lunes, 30 de abril de 2018

ILUSIONES

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor: Ivan Viripaev (versión de Helena Sánchez Kriukova) Director: Miguel del Arco Intérpretes: Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda Duración: 1.30' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Daniel Grao, Verónica Ronda, Alejandro Jato y Marta Etura. La foto es de Pablo Ramos Escola para diariocritico.es

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Qué nos cuentan y cómo nos lo cuentan. Si decimos que Ilusiones nos cuenta los  más de cincuenta años de convivencia de dos parejas nos quedamos cortísimos, porque lo relevante es cómo nos los cuenta. Casi sin diálogos, los intérpretes relatan en tercera persona lo que cada personaje hizo y dijo. Hizo, dijo y –sobre todo- pensó. Suena a ladrillo, ¿verdad? Era lo que podía resultar semejante reto narrativo extendido hasta los noventa minutos. Pero Viripaev escribió un texto luminoso cuyos rayos penetran en los recovecos del amor. Del amor de verdad, no de esa cosilla desasosegante y viscosa de las comedias “frescas”. 

Y en esto llegó Del Arco.

    Del Arco, un pedazo de artista que necesita moverse constantemente, ha tenido la osadía de atreverse con un desafío del que no era fácil salir indemne. Armado con cuatro intérpretes en los que no sé si admirar más el oficio o la emoción, ha construido un objeto de definición complicada, pero que marcha como un reloj. No sabemos muy bien a qué viene la escenografía ni a qué viene el vestuario, pero da completamente igual. Si ellos están cómodos ahí mientras nos administran este flujo de ideas y emociones que tantas cosquillas nos hacen en el corazón y el cerebro, bien está todo. Sin las escenas de la piedra y la franja rosa, yo creo que hubiera aflojado la quinta estrella.

Lo que escribí ANTES de la crítica:

Del Arco se ha metido en un embolado de narices y ha salido indemne. Es un teatro narrativo de monólogos sucesivos, prácticamente no hay diálogo, y tenía que estar muy bien escrito y muy bien dirigido para dar el excelente resultado que ha dado. El contraejemplo perfecto de esto último se vio en el mismo escenario del Pavón hace unos meses: Ensayo, de Pascal Rambert. Cuatro monólogos sucesivos (estos sí, estrictos, sin sombra de diálogo ni de los interludios de Ilusiones) que constituían el gran festival de la banalidad, el esnobismo y la grandilocuencia sustentada en... nada. Del Arco ha elegido un texto que supera a Rambert a lo largo y a lo ancho y lo ha dirigido con una frescura oxigenada que para sí quisiera el francés (aunque aquel ladrillo estaba mejor dirigido que escrito).

Hay quien no soporta lo narrativo en escena. Mi admirado Kritilo, por ejemplo, y como él dice, es verdad que últimamente hay mucho de esto. El pasado fin de semana vi dos ejemplos -ambos recomendables- más narrativo el primero que el segundo: El corazón de las tinieblas de Facal y Tiempo de silencio, de Rafael Sánchez, un alemán descendiente de españoles que a lo mejor ha llegado para quedarse. Aunque a priori parezca que, al tratarse de adaptaciones de novelas, la narración está más justificada. Digo "parezca", y lo subrayo, porque no es nada inexorable: hemos visto adaptaciones perfectamente dramatizadas en su integridad.  Hay un curioso caso reciente: Bezerra decidió, al escribir Lulú, una de ésas que no colgué durante este largo paréntesis sin blog (ahora la cuelgo), contar media historia dramatizada y confiar la otra media a la pura narración (nada menos que el punto de vista de la víctima sobre los sucesos reales, que da al traste con toda la coartada ensoñada que durante la primera parte nos endilgan los criminales). Verán en la crítica (que ya he colgado) que me quejaba de eso, pero de ahí a condenar lo narrativo en bloque hay un trecho. Nos cargaríamos, por ejemplo, el Primer amor de Beckett / Arquillué, que es mucho cargarse.

De Ilusiones no sé si me gusta más la altura del texto o la ligereza (como les digo siempre, un resultado laboriosísimo de alcanzar en un escenario) con la que lo sirve su director.


Y lo que escribo DESPUÉS:

Ya decía yo que Verónica Ronda me sonaba de algo. Nada menos que de Danzad malditos, de la que era uno de los pilares maestros (el otro era Rulo Pardo). Sólo queda desear verla más a menudo, y en algo gordo, a poder ser. Alberto Velasco hizo después Escenas de caza, una de esas docenas de funciones de las que no les he contado nada porque cayeron en pleno apagón del blog. Me parece que había mucha gente ansiosa por ver lo que le salía después de la fulgurante sorpresa de Danzad malditos, así que aquello fue un sonoro cortapedos (disculpen, a veces compensa apechugar con lo malsonante en aras de la expresividad). Todo lo que en la primera engarzaba como por arte de magia se desparramaba aquí, con las moderneces (vean el enlace a Danzad) tirando cada una para un lado.

Última cosilla: a algunos de mis conocidos les ha chirriado la escenografía y el vestuario de Ilusiones. No lo tengo muy claro. Es verdad que no viene mucho a nada. Igual que es verdad que los interludios jocosos / musicales tampoco vienen a mucho. ¿Y bien? Si cuela, cuela. Una de las leyes inmutables del teatro. Y yo creo que cuela todo.


Y lo que escribo CASI UN AÑO DESPUÉS:

Otros vendrán que bueno te harán. Del Arco no necesitaba que viniera nadie a hacerlo mejor, pero todo lo dicho más arriba aún resalta con más brillo después de que el arte de los monólogos sucesivos se enriqueciera con las aportaciones de Hermanas de Rambert y Tres canciones de amor de Benedicto (por si me leen menos de lo que creo, me apresuro a decir que esto es un sarcasmo). Si me apuran, casi hasta el Moby Dick de Lima podría incluirse en este subgénero del monólogo narrativo que parece ponerse de moda. Y les adelanto que la cantidad de sueño que produce está en relación directa con el tamaño de la ballena. Si no fuera porque Ilusiones demostraba lo contrario, igual estaríamos ahora postulando que es un subgénero imposible. Por cierto, mutatis mutandis, hacia ese lado se escoraba también el Vania de Rigola (Heartbreak Hotel). Quiero decir: hacia lo monologado, lo narrativo y, sobre todo,  hacia el sopor. No escribí nada, me dio una pereza insuperable.
P.J.L. Domínguez
          

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