Sala: Teatro Lara Autora y directora: Denise Despeyroux Intérpretes: Carmela Lloret y Sara Torres Duración: 0.55'
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Despeyroux no defrauda. Vaya capacidad de armar diálogos verosímiles, por inverosímil que sea la situación. Si quieren etiqueta (ya saben que a los críticos, mentes estériles, parásitos de la creación, etcétera, nos pirran), es una forma más de realismo mágico. Claro que las etiquetas tienen sus limitaciones, y en ésta caben Rulfo e Isabel Allende, tócate las narices. Perdonen que me ponga coloquial: he encontrado a esta colega mexicana y me ha puesto en crisis la formalidad estilística (no intenten traducirla con Google, no hay opción mexicano/castellano).
Estábamos con Rulfo y la Allende, que son como Dios y un... aquí antes se decía "y un gitano", pero vamos a corregirlo políticamente: como Dios y un servidor. Y, ahora que caigo, esa extraña pareja me sirve para una analogía. Porque si la Allende es realismo mágico yéndose por el camino de lo comercial en el peor sentido del término, Por un infierno sin fronteras es el realismo mágico de la Despeyroux acercándose a lo comercial en el mejor sentido del término. Alguien estará pensando, ella misma si me lee, que me he debido de volver loco. Pues no. Imaginen esto con dos actrices televisivas. Televisivas a lo bestia, quiero decir. Imaginen por un momento que alguien asesora bien a Miriam Díaz Aroca y a Belinda Washington (sé que es difícil de imaginar, pero inténtenlo) y que Despeyroux, tras ingerir una croqueta en mal estado que le provoca un viaje psicotrópico, las dirige en el Maravillas o el Marquina. ¿Entienden hacia dónde voy? En la escala comercial / no comercial, en la escala de lo masticable si prefieren la expresión, este Infierno está bastante más cerca de El crédito de lo que estaban La realidad o Carne viva, sin que esto quiera decir nada sobre la calidad intrínseca de cada una. Quizá sólo quiere decir que Despeyroux podría, si quisiera, ser Galcerán. O que, con un productor avispado, Por un infierno sin fronteras podría rendir en on y no sólo en off.
Por seguir amontonando consideraciones sobre el carácter de la pieza, también habría que señalar que lo humorístico tiene un peso considerable. O eso me pareció a mí, ya se sabe que el humor es una cosa muy personal (vamos, que el de las carcajadas era yo). Éste es un humor en equilibrio entre el absurdo y el roce con un costumbrismo que no se va por las tangentes (arnicheanas, almodovarianas); o sea, encajado perfectamente en un estilo que lo sobrevuela y lo asimila. Vayan sumando: realismo, magia, humor, costumbrismo. Ahí está la virtud, en que a esta mujer todo le queda coherente.
Y otra virtud más, antes de irme a la cama: la profunda humanidad de los personajes que, oscilantes entre la desesperación y la agresión, nos hacen reír. No porque nos riamos de sus desgracias, sino por lo mucho que se nos parecen. Ahora que lo pienso, en esto del costumbrismo contenido y la humanidad, tienen un aire a los personajes del Chejov cómico que Alfaro tiene en La Latina (ya les contaré; en cuanto pueda). Las dos se nos hacen decididamente simpáticas. De manera menos descacharrada que los personajes de Carne viva y menos dramática que las de La realidad, pero con la misma simpatía.
Vi a las dos intérpretes en Carne viva. Me gustó Carmela Lloret, pero me fijé menos en Sara Torres, vaya usted a saber por qué. Están las dos muy, pero que muy bien, pero Torres ha encontrado un papel que le sienta como un guante hasta tal punto que, de no haberla visto antes, estaría pensando que actúa as herself. Siempre les digo que cuando una interpretación recuerda a una persona real el fenómeno se constituye en la prueba del algodón. ¿Qué hace un actor? Simular una personalidad inexistente. Las existentes son todas coherentes (vaya perogrullada) siguiendo el principio de lógica berroqueña de que la realidad es coherente por definición (si no, se abrirían grietas lógicas en la sopa de energía y materia, y el cosmos se tragaría a sí mismo). Si la simulación se parece a la realidad, es que la coherencia -madre de la verosimilitud- se ha logrado. Pues bien, esta terapeuta se parece bastante a alguien que conozco. Gol de Torres. Lloret no es manca, está estupenda con su camisoncito ridículo y sus mañas de pasiva superagresiva. Despeyroux le ha escrito algunas líneas gloriosas, sobre todo cuando define su aversión por el lenguaje figurado en sus diversas formas. (Curioso eco de un texto sin estrenar por estos pagos que incluye, literalmente, lo siguiente: "Tenemos demasiada simbología en esta casa"). Por ahí es por donde me sacó más carcajadas, quizá porque comparto en cierta medida la manía: no soporto que los demás usen figuras trilladas. Los demás, he dicho, a mí me encanta usarlas. Qué les voy a decir que no me hayan soportado.
