jueves, 29 de octubre de 2015

TRILOGÍA SOBRE ALGUNOS ASUNTOS DE FAMILIA

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor y director: Jorge Hugo Marín Intérpretes: Juan Pablo Acosta, Ella Becerra, Fernando de la Pava, Daniel Diaza, Miguel González (Los autores materiales); Juana Arboleda, Ella Becerra, Jorge Hugo Marín, Angélica Prieto, Rodolfo Silva (El autor intelectual); Luna Baxter, Ella Becerra, Juanita Cetina, Carmenza Cossío, Fernando de la Pava, Daniel Diaza, Miguel Gonzalez, Rodolfo Silva (Cómo quieres que te quieraDuración: 50' + 1.00' + 1.15' (dos entreactos)
(La función ya no está en cartel)


La foto pertenece a El autor intelectual, pero no corresponde al montaje en el Valle
Inclán. Son Ella Becerra, Juana Arboleda y -con la cara oculta- Jorge Hugo Marín.
Si sigo esperando a tener el tiempo que esta entrada se merece para empezar a escribirla no lo haré nunca, así que vamos y que salga el sol por Antequera. Tengo en el refrigerador otra de las funciones del ciclo Un lugar en el mundo (Darling) y veo hoy Splendid's. Se me acumula el trabajo.

Intento publicar a tiempo de que el lector pueda sacarse una entrada, por el obvio motivo de orientar a quien le apetezca dejarse orientar, pero con los festivales es complicado el asunto. La compañía colombiana La Maldita Vanidad estuvo en Madrid sólo (sí, con tilde, pasemos de RAE) del 8 al 10 de octubre, tres únicas representaciones para algunos afortunados. Casi cuatro horas si contamos los tres títulos de la trilogía y sus entreactos. Ningún sacrificio, de allí no se escapó casi nadie.

Lo de La Maldita Vanidad es un hiperrealismo con matices. En la primera pieza (Los autores materiales) ese matiz es un ligerísimo escoramiento hacia el grand-guignol. Ojo: he dicho "ligerísimo". La segunda (El autor intelectual) es naturalismo puro, yo diría que sin matices. La tercera (Cómo quieras que te quiera) resbala un poquito hacia la comedia disparatada. Otro ojo: he dicho un poquito, lo siniestro no deja de lanzar su aliento a la nuca del espectador.


Es una compañía de autor: Jorge Hugo Marín escribe y dirige (lo tienen en la foto). Si entiendo bien la información de su página, la trilogía se montó en 2009. Seis años de vida internacional son mucha vida para cualquier espectáculo, pero más si sale de Medellín. Las diferencias del coste de la vida entre la América latina y el curiosamente llamado primer mundo hacen muy difíciles las salidas, así que este éxito continuado de difusión parecía indicar a priori el interés de la propuesta. Digo "parecía", porque todos nos hemos llevado muchos tortazos con este o aquel éxito abrumador, pero en este caso me caso (este blog adora la paronomasia y el calámbur) con los diecisiete programadores que, al parecer, la han llevado a sus respectivos festivales.

¿El teatro en Colombia sólo puede hablar de violencia o de tensiones sociales? Hace unos cuatro o cinco mil años Luigi Nono nos dijo -a mí y a otra docena de jóvenes ignorantes- que era incomprensible que los compositores españoles no utilizaran con más frecuencia el flamenco como material de partida. Se lo conté a mi maestro. Respuesta: "Claro, que los alemanes escriban sinfonías mientras nosotros hacemos botijos". Otro de esos debates sin solución. En la literatura española se dio bajo la dictadura: en semejante situación, ¿era lícito -incluso posible- hacer otra cosa que no fuera denuncia? Cuando, además, se mira desde fuera, las cosas se simplifican aún más. ¿Qué sabemos de Nueva Zelanda? Que hay kiwis. ¿Cómo reaccionaríamos si nos llegara ahora una pieza escrita en Siria del tipo de, pongamos, Reikiavik, por mencionar algo reciente?

La Trilogía parte con la ventaja de responder a nuestros prejuicios: Nueva Zelanda, ergo kiwis; Colombia, ergo violencia. ¿Dice esto algo contra el mérito de su creación? En absoluto, es sólo que al motivo principal de su éxito internacional -su calidad- se añade uno accesorio: que se acomoda a lo que esperamos. Los seres humanos adoramos lo previsible.

