lunes, 21 de enero de 2013

LOS HABITANTES DE LA CASA DESHABITADA

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Enrique Jardiel Poncela Director: Ignacio García Intérpretes: Pepe Viyuela, Juan Carlos Talavera, Paloma Paso Jardiel, Abigail Tomey, Pilar San José, Susana Hernández, Manuel Millán, Ramón Serrada, Matijn Kuiper, etc.  Duración: 1.40'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Tengo por Jardiel una adoración reverencial. En vez de desparramar adjetivos voy a soltar un tópico: si hubiera nacido en Arkansas sería tan conocido como Groucho o Woody Allen. No exagero, la inteligencia desbordada de este hombre resiste cualquier comparación. Repetiré cada vez que hable de él, y hasta la muerte, que en un país normal habría siempre en cartel cuatro o cinco jardieles, en Madrid, en Lugo o en Albacete. Pero, ¿cuántos países normales hay en el mundo? No más de tres o cuatro, y éste no está en el grupo.
Enrique Jardiel Poncela, el genio.
Los habitantes de la casa deshabitada no tiene precio. Por sí sola, justificaría que se le dedicaran plazas a su autor. Es un delirio cómico con historia de pareja joven dentro, igual que algunas de las películas del citado Groucho y sus hermanos. Es muy difícil de hacer. Las obras de Jardiel tienen una engañosa apariencia de facilidad que las convierte en una trampa mortal para el teatro de aficionados y los grupos universitarios, que no cejan en el empeño de montarlas (algo que, por otra parte, me parece estupendo). Los textos son tan tronchantes a la lectura, todo encaja con tal perfección, que parece que basta con soltarlos en el escenario. Y no es así,  sólo funcionan bajo un cuidadísimo control del movimiento y la expresión de todos y cada uno de los actores en escena, incluso los que están en segundo término o corren pegando tiros por las escaleras. Si quieren ver un ejemplo muy bien resuelto busquen Eloísa está bajo un almendro en la versión de Rafael Gil (1943). Si quieren ver un ejemplo mal resuelto, pásense por el Fernán-Gómez.

El gran Saza
Atentos, porque llega una de las más horrendas frases tipo del crítico (peor aún: del gran aficionado al teatro). "Yo se la vi a...". Ahí va: Yo se la vi a Saza. Al inmenso Sazatornil. Dirigido por Mara Recatero, una especialista en Jardiel. Y andaban sueltos por allí Manuel Gallardo, Ana María Vidal y Manuela Paso (trece años antes de que le dieran un Max por La función por hacer). También Paloma Paso Jardiel, que repite ahora, y de la que algo diremos más abajo. Aquello fue un éxito antológico (vean la publicidad en ABC en junio del 99). A la salida, me dolía el estómago de tanto reír. Con Jardiel, la crítica es muy sencilla: ¿Le duele el estómago? Bien ¿No le duele? Mal. En este teatro el humor es la esencia.

Estreno en 1942. ¿Ven que se puede hacer
teatro sin proyecciones de vídeo?

Vamos por partes. La escenografía (un bombón para el diseñador, porque la trama pide de todo) es feota. En cuanto a rendimiento, el comedor -ocasión de lucirse- mal encajado y demasiado lejano. Las proyecciones, prescindibles. El vestuario, más bien de salir del paso. Por ejemplo: claro que el fantasma y el hombre sin cabeza son, en la historia, un burdo apaño armado por una panda de inútiles. Pero la trasposición de ese concepto intacto al escenario da la impresión de un burdo apaño armado por una compañía sin medios. Artiñano es un artista sin discusión, pero esto va menos que raspado. El movimiento de actores, desastroso. Cuando la acción se precipita, todo el mundo debe correr por todas partes, y salir y entrar del escenario como en un vodevil enloquecido. O se mide todo bien medido, o parecen los payasos de la tele (cierto que la inmensa boca del Fernán-Gómez ayuda poco). 

Y lo más difícil de todo, lo más importante de todo y, en este caso, lo peor de todo: el tono. Simplemente, no hay registro de conjunto. Viyuela se salva, le basta con aplicar el repertorio para que el respetable se ría. Se salva también Pilar San José, cuando a la encantadora locuela que es Susana más le patinan las sinapsis. Y se salva, desde luego, Paloma Paso Jardiel, que supongo que sabría bordar el papel hasta en un andén del metro. (¿Se han fijado en los apellidos? Sí, es lo que parece. Esta mujer me produce el mismo estupor místico que experimenté cuando conocí a la sobrina de Falla. Lleva en las venas el teatro español del siglo XX). Ramón Serrada, digno. Tan estirado como pide el papel y más contenido que los compañeros de correrías.

Los demás, dejados de la mano de Dios. El galán joven, para empezar, no da el físico necesario. Esto puede parecer cruel, pero no lo es: la culpa no es suya. Le ponen además un pelucón inenarrable y más rimmel que a Marujita Díaz. Ni el mejor actor sería capaz de salir airoso. La joven dama, francamente mejorable (por no hablar del vestido). Alto: debo decir algo en favor de ambos. Con estos jóvenes protagonistas serios empotrados en un disparate (como en las pelis de los Marx que citaba más arriba), casi no hay manera de acertar. Son papeles malditos. Pero sigamos: la madre, a años luz de la tenebrosa bruja que debe componer; el jefe de los malvados, muy alto, muy guapo, y muy macizo, sí, pero expresivo como  un pedazo de madera.

Como casi siempre, JM me dio la clave a la salida. Esto sólo funciona si se interpreta con extrema seriedad, entreverada de estupor. A los personajes les están pasando cosas horrorosas, y van de sorpresa en sorpresa. No se puede salir al escenario buscando la inmediata complicidad del chiste. Precisamente, lo que genera la carcajada es el contraste entre el mal trago y lo radicalmente absurdo de la situación y los dialogos. Recuerden a Saza, ése es el tono.
P.J.L. Domínguez

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