No les he contado nada de lo que ocurre en escena, porque la función se sostiene, entre otras cosas, en pequeñas sorpresas sucesivas que no quiero les arruinar. Por si no ha quedado claro en medio de tanta verborrea, la piececita es deliciosa. Además, este horario del vermú de los domingos en el Lara es un hallazgo -un redescubrimiento, mejor dicho- para funciones breves. Es perfecto para sorprender a esos amigos poco asiduos al teatro (sí, créanme, hay gente que no va). Dentro de nada, les hablaré de El discurso del rey y de Atchúusss!
Carmela Lloret y Sara Torres. La foto corresponde al montaje en La Casa de la Portera. |
Estábamos con Rulfo y la Allende, que son como Dios y un... aquí antes se decía "y un gitano", pero vamos a corregirlo políticamente: como Dios y un servidor. Y, ahora que caigo, esa extraña pareja me sirve para una analogía. Porque si la Allende es realismo mágico yéndose por el camino de lo comercial en el peor sentido del término, Por un infierno sin fronteras es el realismo mágico de la Despeyroux acercándose a lo comercial en el mejor sentido del término. Alguien estará pensando, ella misma si me lee, que me he debido de volver loco. Pues no. Imaginen esto con dos actrices televisivas. Televisivas a lo bestia, quiero decir. Imaginen por un momento que alguien asesora bien a Miriam Díaz Aroca y a Belinda Washington (sé que es difícil de imaginar, pero inténtenlo) y que Despeyroux, tras ingerir una croqueta en mal estado que le provoca un viaje psicotrópico, las dirige en el Maravillas o el Marquina. ¿Entienden hacia dónde voy? En la escala comercial / no comercial, en la escala de lo masticable si prefieren la expresión, este Infierno está bastante más cerca de El crédito de lo que estaban La realidad o Carne viva, sin que esto quiera decir nada sobre la calidad intrínseca de cada una. Quizá sólo quiere decir que Despeyroux podría, si quisiera, ser Galcerán. O que, con un productor avispado, Por un infierno sin fronteras podría rendir en on y no sólo en off.
Por seguir amontonando consideraciones sobre el carácter de la pieza, también habría que señalar que lo humorístico tiene un peso considerable. O eso me pareció a mí, ya se sabe que el humor es una cosa muy personal (vamos, que el de las carcajadas era yo). Éste es un humor en equilibrio entre el absurdo y el roce con un costumbrismo que no se va por las tangentes (arnicheanas, almodovarianas); o sea, encajado perfectamente en un estilo que lo sobrevuela y lo asimila. Vayan sumando: realismo, magia, humor, costumbrismo. Ahí está la virtud, en que a esta mujer todo le queda coherente.
Y otra virtud más, antes de irme a la cama: la profunda humanidad de los personajes que, oscilantes entre la desesperación y la agresión, nos hacen reír. No porque nos riamos de sus desgracias, sino por lo mucho que se nos parecen. Ahora que lo pienso, en esto del costumbrismo contenido y la humanidad, tienen un aire a los personajes del Chejov cómico que Alfaro tiene en La Latina (ya les contaré; en cuanto pueda). Las dos se nos hacen decididamente simpáticas. De manera menos descacharrada que los personajes de Carne viva y menos dramática que las de La realidad, pero con la misma simpatía.
Vi a las dos intérpretes en Carne viva. Me gustó Carmela Lloret, pero me fijé menos en Sara Torres, vaya usted a saber por qué. Están las dos muy, pero que muy bien, pero Torres ha encontrado un papel que le sienta como un guante hasta tal punto que, de no haberla visto antes, estaría pensando que actúa as herself. Siempre les digo que cuando una interpretación recuerda a una persona real el fenómeno se constituye en la prueba del algodón. ¿Qué hace un actor? Simular una personalidad inexistente. Las existentes son todas coherentes (vaya perogrullada) siguiendo el principio de lógica berroqueña de que la realidad es coherente por definición (si no, se abrirían grietas lógicas en la sopa de energía y materia, y el cosmos se tragaría a sí mismo). Si la simulación se parece a la realidad, es que la coherencia -madre de la verosimilitud- se ha logrado. Pues bien, esta terapeuta se parece bastante a alguien que conozco. Gol de Torres. Lloret no es manca, está estupenda con su camisoncito ridículo y sus mañas de pasiva superagresiva. Despeyroux le ha escrito algunas líneas gloriosas, sobre todo cuando define su aversión por el lenguaje figurado en sus diversas formas. (Curioso eco de un texto sin estrenar por estos pagos que incluye, literalmente, lo siguiente: "Tenemos demasiada simbología en esta casa"). Por ahí es por donde me sacó más carcajadas, quizá porque comparto en cierta medida la manía: no soporto que los demás usen figuras trilladas. Los demás, he dicho, a mí me encanta usarlas. Qué les voy a decir que no me hayan soportado.
No les he contado nada de lo que ocurre en escena, porque la función se sostiene, entre otras cosas, en pequeñas sorpresas sucesivas que no quiero les arruinar. Por si no ha quedado claro en medio de tanta verborrea, la piececita es deliciosa. Además, este horario del vermú de los domingos en el Lara es un hallazgo -un redescubrimiento, mejor dicho- para funciones breves. Es perfecto para sorprender a esos amigos poco asiduos al teatro (sí, créanme, hay gente que no va). Dentro de nada, les hablaré de El discurso del rey y de Atchúusss!
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