* * *
Los autores materiales. De pie: Diaza y Becerra.
A estas alturas, el avispado lector habrá deducido ya que esto va de violencia. Violencia privada en el primer caso (ATENCIÓN, SPOILER): unos jóvenes han asesinado a su casero, y la chica de la limpieza se presenta cuando aún tienen el cadáver en el baño. El azar quiere que ese día se traiga al niño. Todo esto no se entiende de entrada, tienen que pasar unos minutos para que el espectador termine de convencerse de que hay un muerto ahí atrás. Tras llegar a esa convicción, pasé un rato horroroso, convencido de que el descarrilamiento llegaría en cualquier momento. Sumen: muerto en el baño + chacha con acento popular (afortunadamente, mi modesto conocimiento de Colombia me da para percibir algunos matices de este tipo). ¿No les suena a unas dos mil películas de los setenta? La característica comedia española con muerto, más Gracita Morales o Rafaela Aparicio. Un levísimo patinazo, y nos íbamos a partir de risa. Les diré más: hay un canario en escena. ¿Saben aquello de Hitchcock? "Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton". Son tres elementos que acaparan la atención, no dejan sitio a nada más. Encima, este canario era puñeteramente buen actor: coloca los trinos exactamente en las pausas, ni que estuviera ensayado. (Entre paréntesis, ¿qué dirá Rodrigo García de que nadie se queje por el canario?)

Pues bien, ahí me tienen, encogido en la butaca y esperando lo peor. Y lo peor no llega. Lo que llega por momentos es el convencimiento de que:

1) Esto está escrito con auténtico virtusiosismo hiperrealista. Algo mucho más difícil de lo que parece, porque el hiperrealismo no es calcar la realidad, es que parezca que la realidad se calca, algo completamente distinto. Vean si no Gran Hermano 24 Horas y se enterarán de que la realidad es mortalmente aburrida. Hasta en Medellín.


2) Sólo hay dos posibilidades. O Ella Becerra es una chica de clase humilde que se dedica a limpiar casas en Colombia -y que la compañía ha contratado para la gira por su total naturalidad en escena- o es una actriz superlativa. Ustedes se preguntarán quizá, ¿qué sabrá éste de la chicas de clase humilde que limpian casas en Colombia? Se da la casualidad de que algo sé. Tuve una que me limpió un piso en Bogotá durante más de un mes. Y no les puedo dar idea del estado de estupor en que me sumió verla rediviva dando vueltas por el escenario. ¿Recuerdan lo que acabo de decirles en el punto anterior sobre conseguir que algo parezca un calco de la realidad? Pues eso. La duda -esa duda sobre si estamos viendo a la limpiadora real o a la actriz apabullante- se  resuelve en la siguiente pieza. La foto de este párrafo es la tercera que le dedicamos, pero no me importaría nada poner unas cuantas más. Hay motivos.
Daniel Diaza, el "niño".

3) El niño. Por Dios, el niño. Son papeles que representan una pesadilla para el director de escena: hay que elegir entre poner un niño -y no les cuento las complicaciones legales, aparte de su catalización de la atención del espectador, ya comentada- o un adulto. Y pocas cosas más horribles que un adulto haciendo mal de niño. Tenemos la reciente, y estupenda, experiencia de Olivia Delcan en Hard Candy (y en la Alicia de Juan Codina, de la que aún no les he hablado). Pero Delcan hacía una adolescente (como Macarena Sanz en Münchhausen), y esto es un niño. También en Münchhausen, David Castillo hacía de niño de cortísima edad, pero ahí la cosa era distinta: había una arriesgada decisión del director y el actor, que construyeron una versión no exactamente realista de la gesticulación y la dicción infantil, olvidando cualquier necesidad de apariencia física (era inevitable, se trataba de un niño muy pequeño). Salió bien. Esto es distinto. El niño tiene ya sus añitos. No dice palabra, pero pesa (pesa hasta cuando sale de escena). Y otra vez empezamos a hacernos preguntas de primero de espectador: pero... ¿este chico qué edad tiene? Otra vez, el calco de la mirada de un crío. Otra vez, la dimensión exacta del actor la da la comparación de este papel con el de Cómo quieres que te quiera.

