lunes, 25 de marzo de 2013

DONDE MIRA EL RUISEÑOR CUANDO CRUJE UNA RAMA

Sala: Teatro Español (sala pequeña) Autor y director: Hugo Pérez Intérpretes: Estíbaliz Martyn, Mª Ángeles Pérez Muñoz / María Maciá (alternando para el San Gabriel), Katia Antipova, Badia Albayati, Pablo Rossi Rodino, José Miguel Baena, Iván Oriola. Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Las fotos no corresponden a la versión del Español, sino a la previa de la Sala Tribueñe. Da igual, las voy a poner, porque dan idea de la altura de una propuesta alucinante (una palabra de la que se abusa, pero que aquí es obligada).









Estupefaciente. No encuentro nada más adecuado que resuma mejor el espectáculo. No hay manera de adscribirlo a genéro o tendencia que yo recuerde en el Madrid de los últimos años. Algunos intentos ha habido de resucitar formas teatrales antiguas, pero el Ruiseñor es eso, y mucho más que eso. Detrás hay un individuo que es un meteoro de órbita excéntrica y luz propia: Hugo Pérez. Autor, director y todo lo que se puede ser de Por los ojos de Raquel Meller, un éxito clamoroso de crítica y público. Firma esta vez la autoría, la dirección, la iluminación (con Miguel Pérez Muñoz), el vestuario (con Ana Moreno) y las proyecciones. No he conocido en mi vida (y he conocido a mucha gente de la que sale en los libros de texto) a nadie con más talentos distintos. Perdonen que me ponga tremendo, pero puesto a buscar un referente, tengo que picar hasta, por ejemplo, Robert Wilson. Porque lo realmente estupefaciente del Ruiseñor es que todos y cada uno de los elementos que el espectador percibe en todos y cada uno de los momentos de la función están ajustados milimétricamente: música, dicción, prosodia, canto, vestuario, iluminación, movimiento de actores, ritmo narrativo. ¿Ven las fotos? Pues imaginen eso en movimiento y tendrán una pálida idea.

Sólo la autoría del texto revelaría ya una personalidad fascinante. Creo que se va a publicar, cosa que espero, porque es imposible apreciar sólo con la escucha la profundidad geológica de semejante artefacto, que incorpora estratos de muy diversa profundidad. Ya sorprende la habilidad con la que se reproduce el estilo de nuestra poesía -del tardomedievo al barroco- tanto de origen culto como popular; pero hay, además, un impresionante dominio de los conceptos y las imágenes poéticas de carácter sacro al alcance únicamente de un estudioso de la mística y las expresiones religiosas de todo tipo hasta el siglo XVII. Y no es un pastiche (aunque también es un maravilloso pastiche): este enorme caudal de conocimiento se combina de forma creativa, absorbiendo detalles contemporáneos (como "la primera vértebra judía y la última musulmana", cito de memoria). El espectador penetra un porcentaje variable de los significados, dependiendo de su cultura religiosa, pero no se preocupe. El efecto de conjunto es igualmente impactante, pille lo que pille. Este texto va a ser pasto de tesis doctoral, y si no me creen, al tiempo: va a salir algún exégeta de inmediato. De entre todos los momentos de brillantez, creo que me quedo con la enumeración de docenas de advocaciones de la Virgen... ¡con la melodía de Peregrina de Ricardo Palmerín! Otra genialidad. Y más abajo hablaremos de la música.

Este texto prodigioso se escenifica de forma no menos prodigiosa, a la manera de un auto sacramental. Todo está extremadamente ritualizado, estilizado, desde los anuncios de cada una de las jornadas que el acólito recita (la obra se subtitula Santo retrato de Gabriel y María en seis jornadas que hacen siete con el Glorioso epílogo a modo de Auto Sacramental). Los personajes se mueven con una lentitud majestuosa; en ocasiones, todos a la misma velocidad (y a la misma velocidad de los movimientos en las proyecciones, en un alarde de precisión). Apenas se relaja esta actitud en el delicioso baile de la escena de los Desposorios de la Virgen. La acción se detiene a veces en tableaux vivants calcados de la pintura barroca (vean las fotos); se extrema la estilización en los gestos de las manos, constantemente colocadas en ademanes místicos. La iluminación (sigan viendo las fotos) es colaboradora imprescindible para acentuar estos parentescos, con resultados magistrales a partir de medios tan sencillos como una gasa o una superficie reflectante en el suelo. La inundación simbólica es acentuada por elementos de utilería (la pluma de pavo real, la copa, la espiga, las flores...) que le hacen a uno desear salir corriendo a buscar un diccionario de símbolos.

De toda esta belleza, resaltaría dos momentos. La adoración de Gabriel, Santa Ana, la Virgen y San José que, congelados en una postura inclinada e iluminados desde abajo, acentúan de pronto la inclinación todos a una. El efecto es de emoción sobrenatural. El otro: la Dolorosa recibe un beso en la mano y, un segundo antes de que la luz se extinga, hace un mohín con la cabeza. Les parecerá quizá que se me ha ido la olla mientras escribo, pero tengan en cuenta que la función está construida sobre sutilezas de este calibre.

Casi todo el texto se canta, y el acompañamiento de piano es constante. Mikhail Studyonov ha compuesto una música con una pata en la tradición y otra en la modernidad, en la que se merodea alrededor de núcleos centrales -más modales que tonales- ocultos entre brumas. Tiene a ratos, y es lógico, un parentesco evidente con la música de la Generación de la República. A veces emergen con mayor claridad ritmos de origen popular. O la citada Peregrina en una versión (tengo que usar otra vez la palabreja) sorprendente. Es, desde luego, una música muy por encima de los estándares que estamos acostumbrados a oír en escena.

¿Qué decir de los intérpretes? Cantan -y cantan cosas realmente complicadas con ese acompañamiento que presta muy pocos apoyos a la línea melódica- mientras se mueven como si estuvieran programados y mantienen posturas imposibles. No quiero ni pensar en los ensayos que habrá costado todo esto, y en la entrega que supone. Más que intérpretes, se me antojan miembros de una secta encabezada por un visionario.  

Bueno, quizá ya basta, ¿no? Supongo que ya lo han entendido. Nadie que vea este montaje lo olvidará nunca. A la salida, JM me dijo lo que iba yo pensando: "esto debería verse fuera". Y dentro. Corran a por entradas, y manifiéstense a la entrada del teatro, si es preciso, para que la prorroguen o la reprogramen. A una mala, supongo que volverá a la Sala Tribueñe, que es donde nació. 
P.J.L. Domínguez
           

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues para el que no la haya visto,igualle parece muy entusiasta tu crítica,a mi me parece que has hecho una descripción muy exacta de algo que en si mismo es bastante indescriptible...
Impresionante ejercicio escénico !!! Y este Hugo Perez es un fenómeno...(Ya Raquel Meller me impresionó...)

Gádor dijo...

Es como sumergirse en la realidad superior del mejor sueño. Estoy deseando que publicquen el texto pero ya tengo las imágenes grabadas en la retina, en la piel y en el corazón. ¡Este Hugo Pérez es un genio del Arte!.

Anónimo dijo...

Una pasada de descripción, totalmente de acuerdo con el primer comentario. Os puedo recomendar obras de teatro en Madrid que no os podéis perder en Teatros Canal, como es la Fierecilla Domada.

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Ánimo, comente. Soy buen encajador.