Sala: Teatro Fígaro Autor: Mark St. Germain (versión de Ignacio García May) Directora: Tamzin Townsed Intérpretes: Helio Pedregal y Eleazar Ortiz Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Ortiz y Pedregal |
Los
hechos. JM
se durmió. El señor que, dos filas más adelante, se sentaba junto al pasillo,
se durmió. Cerca del final, una señora de la fila de atrás le dijo a su
acompañante: “Te has dormido, Hortensia”. “Mira” –me susurró JM, que ya se
había despertado- “ya tienes el título de la crítica”.
Mi
opinión sobre los hechos. No me extraña nada que se durmieran los tres. Tengan en
cuenta que, en la oscuridad del teatro, uno tiene una percepción muy limitada
del público, exceptuado el círculo más inmediato. Si en ese círculo fueron
tres, me pregunto cuántas siestas provocó la función.
Hipótesis
explicativas de los hechos. Sólo se me ocurren dos.
a)
El
texto es soporífero.
b)
La
Townsend ha destrozado un texto estupendo.
Mi
opinión sobre las hipótesis. Me inclino decididamente por la A. Seguramente, se hubiera podido hacer más -siempre se puede-, pero el trabajo de la Townsend es correcto. Y los actores podían con esto y con más.
Todos los comentarios que leo por ahí sobre La última sesión de Freud alaban
unánimes el texto. Premiada en origen. En Argentina la montó Veronese, y La Nación y alguno más la pusieron por las nubes. En Estados Unidos, hay hasta quien, en el frenesí de la alabanza, ha visto algún eco de Vladimir y Estragón (parece evidente que el que no encuentra es porque no quiere). Respecto al montaje de Madrid hay algunos comentarios esparcidos
en la red, y lo mismo. No entiendo nada. Les he dicho a menudo que distinguir
un buen texto en un mal montaje es bastante más difícil de lo que parece a
priori, pero… ¿esto? Freud y Lewis discutiendo durante noventa y cinco minutos
sobre… ¡la existencia de Dios! Sin prácticamente ninguna tangente que se salga
en alguna curva. Insisto, todos los que han dicho algo antes que yo lo han
encontrado estupendo, y algo tendrá –piensa uno- si Veronese lo bendijo. Pero
yo no he pillado más que una soporífera (literalmente hablando, como les he
contado), banalísima y trillada discusión sobre un asunto que poca novedad
admite. Algún chiste pasable, pero nada que quepa considerar muestra notable de
ingenio. No resiste la menor comparación con otros ejemplos del género “conversación
entre dos personajes históricos”, como La
cena de Brisville. Si me apuran, me divirtió más hasta Dalí vs. Picasso de Arrabal que, como saben mis lectores, no es
santo de mi devoción.
Decía “prácticamente ninguna tangente”. UNA, que
consigue elevar el tono durante algunos minutos y dotar a lo que se está
contando de algún espesor humano, por encima de la charleta de café sobre el
ateísmo. Freud empieza a escarbar en las motivaciones de Lewis para vivir con
una mujer bastante mayor que él, madre de un compañero de armas muerto en el
frente al que prometió cuidar de ella. Digo “empieza”, porque esta rama, que
parecía prometer, finalmente, un hecho teatral, algo que implicara el ser y el alma
de los personajes, es podada de inmediato. Alguna brevísima alusión a
cuestiones personales de este tipo no detiene el pesado avance de carro armado
de la conversación entre el católico (inglés, una cosa así como un cantaor
belga) y el ateo. He visto que los comentaristas anteriores han otorgado
notable peso a las irrupciones de la actualidad a través de la radio, en el día
en que el Reino Unido entraba en la segunda guerra mundial. Notas de color
histórico que aportan algún, bienvenido, momento de distracción, yo no diría
más. En fin, que Hortensia y yo nos aburrimos como ostras.
P.J.L. Domínguez
1 comentario:
Absolutamente de acuerdo
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Ánimo, comente. Soy buen encajador.