Sala: Teatro del Arte Autor y director: Fernando Sansegundo Intérpretes: Noelia Benítez y Pepa Gracia Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
La relación entre María Estuardo, reina de Escocia, e Isabel I de Inglaterra es uno de esos nodos de la historia que, en algún momento, dejaron de ser anécdota para simbolizar una categoría. Como el asesinato de Julio César. Se siguen creando: es posible que le ocurra lo mismo a Diana de Gales en cuanto el tiempo descascarille la pátina de tele y prensa basura que lleva adherida. Imaginen dentro de un par de siglos esta historia de la princesa de la mirada velada ignorada por el malvado -y feo- heredero. Parece un cuento de Perrault.
Si la esencia del conflicto de Diana es la del amor de una ingenua muchacha por un cínico que la desprecia, en el caso de las reinas primas el nudo está en "no quiero matarte, pero si no lo hago me arriesgo a que me mates tú". La teoría de juegos ha explorado estas situaciones, la más conocida de las cuales se llama dilema del prisionero. O sea, en el fondo de esta rivalidad histórica se esconden nada menos que los pares colaboración/competición, confianza/desconfianza. Ambas hubieran ganado con la opción de la confianza: en estabilidad política, en tranquilidad personal. Por no decir que María hubiera salvado la vida e Isabel la conciencia. Pero era todo extremamente complicado: ellas dos no eran más que los vértices de complejísimos entramados de intereses territoriales, dinásticos, religiosos... Con su pan se lo coman los que opten a semejantes concentraciones de poder. Estoy viendo estos días la tercera temporada de House of cards y no dejo de preguntarme cómo puede haber quien quiera ser presidente de los EE.UU. Un tipo al que sacan de la cama de madrugada para que intervenga en quién sabe qué entuerto y decida sobre la vida y la muerte de perfectos desconocidos. Prefiero trabajar en una churrería.
A los que preferimos trabajar en una churrería nos parece que habría que suplicar a la gente que aceptara ser rey de Escocia (serlo entonces, ser rey ahora es como ser relaciones públicas de Pachá, pero a lo grande; véase El discurso del rey) o presidente de los Estados Unidos. El corolario parece simple: los que buscan esas ubicaciones no son como nosotros. Pero no es exactamente cierto, son lo peor de nosotros mismos. En el caso que nos ocupa, tanta ambicion, tanta falta de escrúpulos, el aura de la realeza y la relación de familia... Todo parece diseñado para fascinar. Por cierto: no eran exactamente primas. Isabel era nieta de Enrique VII (el padre de Enrique VIII, aquel simpático muchacho) y María bisnieta del mismo. La primera era tía-prima de la segunda. Le cortó la cabeza, sí, pero la venganza de María, como la de Banquo en Macbeth, sería póstuma: fue su descendencia la que ocupó el trono de Inglaterra. Por cierto, ¿saben quién descendía de María Estuardo? La difunta duquesa de Alba y, claro está, sus hijos. Como ven, los siglos pasan y las jerarquías permanecen.
Fascina María, sí, al menos desde Schiller y Donizetti hasta la Katharine Hepburn de la foto, pasando por la biografía de Stefan Zweig. Maravillosa biografía, digamos de paso. Mentirosa, claro, en la perfecta coherencia que Zweig otorgaba siempre a sus biografiados, pero de lectura apasionante. Fascina todavía lo suficiente como para que La cumbre coincidiera unos días con Ternura negra de Despeyroux en La Zona Kubik. Me la perdí (es jorobadamente complicado organizarse para llegar hasta allá), pero vean la sinopsis: Un autor y director de teatro obsesionado con la figura de María
Estuardo se instala en una tienda de campaña junto al castillo de
Tutbury, donde la reina pasó gran parte de su cautiverio. Pretende
comunicarse con el fantasma de la trágica y última reina de Escocia.
Helado en el interior de su tienda de campaña, el autor se dirige a
través de Skype a una actriz y a un actor que ensayan en una buhardilla
destartalada y con goteras. No es un asunto fácil, pero se complica
todavía más cuando el autor decide colarse en una habitación del
castillo que ha sido clausurada por su alarmante grado de actividad
paranormal. Las cosas más inesperadas pueden pasar en una sesión de
espiritismo a través de Skype. Mola, ¿eh? A ver si la reponen.
