Sala: Teatro Valle-Inclán (sala Francisco Nieva) Autor: María Velasco Director: Jesús Cracio Intérpretes: Juan Calot, Richard Collins-Moore, Miquel Insua, Julián Ortega, Julio Rojas, Carmen del Valle Duración: 1'30
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)Juan Calot, Carmen del Valle, Miquel Insua y Julio Rojas.
¿A ustedes les parece una casualidad que haya ahora mismo en la cartelera de Madrid tres espectáculos ubicados en la transición? Transición, A quién le importa (sobre canciones de Carlos Berlanga) y ésta. Por no decir que vuelve el estrepitoso éxito de Hoy no me puedo levantar, como adecuada metáfora de lo que Olga (Carmen del Valle) dice en La ceremonia de la confusión. Que nada decente se ha hecho desde los ochenta. Sumen a Almodóvar intentando regresar a su primera juventud.
Pues no: no es una casualidad. ¿En qué creen que pensaba toda Europa en 1940? En la Gran Guerra. ¿Dónde se fijaban los revolucionarios de 1848? En 1789. ¿De qué llevan los economistas cinco años hablando? De la Gran Depresión. ¿Recuerdan la celebérrima cita de Marx, según la cual la historia se repite como farsa? Vean cómo sigue: Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre
arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo
aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y
les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las
generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y
cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a
transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de
crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su
exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus
consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez
venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la
historia universal. (Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Sí, el de la foto es ÉL). Hablando en plata: cuando se lía parda, todo el mundo se pregunta cómo salió de la anterior. Con la que tenemos montada (estoy escribiendo esto a pocas horas de la infamia del corralito en Chipre), era previsible que volviéramos la vista atrás. Y ahí lo tienen: la reflexión ya está en los teatros.
En fin, vamos a lo nuestro. Una de las reglas fundamentales de la crítica es juzgar cada cosa como lo que es. Para que me entiendan: no se puede aplicar a la función de Navidad de un colegio de primaria el mismo rasero que a la Comédie Française. Y, en este caso, es necesario explicar de qué va el formato. El Centro Dramático Nacional (que ha comenzado una labor importante respecto a la nueva dramaturgia española, ya tendremos tiempo de comentarla) encierra a trabajar durante mes y medio a autor, director e intérpretes. El texto se va configurando a la vez que el montaje. De ahí el título del programa: Escritos en la escena. Iniciativas de este tipo constituyen un campo ideal para la experimentación de los autores, pero no hay que olvidar que son apuestas a medio plazo: no puede esperarse un producto niquelado. Además, en el formato del CDN (los hay con otros tiempos y, por supuesto, compañías que trabajan así sin límite de tiempo), el trabajo es continuado; no hay un parón que permita al autor retirarse a su madriguera a rumiar el atracón de experiencias que le deben de proporcionar director y actores desatados. Vamos, que hace falta un cierto valor para embarcarse en la aventura, y firmar después el producto con tu nombre. La trama, vídeo y más fotos, en este enlace.
Julio Rojas y Julián Ortega
Dicho todo esto, el evidente punto flaco de La ceremonia de la confusión es el texto. Encorsetado, hasta alambicado por momentos: añagaza. ¿Quién dice añagaza? Jactar. Tengo un texto entre manos en el que un personaje recrimina a otro: "Es peor que eso, has venido a esta casa a usar el verbo jactar". Pues eso: el carácter de los personajes y el lenguaje -y lo de menos es el vocabulario, es la construcción del discurso lo que chirría- se dan de tortas. Eso perjudica, sobre todo, a Pau y a Olga. El primero es muy joven (y no conozco ni uno que hable así), y la segunda una superviviente prácticamente post-yonqui. Por una extraña, y errada, ley de la compensación, son los dos personajes más radicales los que tienen los párrafos más artificiosamente literarios. Aunque a Carmen del Valle no le ocultan del todo la actriz que lleva dentro. Rojas está aún un poco verde, pero es joven y se lo puede permitir.
Calot, siempre eficaz (lo recuerdo con la misma eficacia en la versión de Mara Recatero de Un marido de ida y vuelta). Julián Ortega apareció el otro día en mi crítica de Las huérfanas a cuento de intérpretes travestidos y de Las criadillas de Genet. Aquí saca adelante varios papeles cortos y muy contrastantes (también uno semitravestido, va a ser un karma), todos con empuje y de forma convincente: este hombre tiene madera de todoterreno, lo mismo le da el clown que el drama. Me cuentan que está haciendo por ahí una estupenda versión de La historia del tigre de Fo, que no he visto todavía; ya se la contaré. La mejor parte se la llevan Collins-Moore (aquí a la izquierda) e Insua: el primero, porque le ha tocado una sugerente participación entre onírica y estrambótica en la que sólo canta, y a la que ha sacado partido bordando un personaje no se sabe si fantasmal o un poco p'allá a base de simple gesticulación facial. Por cierto, canta bien. Vale para él aquello que dije de Edu Soto respecto a El lindo Don Diego: este señor es un actor, y no el corresponsal en Inglaterra de La Noche Hache (aquello era también un personaje, por si hace falta decirlo). Me pregunto de quién es la estupenda versión de Groenlandia. ¡Quién les iba a decir a Los zombies que la canción funcionaría también lenta y melancólica! En cuanto a Insua, su suerte en el reparto ha consistido en que le corresponden los mejores textos, y los ha sabido aprovechar. Antes de seguir, una foto:
Insua en IP - La serie
En conjunto, y como decíamos, no cabe olvidar que estamos más ante una muestra de laboratorio que ante una función al uso. Pero incluso así, y sin los fastos a los que nos tiene acostumbrados el teatro público, entretiene y, a ratos, conmueve. No está mal, teniendo en cuenta el enorme riesgo, en estas condiciones, de haber terminado haciendo honor al título.
P.J.L. Domínguez
P.S. Me comunican que la versión de Groenlandia es del propio Collins-Moore. Excelente.
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