viernes, 12 de junio de 2015

EL DISCURSO DEL REY

Sala: Teatro Español Autor: David Seidler (versión de Emilio Hernández) Directora: Magüi Mira Intérpretes: Adrián Lastra, Roberto Álvarez, Ana Villa, Gabriel Garbisu, Lola Marceli, Ángel Savín Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Lastra, Álvarez, Savín y Villa.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Las monarquías, aun ajadas, fascinan. El contraste entre la supuesta majestad y la inevitable condición humana de sus protagonistas da mucho juego. Una de las virtudes de El discurso del rey está en las dosis en que se mezclan la pequeña historia del rey y la gran historia de su país. Quizá no la principal: fueran miembros de la realeza o pescateros, los retratos están conseguidos.

    Magüi Mira ha exprimido hasta la última gota las posibilidades de la pieza. Con muy poco. Ella misma firma una escenografía casi inexistente, pero más que suficiente. Las discretas proyecciones, media docena de sillas que se mueven de acá para allá y –sobre todo- las irrupciones coreográficas (bailadas, mimadas, habladas) construyen un espectáculo en el que las dos horas pasan livianas. Sin olvidar la aportación del espacio sonoro de Marco Rasa que (a pesar de un Schubert que pinta poco), llega siempre cuando y donde debe.


    Fui convencido de que Roberto Álvarez, que puede con todo, se iba a comer al protagonista. Y de eso nada. ¿Dónde estaba Adrián Lastra hasta ahora? En la tele, el cine y los musicales. Soltura, madurez y aplomo para soportar el peso de la función. Villa, una encantadora reina madre jovencita. Savín compone un Churchill casi de caricatura que, sin embargo, se integra bien en el conjunto. Todos cumplen.
Y lo que no cabía allí:

1.- Las monarquias, aun ajadas, fascinan. El mismo día en el que se publica la crítica, todos los periódicos llevan en portada que la infanta ya no es duquesa. Fíjense si seguimos fascinados, que la noticia más importante del día roza lo esotérico. Un ducado es, como Mickey Mouse, un ente de ficción. ¿Qué quiere decir ser -o no ser- duquesa? Nada. Quería decir mucho cuando una recibía rentas, gabelas, pontazgos, portazgos y otras propinas de docenas de aldeas, villas, concejos, anteiglesias y universidades, y se sentaba en el Consejo de Castilla y en las Cortes. Aparte de otras (muchas) zarandajas, basadas todas en el inmundo principio jurídico de las diferencias por nacimiento. Ahora, para lo único que le servía el título era para ostentarlo, como una medalla o una pamela. Fíjense en lo que dice el Real Decreto: "...he resuelto revocar la atribución a Su Alteza Real la Infanta Doña Cristina de la facultad de usar el título de..." Le quitan la facultad de usar el título, porque no pueden quitarle nada más. Y todos hablando de esto que parece arte conceptual. ¿Por qué? ¿Porque el rey es más rey que hermano, y tal y cual, y blablabla? No. Porque nos fascinan esos entes de ficción llamados ducados, como nos fascinan las monarquías. Si el rey le hubiera quitado cualquier otra cosa que no tuviera entidad (yo qué sé, por ejemplo, el derecho a soñar con elefantes azules) no saldría más que en la Revista de la Asociación Española de Psiquiatría y en su publicación hermana, el Hola. En pocas palabras: esto son juegos florales, toreo de salón, la tos de una cabra a medianoche. Lo único con alguna entidad que está por dirimir en este asunto son los derechos sucesorios, pero de eso, ni pío. ¿Ven cómo nos fascinan, que hablamos de ellos hasta cuando sus actos se producen en la esfera de lo puramente poético?

2.- Quiere esto decir que si sus protagonistas son reyes, tiene usted gran parte del camino recorrido. Que se lo pregunten a Shakespeare (o a Fernando Sansegundo). Esto es ampliable a cualquier clase de fama. No es lo mismo atraer al público con una desconocida llamada Shirley Valentine que con Sigmund Freud. Parte uno ya con una cierta dosis de glamour que viene de fábrica con el personaje. Claro que, luego, está en manos del autor sacarle provecho o malgastarlo. Aquí el asunto está aprovechado: se pongan como se pongan, nos angustia más un rey tartamudo -enfrentado a millones de personas que oyen sus discursos por la radio- que un pescadero con problemas para explicar a sus parroquianos lo fresca que tiene la merluza. España y los humanos somos así, señora. Si, además, vemos confirmado en escena que Churchill era un sinvergüenza simpático, Wallis Simpson una lagarta, el Duque de Windsor un indeseable y la Reina (pre)Madre un adorable dechado de sentido común, miel sobre hojuelas. Pero insisto: esto se puede hacer bien o mal, ahí tienen el engendro de Freud hecho con los pies. Aquí está estupendo. Por muy republicanos que sean ustedes, que los tengo calados.

