Sala: Teatro Fernán-Gómez (Sala Guirau) Autora y directora: Denise Despeyroux Intérprete: Fernanda Orazi Duración: 1.15'
Información completa (El enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
ATENCIÓN: Esta crítica es de 2013, la función se representa en 2014 en El Umbral de Primavera.
Ésta fue mi crítica de la Guía del Ocio:
Fantástica
explosión de teatro rioplatense: de las tres personas que citaré dos nacieron
en Buenos Aires y una (Despeyroux) en Montevideo. Pasó fulgurante Lúcido de Spregelburd por el
Valle-Inclán, y siguen sus dos pequeñas joyas en la sala Azarte: La extravagancia y La inapetencia. Ahora llega al Fernán-Gómez La realidad, escrita y dirigida por Denise Despeyroux, que tiene a
Spregelburd entre sus maestros. El estado, el municipio y la iniciativa privada
parecen ponerse de acuerdo para mostrarnos una panorámica de un modo de
escribir y montar teatro. Ecos y resonancias por aquí y por allá. Hecho adrede
no hubiera salido mejor.
La realidad
es un trozo arrancado a la vida, en el que bullen sin contradicción la energía
kundalini y Mujercitas (eco explícito
de Lúcido); la tía chamánica y la
jerga psicoanalítica; el intenso amor de dos hermanas y lo que cada una lleva
por dentro. Magistral empleo del vídeo (eco de las piezas breves de la Azarte).
Atentos: el magnífico texto está disponible en red.
Además, La
realidad es la confirmación de la talla de Fernanda Orazi, dotada de una
mágica naturalidad (habrá que explicar algún día por qué esa planta florece
mejor en el hemisferio sur, yo tengo alguna hipótesis). Se desdobla aquí en dos
papeles de personalidad opuesta, y se marca además la proeza técnica de
interactuar con la grabación de sí misma durante setenta y cinco minutos. Lo
que quiere decir, ni más ni menos, que maneja el tiempo exactamente igual en
todas las funciones. Una “gran actriz” es joven a los cincuenta. Así que Orazi,
gran actriz, es jovencísima: tiene todo el tiempo del mundo para llegar a lo
que sea. Consigna: que no quede libre una sola butaca de la sala Guirau.
(Para enterarse bien, conviene leer la crítica antes de lo que sigue. Las frases iniciales en negrita enlazan con el texto anterior)
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Denise Despeyroux |
Panorámica de un modo de escribir y montar teatro: un modo de construir teatro que le da a uno ganas de pasar un semestre de estudios en Buenos Aires. Rotundos parentescos reflejados en multitud de aspectos: el primero de ellos, la obsesiva reflexión sobre las relaciones familiares. Presente en la trilogía de Tolcachir, en las obras de Spregelburd, en Mujeres soñaron caballos o Teatro para pájaros de Veronese (familia u otros próximos, en el caso de éste, algo que viene a ser lo mismo). Y en La realidad, de Despeyroux. Alguien podría decir que casi todo lo que se escribe se enmarca en algún tipo de realidad familiar. Es cierto, pero aquí la familia no es sólo el ambiente en el que se desarrollan los conflictos de los individuos consigo mismos y con el mundo, sino el tema profundo, la respuesta a la pregunta ¿de qué va la pieza? No es el único tema: en La realidad, cada hermana tiene su postura ante la vida y arrastra su propia cruz, es lo que hace creíble el texto, pero es la relación entre ambas lo que domina. Una hermana no se elige, le toca a uno en la lotería de la vida. ¿Cuánto tiene que quererla? ¿Cuánto tiene que perdonarle?
El magnífico texto está disponible en red: y eso dice muchísimo de su autora. Dice, ni más ni menos, que aprecia más la difusión de su obra que el hipótetico rendimiento económico de una publicación. La encuentran aquí, difundámosla.
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Fernanda Orazi |
Orazi, gran actriz: Dos personajes, con una impresionante hondura en el retrato de cada uno. Una hermana que no para quieta, comunicativa y extrovertida. La otra, mortecina, volcada hacia dentro. Contraste incluso en la apariencia física. No sé cómo se las arreglará Orazi, pero una de ellas llega a parecer hasta fea (no sé en qué medida está caracterizado el personaje del vídeo). Anécdota: Alfonso XIII fue agasajado en una de sus estancias en San Sebastián con un zortziko interpretado por varios dantzaris. En pleno aurresku, uno de ellos resbaló y se cayó al suelo. Inmediatamente rehecho, se levantó de un brinco y siguió bailando. Impresionado, el abuelo del monarca reinante pidió que repitiera la hazaña. Y hubo que explicarle que aquello no había sido voluntario, y que se habían combinado el azar y la habilidad del bailarín. El lector se estará preguntando hacia dónde se me han ido las neuronas. Pues bien: los espectadores de mi función tuvieron la misma suerte que Alfonso XIII. El vídeo se atascó, y hubo que parar. Dada la concentración que le exige a un intérprete una función de estas características, estaba convencido de que nos enviarían a casa con las correspondientes excusas. Y no. La Orazi, como una jabata, se reubicó en un punto situado minutos antes de la interrupción y, ante nuestros ojos, dejó en un parpadeo de ser la Orazi para transmutarse otra vez en Andrómeda. Eso es dominar la técnica, y lo demás son cuentos. Nota final: además, esta mujer tiene un físico maravilloso. No sabría explicar por qué, ni en qué consiste esa maravilla, pero su aspecto, su mirada, su gesticulación, establecen de inmediato una corriente de empatía. Supongo que es lo que llamamos carisma.
P.J.L. Domínguez
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