jueves, 22 de agosto de 2013

NI PARA TI NI PARA MÍ

Sala: Teatro Calderón Autores: Juan Luis Iborra y Sonia Gómez  Director: Juan Luis Iborra Intérpretes: Miriam Díaz-Aroca y Belinda Washington Duración: 1.35'
(la función ya no está en cartel)




Allá por el 10 de agosto les prometí "en nada" la crítica de esta función, que no está en cartel desde julio. Me vine a las Américas, estoy ahora mismo bastante ocupado poniendo mi vida patas arriba... pero esto es más fuerte que yo: si lo prometo, lo cumplo. Además, es posible que vuelva después del verano. La función, digo. Yo espero volver. "Espero", porque ya les digo que estoy en plena tarea de derribo de mis certezas.

El final de temporada de este blog ha sido bastante chungo. Vean si no: Frankenstein, Más sofocos... y ahora esto. Menos mal que cayó Maribel y la extraña familia (¿Ya la han visto? Si la respuesta es no, vayan poniéndole fecha para septiembre, que les endulzará un poco el amargo regreso).

Ni para ti ni para mí no da para nada. Si acaso, y empeñándos en salvar algo, hay cierto ingenio en una escenografía que empieza por parecer simplemente feúcha, pero que luego va resultando. No encuentro datos sobre el firmante, y me dejé el programa de mano en Madrid. El resto, para olvidar. El texto no hace ni la menor gracia. Díaz-Aroca y Washington, que tienen salero y carácter, tristemente desaprovechadas. La primera coloca la voz desde el primer momento en un registro -pariente muy lejano de la Forqué- injustificable e irritante. La cosa ni va ni viene ni por el camino nos entretiene. El respetable se aburrió como una ostra, yo el primero.

Bueno, y ahora la propina. Si, me parece que el fiel lector que entra al blog en pleno mes de agosto y se encuentra esta triste entrada sobre este triste espectáculo merece alguna compensación. Ayer me acerqué al centro de esta urbe de las Américas a comprar entradas para un teatro, y había una librería de viejo pegada a la taquilla. Me encontré una pequeña joya de mi adorado Jardiel, publicada en Montevideo. Se titula El libro del convaleciente, y es una colección de textos destinados a -ejem- "todos los combatientes que cayeron luchando por España y que viven largas, dolientes y abrumadoras horas de convalecencia". A Jardiel todo se lo perdono, ya sabíamos que era un poco facha. La propina de esta entrada consiste en que les voy a copiar un fragmento de la sección Reglas y fórmulas para hacer teatro, que ofrece modelos para escribir un drama, una zarzuela, un sketch (sic) y una revista frívola. Vamos con esta última.


""COCK-TAIL"
(Argumento para escribir una comedia frívola)

    Ante todo, no hace falta escenario. 
    Los teatros construidos en el día ostentan una gran sala, un amplio vestíbulo, un extenso bar, un suntuoso saloncillo, unos capaces cuartos de artistas, ascensores, almacenes, etcétera. Y llega un momento en que el arquitecto examina los planos, da un grito salvaje y exclama:
    -¡Caramba! Se me ha olvidado el escenario...
    Y quitando unos metros de aquí y otros metros de allá, subsana el olvido. ¿Qué prueba esto?
    Que no hace falta escenario para representar una revista frívola.
    La revista tiene que ser -lo he leído algunas veces en los periódicos- un pretexto para engarzar varios números de música y para que unas cuantas muchachas luzcan sus organismos.
   Y ahora, sabiendo esto, vamos a ver qué cosas nos sacamos de la cabezota para enhebrar una revista. Ante todo, el título. ¿Cómo puede titularse' Hay que buscar un título frívolo (naturalmente), mundano, chispeante y atractivo. Podemos titular nuestra revista "Cock-tail". He aquí una palabra frívola, mundana, chispeante, atractiva y lo suficientemente imbécil. "Cock-tail". Estupendo. "Cock-tail". Muy bien. Quedamos en que "Cock-tail".
    Ya tenemos el título, la revista va a empezar.
   Se sienta el público, se oyen los siseos precusores del comienzo; varios caballeros tosen que se parten. De pronto el director levanta la batuta y la mano izquierda. ¡Zas!... Rompe a tocar la orquesta.
    ¡Tachún, tachún, tararitachún; tachún, tachunda; chun, chun, chun...! (Etcétera).
    El telón se levanta por fin; de muy mala gana, pero se levanta. Luego, a mitad de subida, se engancha del costado izquierdo. Adviértense los tirones que dan de él; pero los esfuerzos resultan inútiles. Entonces puede verse una mano que lo desengancha, y el telón asciende del todo y se pierde en el telar. Y el público respira como quien se quita un peso de encima.
    La escena está formada por una cortinas negras. Sin embargo, nos hallamos en la Cuesta de las Perdices. Asi lo indica claramente un mojón cuentakilómetros enclavado en el foro y el que se lee: "A Torrelodones. A Madrid".
    La orquesta ataca otro motivo y lo hace polvo.
    Hay una pausa que nadie se explica, y dentro del escenario suena una voz angustiosa:
    - ¡Señorita Rufilanchas, a escena!... ¡¡A escena!!
    Se descorre una de las cortinas, y la señorit Rufilanchas sale, empujada por una hercúlea fuerza oculta. Da un traspiés, se endereza y canta. Nos enteramos con estupor de que simboliza la Noche. Se la oye decir, a destiempo de la orquesta:

