martes, 18 de diciembre de 2012

LÚCIDO

Sala: Teatro Valle-Inclán (sala Francisco Nieva) Autor: Rafael Spregelburd Directora: Amelia Ochandiano Intérpretes: Alberto Amarilla, Tomás del Estal, Itziar Miranda e Isabel Ordaz Duración: 1.45'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Qué bueno, qué bueno, qué bueno. Confieso que no conocía a Rafael Spregelburd (no, no llego a todo), pero vistos los antecedentes más recientes (Tolcachir, Veronese, Zorzoli), me tiro como un enajenado sobre cualquier cosa que llegue de Argentina.


Lúcido es complicado de definir. En primer lugar, porque no se deja colgar etiqueta de género: "una comedia casi policiaca que se convierte en melodrama" según la Ochandiano. Bueno, después de verlo se puede entender lo que quiere decir, pero como nota aclaratoria no es muy potente. Ella no tiene la culpa, es que el artefacto se las trae. Difícil también, porque no hay manera de orientar  al lector sin destriparle el asunto. Tiene suspense y giro, cosas que nos entusiasman al menos desde Esquilo. Todos sabemos que algo pasa, que en la sucesión de escenas deberíamos estar discriminando lo real de lo soñado, o de lo imaginado, y al principio nos va bien, porque el texto lo explica. Pero van aumentando las grietas irreales en la zona realista, y además -creo no desvelar demasiado- la falsa pista nos despista (mira qué bonito). Hasta el giro (el SUPERgiro), que nos deja estupefactos: satisfecha el alma de investigador privado de todo espectador ante una trama compleja, y maltrecha el alma, así en general. Vi la función sentado junto a AL, la inteligencia más lagarta de las que me rodean, y ni se olió por dónde iba a saltar el desenlace. Si no pudo ella, no puede nadie. 
 
No creo estar inventándomelo: hay un parentesco de técnica de escritura con el Veronese de Mujeres soñaron caballos Teatro para pájaros, y con el Tolcachir de la sublime trilogía (La omisión de la familia Coleman, El viento en un violín, Tercer cuerpo). En los tres casos, tramas familiares en las que el espectador tiene que reconstruir el jarrón roto a base de juntar piezas que se le van entregando con maestría en las dosis. Y un fondo -esto ya no es técnica, es estética- de dramatismo pudorosamente oculto hasta el desenlace. En fin, tengo que leer más cosas de este hombre.


Alberto Amarilla
Qué buena Amelia Ochandiano. Citaré solo Mi mapa de Madrid, Las bribonas y El caso de la mujer asesinadita. Qué capacidad de amontonar sensibilidad en la comedia. Tiene además una rara habilidad para la selección de actores, que Lúcido confirma. Están los cuatro como nacidos para los respectivos papeles. Tomás del Estal, poniendo todo el rato las caras más convincentes ante sucesos poco menos que marcianos (incluso marcianos, ahora que lo pienso). Itziar Miranda (ay, ¿es que no se va a reponer Dani y Roberta?) con esa tierna hondura que juzgaríamos natural, si no supiéramos que nada es natural en un escenario. Alberto Amarilla jugando su mejor baza: el entusiasmo, la capacidad de convicción que tiene cuando parece que todo lo dice desde las tripas (hay un alegato político en youtube que ilustra bien esto). ¿Y la Ordaz? ¿En qué lotería nos tocó la Ordaz? La de la Mujer asesinadita de Mihura, la de los Días felices de Beckett, la de Lúcido de Spregelburd. Esto que hace ahora es titánico. Y además verosímil, que es ya la repera. Tan verosímil que parece mi tía Juanita. Otra vez intentaré no destripar nada, pero cuando vayan a verla (que irán, más les vale) atentos a la gradual deriva del personaje durante los últimos quince minutos de función. Es el elemento clave que permite digerir el final: si no, no habría manera. Me pareció que termina física y moralmente (como diría Chiquito) exhausta. No es para menos. Pagaría por cenar un día con esta mujer y que me contara sus cosas.
P.J.L. Domínguez
Itziar Miranda en Dani y Roberta