4) Marín director está a la altura de Marín escritor.

* * *
Una puede ser, como se dice en mi pueblo, chiripa. Entonces empieza El autor intelectual, y resulta que no, que el acierto no es casual, y que estos tipos donde ponen el ojo ponen la foto. La instantánea se traslada de ese apartamento en precario equilibrio al borde de la pobreza, a la clase media que envía a sus hijos a estudiar a Estados Unidos apenas su estatus se lo permite. Idéntica sensación de violación de la intimidad de los personajes, incluido truco escenográfico (es la foto de arriba del todo): los vemos a través de los cristales de un enorme ventanal que abarca todo su salón. El material que imita al vidrio tiene el inconveniente de que dificulta a veces la escucha, pero no importa: el rendimiento dramatúrgico de ese cristal interpuesto lo justifica. Somos los vecinos de enfrente. Les diré más: hay momento en los que la combinación del vidrio y la música puesta muy alta no deja oír casi nada. Mejor, el realismo se redobla.

Más actores impecables: Juana Arboleda, Rodolfo Silva, Angélica Prieto. La confirmación: Ella Becerra no es una chica de servicio, es una actriz inmensa. Se ha convertido ahora en una de esas mujeres que, a base de control extremo de su continente, terminan con el contenido hecho trizas. Bree Van De Kamp, versión colombiana. Si tuviera que elegir una de las tres, me quedaría con esta pieza. La más pura en su realismo. Por momentos hace reír, pero no porque se vaya a la comedia, sino porque la realidad es a veces, de puro tremenda, risible.

Como si Marín quisiera amontonar obstáculos para demostrar que sabe saltarlos -recordarán el muerto, el niño y el canario- aquí hay pistola. Y se la salta a la torera. No hay el menor problema para creerse que sale del bolso de la señora impecable. No hay el menor problema para creerse los latigazos de violencia contenida. Asusta. Inmersión total. Prueba superada con nota.

Hablando de notas, una final: fantástica la irrupción de la vecina. De escritura, de dirección, de interpretación (Luna Baxter). 

* * *
Pirueta final: de la violencia privada a la social. Nada menos que la fiesta de los quince años de la hija del narcotraficante. Horror y kitsch. Como una tarta de nata rellena de TNT. Reconfirmación: Becerra es la bomba. Ahora, en esposa entre hortera y tenebrosa del gran capo. Reconfirmación: Marín es la bomba. Una única pega: sobra -y sobra radical y completamente, no conozco a nadie que no opine lo mismo- el epílogo, la coda en la que vemos la fiesta. La función ha terminado antes. 

Tercera encarnación de Becerra: la mujer del narco. Con Silva y Cetina.
Carmenza Cossío
Confirmados también de la Pava y Diaza, que de niño ya no tiene nada. Los dos en personajes que comparten la característica principal del texto: ese mix entre lo cándido y lo horrible. Diaza tiene que mostrar mil cosas: el aburrimiento -pero también el cariño- que le produce su hermana; la aparición precoz del machito depredador impertinente; el hábito de la violencia; la conciencia del horror en el que vive instalado; la ambivalente relación con su madre. Todo se le entiende. De la Pava modula al bronco personaje violento de Los autores materiales, convertido ahora en el esbirro un poco bobo, un poco inútil, fiel como un perro. Los demás están impecables. Luna Baxter, muerta de miedo. Juanita Cetina, otra adulta que saca adelante un papel de adolescente. Carmenza Cossío, en un personaje que me provoca escalofríos otra vez, porque es también idéntico a alguien que conozco allá en Bogotá. Qué buenas las tres. Y Rodolfo Silva, que ha pasado de ser un tipo campechano tirando a bronco cuando quiere, al esbirro (otra forma de esbirro) amaneradamente gay que dicta el buen gusto. El buen gusto importado de lo más horrible de Miami, claro está.
* * *
No puedo decirles que saquen entrada (ya les avisé en el Vanity de septiembre), pero sí que estén atentos. Supongo que volverán. No paran: estuvieron el sábado en el Cervantino de Guanajuato con Hoy envejecí diez años (más violencia). Investiguen un poco en internet y encontrarán fotos de otros montajes que les darán ganas de coger un avión.
P.J.L. Domínguez
          

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