3.- Ítem más, la ambientación histórica. Otra vez, como Shakespeare. Ya saben: sale Antonio, "...y César era un hombre honrado...", y entonces ruge la muchedumbre en off. La historia irrumpe en el escenario, otorgando a lo que sucede una especie de espesor trascendente. Exactamente como aquí, cuando vemos que el futuro del rey y de la monarquía están íntimamente ligados a su peripecia íntima. Eso es, precisamente, hacerlo bien: poner de relieve que la irrupción exterior no es una simple ambientación casi musical, sino que tiene que ver de manera relevante con el nudo de lo narrado. Como dice Jorge V en la función: antes de la radio, para ser un buen rey bastaba con saber lucir el uniforme y no caerse del caballo. Pero, tras el invento, los reyes que no gobiernan tienen, como única prerrogativa pero también como obligación, la de la palabra. A Jorge VI le toca usarla para elevar los ánimos de una población sobre la que se cierne la más negra de las guerras. ¿Cómo no considerar el vendaval de la historia un elemento crucial en el drama interior, no ya del rey, sino del tartamudo Bertie Windsor, escondido bajo la corona? Es un poco fastidioso esto de usarla todo el tiempo de contraejemplo, pero es que viene muy a mano: en La sesión final de Freud no parece que la procesión que va por dentro de cada uno de los dos personajes esté muy relacionada con la que se está montando fuera. (Por cierto: se está montando exactamente la misma. ¿Cuál era la probabilidad de que el discurso de Jorge VI apareciera a la vez en dos escenarios de Madrid? Siempre me pregunto estas cosas...) La historia como ambientación frente a la historia como activo dramatúrgico.

4.- Mal rollo los contraejemplos, pero hay que ver qué diferencia de rendimiento estas sillas y las de Hedda Gabler. Las dos piezas tienen un remoto parecido escenográfico, en eso y en la verticalidad. En la foto de arriba alcanzan a ver una de las tres idénticas proyecciones, que figuran una especie de tapizado de las paredes. No ha hecho falta más. Ven también que los objetos (copas, teléfono, diadema) se han dispuesto a lo largo de la corbata. Hay quien se queja de que esto obliga a los actores a extrañas piruetas, pero me pareció que pasan desapercibidas. No cité en papel a la coreógrafa, Fuensanta Morales, que junto con Marco Rasa es quien más ha ayudado a Mira a hacer del montaje lo que es, al menos si "coreografía" se refiere en el programa de mano no sólo a los bailes, sino a todos los movimientos coordinados de actores, que son muchos. Hay un pequeño problema de iluminación, creo fácil de resolver: la función comienza con un desnudo integral de espaldas. Se produce un efecto rarísimo, por el que los cuartos inferiores del actor se ven amarillentos y parecen de cera o de plástico.

5.- Decididamente, el Schubert elegido está excesivamente trillado como para que ayude aquí en nada. Mi abuela lo cantaba con una letra en castellano que Dios sabe de dónde salía: "De las estrellas que hay en el cielo, la más hermosa eres tú...". Con Schubert -y especialmente con el Schubert más explotado- pasa como con la porcelana de Sajonia. Todo depende de dónde decida uno ponerse para echar el vistazo. Entiendo por igual la veneración y el horror. Era muy sencillo encontrar algo igualmente emotivo pero que encajara mejor. Hace mucho mejor papel The way you look tonight y es un verdadero hallazgo algo que no identifiqué (soy obediente, apago el móvil y me quedo sin Shazam): una especie de Nina Hagen tarareando sobre un fondo que parece una de esas introducciones lentas a los allegros de Vivaldi. Cómo me gustaría saber qué es. Al margen de todo esto, el espacio sonoro de la función es un ejemplo muy notable de cómo la música, y el sonido en general, pueden contribuir al resultado final del montaje.

6.- Me preguntaba en la crítica en papel dónde se había metido Lastra hasta ahora. Verán, esto del teatro me exige una dedicación que se come prácticamente todo mi tiempo de ocio, así que estoy alejadísimo del cine, y no sigo mucha televisión autóctona. En resumen: una agradabilísima sorpresa, él es el auténtico pilar de la función. Era complicadísimo, entre otras cosas, dosificar la cantidad justa de tartamudeo para dejar claro el problema sin adormecer a las butacas. Entre actor y directora, han dado con la dosis. Muy bien resueltas las escenas con Álvarez, las que tiene con Villa, y las de los tres, que son lo mejorcito de la función. 
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

aspasiana dijo...

Purcell. Canción del frío, en The King Arthur.

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.