Gea, Castaño, Cucalón y Atienza.
Aunque tiene un extenso curriculum como directora de escena, me basta con recordar a bote pronto La casa de Bernarda Alba, Mi mapa de Madrid, El caso de la mujer asesinadita, Las bribonas, Lúcido o Días felices para apuntalar la estima en la que tengo el trabajo de Amelia Ochandiano. El lenguaje de tus ojos o el príncipe travestido (es el segundo, Le prince travesti, el título original) no desmentiría ese aprecio si no fuera por un pequeño detalle que revelaremos dos párrafos más abajo.
De las múltiples tareas de un director de escena, Ochandiano ha completado de forma más que satisfactoria, también esta vez, todas menos una. La selección y supervisión de colaboradores, impecable: la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda (Lúcido) preciosa y sugerente, y la iluminación de Felipe Ramos (La Venus de las pieles), a su altura (¿Cómo es que, de un tiempo a esta parte, se han puesto súper de moda las cornamentas? Desde el programa de mano de Con la claridad aumenta el frío hasta los escaparates de las tiendas mas cool o las revistas de modernos). El vestuario de las Engel, también. El elenco está bien elegido y bien pilotado. Las guindas, llamémoslas así, de dirección, bien puestas: coreografía, entreactos... en general, los pequeños recursos añadidos. ¿Dónde está el problema?

Le prince travesti es un rollo patatero. Un plomo. Un ladrillo. Un tostón. Una barrila que se prolonga durante casi dos horas. No entiendo que alguien con el olfato teatral de la Ochandiano se ponga a traducirlo y a montarlo. Primera hipótesis. Hace unos meses, viendo el tostón análogo de El juego del amor y del azar contra el que se dio Flotats una torta análoga, me dije allí mismo (en el teatro): "en el original, lo que tira del carro es el verso". Error, recuerdo deformado: el original está en prosa. Pues bien, en el Matadero, antes de que la pieza terminara, me susurra JM (que sabe más que yo de teatro, lo diré siempre), "esto se debe de aguantar en francés, porque está en verso". No. Tampoco está en verso. Pero la sensación de algo que avanza a duras penas es tal en ambos casos, que uno suplica el verso. Segunda hipótesis. El problema es la versión. Vuelvo a casa y me releo el original. Casi no hay versión, es una traducción mucho más fiel que la media de las versiones de clásicos que vemos habitualmente. A falta de mejores hipótesis que salvaran a Marivaux, se impone la conclusión: el texto es un rollo. Patatero. Como la sensación es exactamente igual que la que tuve con El juego, me he releído la crítica justo a tiempo de no reescribirla prácticamente igual. Les voy a reproducir un fragmento que viene a cuento:
Arriba,
en la ficha del espectáculo, habrán leído quizá que Mauro Armiño firma
la traducción, que no la versión. No es lo mismo. Traducir es pasar al
castellano lo que estaba en francés. Construir una versión supone
introducir modificaciones, del tipo que sean. Quienes tienen menos
familiaridad con el teatro ignoran a menudo que es frecuentísimo alterar
los textos a la hora de representarlos. Sobre todo, en el caso de los
clásicos. A la inversa, es muy infrecuente ver a los clásicos
(Eurípides, Lope, Shakespeare) representados con todas las letras que
escribieron sus autores. No conozco el texto de Marivaux como para
asegurar que aquí no se ha metido mano, pero en cualquier caso, se ha
metido poca. Armiño es un tipo que se las sabe todas, si tuviera que
apostar, apostaría a que hubiera metido la tijera encantado.
He intentado ver cuánto suele durar la representación en Francia, y veo que la última de la Comédie Française estaba
en 115 minutos (exactamente como la de Flotats). Encuentro otras tres
versiones escénicas: dos de 110 y una de 90. En un rápido vistazo a IMDB
he encontrado cinco adaptaciones al cine y la televisión que
especifican su duración (dos en francés, dos en castellano y una en
alemán). Duraciones: 70, 74, 85, 90 y 93 minutos. Mmm, qué listos los
versionadores. Con esas dimensiones, la cosa debe de chisporrotear, que
creo que es el efecto que debió de buscar Marivaux ante unos
espectadores con esquemas perceptivos distintos de los nuestros. Mi
sensación: a esta versión le sobra, como poco, media hora. Como el mayor
pecado que se puede cometer en un teatro es aburrir, esa media hora de
más lo lastra todo.
Una
vez aburrido, poco le importa a uno la exquisita escenografía a la
antigua de Frigerio, con telón pintado de fondo. O el también exquisito
vestuario de Squarciapino, que le da un millón de vueltas al de la
Comédie, sin ir más lejos. Ni los primores de la interpretación, que
algunos hay, ni las piruetas de ingenio del texto. Empacho de piruetas.
Como diría mi señora madre, toca la misma, que estamos en otra. La clave de esos párrafos está en "unos espectadores con esquemas perceptivos distintos de los nuestros". La conclusión es la misma: esto no podía durar ciento quince minutos (vaya, casualidad, lo mismo que Flotats). Si lo dejáramos en hora y cuarto, lo que duran las comedietas modernas, igual funcionaría. No me atrevo a decir que sea imposible que llegue alguien y nos haga un fantástico Marivaux de dos horas. Es lo que tiene el teatro, que siempre sorprende. Pero lo veo difícil.
Va-ya-fo-to. A Cristina Castaño me la imagino de cualquier cosa: de Lady Macbeth,
de la Condesa de Belflor en El perro del hortelano, de Shirley Valentine...
me ofrezco a traducirla.
Itziar Atienza, la amiga de la protagonista, enamorada del mismo hombre, está estupenda. Muy bien en ese registro de quien tiene un disgusto horroroso, pero tiene que provocar ternura y hacernos reír a partes iguales (como la protagonista de Un hombre con gafas de pasta). Está lo suficientemente bien, y es mucho decir, como para no ser completamente anulada por una potencia radiactiva de la interpretación como la de Cristina Castaño. Ya lo dijo JM el primer día que la vio en la tele. Yo no tengo tanto ojo, pero me rindo ahora a su perspicacia. Esta mujer es la bomba. No sé si destacar el perfecto control sobre las inflexiones de la voz o la capacidad de transmitir su estado de ánimo a nada que mueve una mano, eleva un milímetro un hombro o cambia la mirada. Como todos los grandes, brilla cuando escucha. Y vaya físico imponente, la veo toda estirada haciendo de mala y se me erizan los pelos. Imagínensela en la Regina de La loba. A ver si hay suerte, y le siguen cayendo papeles importantes.
Lastra bien, guapote, con la pinta exacta que se le puede pedir a un galán. Pero, ¿por qué será que los papeles de ellas son siempre más interesantes? Bueno, la respuesta es sencilla, ellas son más interesantes. Nunca consigo evitar la sensación de que estos héroes viriles y guapos son un poco bobos. Fuentes, muy graciosa en un registro estilizado. Cucalón saca adelante a fuerza de energía un papel de gracioso cuya capacidad de hacer gracia es una de las cosas que peor ha resistido el paso del tiempo, algo frecuente en el teatro clásico. El drama es comprensible siempre y en todas partes, la comedia está más sujeta al carácter de tiempos y lugares.
Ah, una cosa mas. Por una vez, el título está bien cambiado. Se ha tomado de una de las líneas más sugerentes del texto: "Sans lui dire précisément: expliquez-vous mieux, ne pouvez-vous lui glisser la valeur de cela dans quelque regard? Avec deux yeux ne dit-on pas ce que l'on veut?"
P.J.L. Domínguez
|