Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: David Mamet (versión de Bernabé Rico) Director: Juan Carlos Rubio Intérpretes: José Sacristán y Javier Godino Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
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Foto de Sergio Parra |
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
¿Nos van a extrañar a estas alturas las turbias
maniobras de los poderosos? Hace poco, hubiéramos visto en Muñeca de porcelana una excepción, frecuente pero excepción al
cabo, al normal discurrir de las cosas. La sospecha de que, bien al contrario,
la realidad visible es solo un teatrillo de guiñol cuyos hilos se manejan de
forma cínica e indecente por unos cuantos, crece al amparo de las noticias de
todos los días y siembra el desconcierto y la desesperanza.
Mamet no cuenta,
por tanto, nada que no sepamos. Pero lo cuenta de forma magistral: noventa
minutos, un despacho, dos personajes con sus telefónos móviles y uno fijo sobre
la mesa. Eso le basta para radiografiar en detalle, con impecable técnica
narrativa que no deja ver las costuras, una historia enmarcada en el género,
tan caro a los anglosajones, del “auge y caída”. La mafia institucionalizada,
el navajeo canalla en las cumbres de la política.
Sería
posible exprimir más el texto, pero la versión de Rubio es potente y mantiene
el interés. Sacristán, cuyo talento parece rejuvenecerlo en el escenario,
aguanta el peso de la obra de cabo a rabo sin aflojar un instante. Excelente
presencia semiausente de Godino. Habría que dar una vuelta, quizá, al momento
en que la trama revienta, y que no puedo desvelar.
Y algunas cosillas que no cabían allí:
1.- "Impecable técnica narrativa que no deja ver las costuras", decía en la Guía. Dos son las habilidades necesarias para transmitir este porrón de información sobre la amante tirada en un hotel, el avión embargado, el denso pasado del personaje, el carácter de su interlocutor telefónico y de su ex-aliado omnipresente en las conversaciones, el aura mítica del viejo mentor ya desaparecido... son muchas cosas. La primera habilidad es colarlas. La segunda, hacerlo sin cantar la Parrala. Me explico: muchas veces, empieza la función de dos personajes y uno se pasa la primera media hora explicando al otro todos los antecedentes de la historia. Los espectadores piensan: "se lo está contando a él para que nos enteremos nosotros". El horror. Vertiginosa caída de verosimilitud. A veces es aún peor: los personajes se cuentan uno al otro cosas que ya sabían. Se me ocurren ejemplos, pero hoy hace sol, estoy de buen humor y paso de que alguien me odie por opinar. El mérito de Mamet es que no se le ve la técnica, más que si uno está bien atento a eso. O sea, si uno tiene la mala suerte de ser crítico, además de espectador.
2.- Como ha dicho Ordóñez mejor de lo que yo pueda hacerlo, el personaje de Ross fascina por su ambivalencia. Un añejo tipo de ambivalencia, la misma de Julio César, la misma de Marlon Brando en El Padrino y la misma que en el momento en que me leen estarán poniendo en práctica tantos jefazos, jefes y jefecillos de distintas mafias en todo el planeta y a cuaquier altura de la escala social. Esto sirve tanto para las maras como para los consejos de administración, y es cuestión de sutileza (la famosa finezza que, a juicio del inefable Andreotti, que de esto lo sabía todo, faltaba la política española). Una cosa es ser un individuo repugnante y torcido del que no pueden fiarse ni sus esbirros y otra bien distinta el capo que, igualmente repugnante en cuanto a objetivos y procedimientos, es fiel a una escala de valores y una serie de normas -paralelas a las del código penal- que rigen las relaciones dentro de la familia. Ese combinado de tiranía y fidelidad, de mando y protección, resulta -a poco carisma que tenga el amo- irresistible. Así es Ross: corrupto, cínico, profundamente antisocial en el fondo de sus manejos... pero sabemos que, si aceptamos ser un engranaje más de su maquinaria y alcanzamos un acuerdo de mutuo interés, no nos traicionará más de lo estrictamente necesario. Es el cálculo inteligente de un canalla inteligente. La famosa combinación de maldad e inteligencia de Cipolla, con la que siempre es posible llegar a un acuerdo. Los dioses nos libren de los malvados idiotas.
3.- Se ha glosado abundantemente el excelente trabajo de Sacristán. Creo que es significativo lo que les decía en la crítica en papel. 78 años son unos cuantos, pero metido en la piel de Ross parece que el actor se carga de la energía que el personaje acumula. Antes del bajón, claro está. Todo esto se ha dicho ya, lo que toca subrayar es lo que Godino hace. Les digo con frecuencia que en teatro es tan difícil callar como hablar, y aquí hay una enorme gama de actitudes que el antagonista debe asumir sin abrir el pico. Por mencionar algo parecido en la cartelera reciente, es como el chico de Reikiavik: tiene que hacer de apoyo (spalla = hombro, llaman los italianos a este secundario en el que se sujeta el protagonista) a las larguísimas intervenciones de Ross, tiene que ser un interlocutor vivo y no un maniquí de plástico. Godino ya se salvaba en aquel desastre de El loco de los balcones en el que también compartía escenario con Sacristán. Afortunadamente, Rubio ha sabido sacarle aquí un estupendo partido.
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