miércoles, 27 de abril de 2016

EL JURADO

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Luis Felipe Blasco Vilches Director: Andrés Lima  Intérpretes: Josean Bengoechea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Veasco y Usun Yun Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Usun Yun, Clavijo, Escribano, Bengoetxea, Velasco, Ordaz, Valdenebro y Canco Rodríguez. De espaldas, Pepón Nieto.


El parentesco es tan evidente que hasta lo menciona el director en el programa de mano. La huella de Doce hombres sin piedad en España fue enorme (muy superior a la que le hubiera correspondido a una película de Lumet) gracias a un Estudio 1 de gran impacto en 1973. Pensando ahora en ese impacto me viene a la memoria mi padre, que dijo de pronto, una vez que Kennedy salía en la tele, "cómo nos engañaron a todos con éste". Ya saben, Kennedy era el presi bueno como Juan XXIII era el Papa bueno. La obra original (concebida para la televisión) se emitió en 1954. Puede (digo "puede", ese año el Oscar a la mejor película se lo llevó La ley del silencio, no todo el mundo estaba en la inopia) que entonces el público mayoritario recibiera de buen grado un relato que parecía demostrar que el sistema democrático (americano) funcionaba. Bastaba que un hombre entre doce (olvídense de las mujeres, tan ninguneadas como en Mesopotamia) tuviera la conciencia limpia y la mente despejada para hacer que todos reconocieran la verdad. Cuando Televisión Española emitió su versión en 1973, los americanos (del norte) ya sabían que la guerra de Vietnam era un inmundo vertedero en el que habían tirado su conciencia a que se pudriera y habían entrado en el fango del Watergate. No me parece a mí que estuvieran ya para estos idílicos cantos. Pero aquí, ¡ay aquí!. En pleno final del largo túnel esto parecía el séptimo cielo de la democracia. Doce hombres (insisto, sin mujeres) debatiendo en libertad para llegar a la conclusión justa. Como dijo mi padre, "cómo nos engañaron a todos".

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Algo así debió de pensar Luis Felipe Blasco Vilches cuando decidió ponerse a escribir El jurado. Sólo puedo seguir hablando si desvelo cuál es el carácter de la pieza (algo de lo que el espectador no está seguro hasta el final), así que

ATENCIÓN: SPOILER 
(si no quiere que le reviente el suspense, no siga leyendo)
El jurado da la vuelta como un calcetín a Doce hombres sin piedad. Donde hubo sinceridad pongan doblez. Donde había búsqueda desinteresada de la verdad pongan defensa despiadada del interés. Desde ese punto de vista, es un interesante ejercicio: jugar con una referencia instalada en la memoria colectiva para despanzurrarla en sintonía con los tiempos de corrupción que vivimos. ¿Qué tal ha salido?

Bueno, no ha salido mal, pero tampoco para echar cohetes. Como me dijo una amiga, quitándome la expresión de la boca, "es un texto un poco tramposo". ¿Qué quiere decir que es un texto tramposo? 

Nada más atractivo ni que funcione mejor que una revelación. Esto lo sabemos desde los griegos (y desde antes, sólo que nos hemos empeñado en acordarnos de todo desde ahí). Qué subidón cuando nos enteramos de quién era Edipo. Pero hay una cosa muy delicada: el número de revelaciones tiene un peso importante en la determinación del género. El thriller (también el subgénero del thriller judicial, en el que podríamos enmarcar El jurado) suele exigir una al final, la que resuelve el enigma. Admite alguna más en el desarrollo de la trama. Pero si resulta que, de uno en uno, prácticamente todos los personajes van revelando unas circunstancias personales tan específicas que afectan directamente a la resolución del caso, es que hemos saltado al Asesinato en el Orient Express. Yo diría que El jurado no quería parecerse al Cluedo, sino que pretende ser otra cosa. Leo ahora mismo que Lima dice en el programa de mano que "te mantiene pegado al texto como los clásicos thrillers judiciales de Hollywood". De acuerdo, eso es lo que quería ser. Pero sobran revelaciones. Demasiadas coincidencias sembradas en este grupo de nueve personas para facilitar el desenlace. Eso quería decir con "un poco tramposo".

* * *
Lima ha dirigido un drama convencional, y se agradece. Se agradece que no aparezcan las ocurrencias de Medea o, tanto peor, de Capitalismo, hazles reír. Se aprecia al buen organizador de tiempos y al director de actores. Las transiciones -efectos de iluminación, giratorio en marcha, intérpretes moviéndose a cámara lenta- están bien, oxigenan un poco el relato. El mencionado giratorio hace su papel. Estos nueve están gran parte del tiempo sentados a una mesa (vean la foto), y ya saben el lío que supone eso en el teatro. Sentar a cenar a un grupo de personas es una de las pesadillas del director de escena. O se sientan dejando un lado libre (como en el cuadro de Leonardo), cosa que produce un espantoso efecto de artificiosidad, o alguien tiene que quedar de espaldas al público. La solución de Beatriz San Juan funciona a la perfección: dan vueltas, así que terminamos viendo a todos desde todos los angulos. Paradójicamente, el efecto final es un poco cinematográfico. Es como si tuviéramos muchos tiros de cámara. 
* * * 
Todos tienen su momento excepto, diría yo, Eduardo Velasco. No por su culpa, sino porque le ha caído el personaje más plano y con menos atractivo: es el presidente del jurado y se pasa la función reclamando orden. Todos los demás tienen algún atractivo que explotar. Algunos, modestos -como el suave resbalar del personaje de Usun Yun por encima de cualquier cosa- y otros bien jugosos, como el tipo que encarna Víctor Clavijo, imbuido de su posición de triunfadorcillo (quizá el mejor vestido por Paloma de Alba, algún centímetro más allá de donde empieza el pijo hortera). Me gustó mucho Clavijo en Sótano, me siguió gustando en Fausto y me ha gustado aquí. Es un actor versátil que administra muy bien las intensidades. También muy bien vestido Bengoetxea, que acierta -con la ayuda de ese traje, las gafas y el pañuelo- en la composición de ese  pobre hombre que de creerse en la zona de seguridad ha pasado al deshaucio, como tantos.  De la Ordaz, me parece que ya no puedo decir mas de lo que he dicho otras veces: soy un rendido admirador. Se lleva, además, uno de los papeles bombón: el de la insignificancia -estirada hasta rozar lo ordinario- que termina siendo último refugio de la dignidad. Está como siempre, estupenda en esos andares a que obligan las articulaciones que duelen de tanto limpiar por ahí, estupenda en las espontáneas solidaridades que despiertan los demás en esta mujer a la que el sufrimiento ha sumado rabia sin restarle bondad. OJO QUE VA OTRO SPOILER: Su reverso, el villano, lo va dejando salir Pepón Nieto poco a poco. En esa graduación está todo el mérito: en que quien parece ser al principio pueda contener en su interior -sin fingimiento de cartón- a quien revela ser en realidad al final.

No va a ser la función de la temporada, pero se deja ver. Me parece que lo próximo de lo que voy a hablarles (Tierra del fuego de Tolcachir) va a terminar con la misma frase. Lo que me ha sorprendido muy agradablemente, porque a todo el mundo le da mucho miedo el texto de Cervantes aunque no lo confiesen, es la Numancia de Pérez de la Fuente. Ya les contaré.
P.J.L. Domínguez
          
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