Noelia Benítez y Pepa Gracia |
Grabado de la época sobre la decapitación de María. Huy, spoiler. |
La versión de Abel de Pujol Alexandre-Denis. Me pirra el historicismo. |
Mary of Scotland, de John Ford. Parte de la corriente de "beatificación" de María frente a la perversa Isabel. |
* ^ * ^ *
La cumbre está lejos de esos meandros de sabor mágico del mundo Haribo, estooo.. perdón, del mundo Despeyroux. A su lado, esto es realismo puro y duro. Sansegundo ha trasladado a las reinas a nuestro tiempo convirtiéndolas en las cabezas (huy, qué palabra más inconveniente en este contexto) de dos gigantescas corporaciones (con cierta coña marinera en las denominaciones, que lamentablemente he olvidado). Hubiera dado exactamente igual dejarlas en su época, pero tampoco están desubicadas en la nuestra.
La función me pareció un plomo prácticamente durante toda su primera mitad. Hubiera jurado que, llegada a ese punto, no hay ninguna que remonte. Lo hubiera jurado, porque no recordaba Incendies de Mouawad, que acabo de recordar, y que me parece el ejemplo perfecto de una función en la que uno tiene que invertir una cantidad extraordinaria de tiempo antes de empezar a recibir los réditos, aunque éstos son después igual de extraordinarios. Una inversión a largo plazo con altísima remuneración final. (¿No les gusta "réditos"? Mi abuela decía siempre eso para decir "intereses").
Pues bien, La cumbre remonta. Tampoco estoy muy seguro de por qué le cuesta tanto. Con todas las salvedades de tener que juzgar tras una única sesión, me parece que el texto funciona. Funciona, por ejemplo, mejor que el plomo de La sesión final de Freud, que comparte género con ésta (personajes-históricos-en-habitación-cerrada) y ha sido un éxito mundial. Con todas las salvedades -insisto- creo que es un problema de dirección e interpretación. Quizá la dirección no se sale de lo esperable porque quería plantear un duelo interpretativo de gran intensidad eliminando otras distracciones. Quizá las intérpretes no alcanzan a tiempo esa intensidad. Quizá. No hay fuelle, no hay garra durante un buen rato. Y, sin embargo, de pronto el conflicto adquiere relieve y, para bien de todos, interesa. Me gustó más Pepa Gracia, que grita de miedo. No crean que es fácil, los gritos en escena parecen impostados (y lo son) casi siempre.
La función me pareció un plomo prácticamente durante toda su primera mitad. Hubiera jurado que, llegada a ese punto, no hay ninguna que remonte. Lo hubiera jurado, porque no recordaba Incendies de Mouawad, que acabo de recordar, y que me parece el ejemplo perfecto de una función en la que uno tiene que invertir una cantidad extraordinaria de tiempo antes de empezar a recibir los réditos, aunque éstos son después igual de extraordinarios. Una inversión a largo plazo con altísima remuneración final. (¿No les gusta "réditos"? Mi abuela decía siempre eso para decir "intereses").
Pues bien, La cumbre remonta. Tampoco estoy muy seguro de por qué le cuesta tanto. Con todas las salvedades de tener que juzgar tras una única sesión, me parece que el texto funciona. Funciona, por ejemplo, mejor que el plomo de La sesión final de Freud, que comparte género con ésta (personajes-históricos-en-habitación-cerrada) y ha sido un éxito mundial. Con todas las salvedades -insisto- creo que es un problema de dirección e interpretación. Quizá la dirección no se sale de lo esperable porque quería plantear un duelo interpretativo de gran intensidad eliminando otras distracciones. Quizá las intérpretes no alcanzan a tiempo esa intensidad. Quizá. No hay fuelle, no hay garra durante un buen rato. Y, sin embargo, de pronto el conflicto adquiere relieve y, para bien de todos, interesa. Me gustó más Pepa Gracia, que grita de miedo. No crean que es fácil, los gritos en escena parecen impostados (y lo son) casi siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ánimo, comente. Soy buen encajador.