          "En la soledad del campo...
           en la soledad del campo..."

  Y extiende sus manos hacia el campo solitario, representado por las cortinas negras; pero el campo no está solitario: una de las cortinas, agitada por el viento, deja ver un grupo de muchachas vestidas de automovilistas, que aguardan el momento de salir.
    Todo el mundo comprende que van a salir de un momento a otro las automovilistas. Y algunos espectadores se hablan confidencialmente:
    - Verás, ahora van a salir unas automovilistas.
    - ¿A que salen unas automovilistas?
    - Me parece que van a salir unas automovilistas.
    Cuando acaba de cantar la señorita Rufilanchas, ocurre una cosa inesperada: se descorren las cortinas y salen unas automovilistas.
    Aplausos.
    Un caballero afirma:
    - Estas son unas automovilistas.
    Las automovilistas cantan también, y culpan a la Noche de todos los vuelcos que han sufrido.
    La Noche se incomoda bárbaramente mientras le sonríe a un señor gordo que hay en el palco proscenio de la derecha.
    Luego jura que la noche es una cosa estupenda y que les va a enseñar a las automovilistas todo lo que ella ampara bajo su manto.
    Alegría de las automovilistas.

          "¡A reír! ¡A gozar!
           ¡A divertirnos la mar!"

gritan con verdadera desesperación.
  Y cae el telón, dejando un par de ellas fuera. Estas señoritas se van por los lados, muy avergonzadas.
    El segundo acto puede ser un cabaret. (Ya vamos llegando a la justificación del título). Aparecen dos mesas, ocupadas por tres personas. Un camarero asegura que el local está lleno. No le contradice nadie.
    Salen las muchachas de antes, que ahora simbolizan los licores. Evolucionan con prudencia, porque no caben en el escenario.
    Canta el "Curaçao".
    Canta también el "Marie Brizard".
    Pero, de subito, el "Pipermmint", que estaba en un exremo de la escena, avanza un paso, le falta el terrerno y se cae a la orquesta. Golpe de gong.
    Un poco de revuelo.
    Entre el óboe y dos espectadores de la fila cero, suben a pulso a "Pipermmint", hasta colocarlo otra vez en su sitio del escenario.
    Como lo colocan con demasiada fuerza, tira a la orquesta a la "Ginebra", que estaba en el otro extremo de la fila.
    La orquesta, habituada a estos incidentes, sigue tocando. Ante aquella indiferencia, la "Ginebra" se levanta por sus propios recursos y se va con su novio, que estaba esperándola en el vestíbulo.
    Acaba el cuadro con el "cock-tail" (¡ya apareció el "cock-tail"!), o sea la unión de todos los licores. Para lograr este espiritual efecto, todas las señoritas se abrazan, como si partiesen de excursión a Australia.
    Apoteosis.
    Todos los personajes de la obra ocupan la escena. Se les ve cogerse de las manos para evitarse nuevas caídas.
    La Noche declama unos versos autopiropeándose.
    Aplausos.
    Salida de los actores por la concha del apuntador. Mutis, después de saludar por el mismo sitio.


Y ahora sí, prometo dejarlos tranquilos hasta bien entrado septiembre. Me quedo con mis cosas, que bastante tengo con lo que tengo.
P.J.L. Domínguez
           

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