lera, en el papel del vicepresidente: el potaje que lleva dentro le sale en forma de tics, gestos forzados, actitud... contorta. Lo siento, tengo que decirlo en italiano; la traducción contrahecha no da el sentido original, que tiene también connotación moral. A cambio, les pongo al lado una imagen de alguien que también debía de llevar su dosis de porquería dentro: observen la crispación de las manos y olviden la relativa nobleza del rostro. De nobleza, al Riopérez de Lera no esperen encontrarle ni rastro (anda, me ha salido una figura retórica, a saber cómo se llama). Qué triste que sea algo tan creíble. Federico Aguado, el joven rebelde, sale bien parado; evita al contestatario repelentillo que suele verse en ocasiones parecidas. De los secundarios, muy bien Aure Sánchez: suelto, natural, el aire fresco de realidad en esa atmósfera infecta de despacho. Sobre Daniel Huarte, mejor correr el velo de la piedad. El resto cumple. Ah, muy bien puestas las poquitas frases de Eduardo -no sé el nombre del actor- en un par de vídeos de lastimoso mobiliario y fotografía.
Pero la gran incognita que Subprime plantea es otra. ¿Cómo dar la vuelta a la situación que padecemos? ¿Cuáles son los mecanismos reales del poder? No. La pregunta es: ¿Por qué coloca Pep Munné la voz donde la coloca? Desde la primera hasta la última frase, y no para de hablar durante prácticamente toda la función, en un extraño lugar entre la nariz y el velo del paladar. El efecto es insoportable. Munné es un actor más que contrastado, no entiendo lo que le ha ocurrido. Llegué a pensar que le podía haber cambiado la voz, pero no. Vean este vídeo: no hay muchas frases de la obra, pero percibirán con claridad el abismo entre su emisión natural y la que usa en el escenario. Es, de largo, el elemento más perturbador de la puesta en escena. Puesto a pensar: ¿será que no ha encontrado otro medio de hacerse oír en el Fernán-Gómez? Porque, digámoslo claro, en ese teatro, y ahí al fondo, hay que amplificar. Una buena parte de lo que se dice llega al oído del espectador convertido en un amasijo de consonantes.
En resumen: no se van a aburrir, la trama entretiene y está bien llevada. Pero tampoco saldrán dando saltos. Ah, que no se me olvide, lo que es de nota es la página web. Ya me gustaría a mí encontrarme la información así servida para cada crítica que escribo. No les he puesto más enlaces, porque tienen ahí todo lo referido al equipo de la obra.
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