Sala: Cuarta Pared Autor: Wallace Shawn (versión de C. Aladro e I. Elejalde) Director: Carlos Aladro Intérpretes: Israel Elejalde (violonchelo: Alba Celma) Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Esta pieza de Wallace Shawn está bien. Estaría muchísimo mejor si no conociéramos Mi relación con la comida de Angélica Liddell. "Las comparaciones son odiosas", estará ya pensando alguien. Odiosas, pero insoslayables, responderé yo. La frase hecha parece entenderse siempre como una admonición a no usarlas, pero eso sería simplemente imposible. Ayer me encontré en las memorias de Nadiezhda Mandelstam (y me produjo esa absurda sensación de bienestar que uno siente cuando le dan la razón, aunque se la dé alguien que lleva muerto treinta y cinco años) una frase que repito constantemente: sólo conocemos por comparación. Así que me temo que el comienzo de esta crítica puede ser odioso, pero no soslayable, y es, desde luego, pertinente. Si enviáramos a Shawn el texto de la Liddell, a lo peor se nos tira por una ventana. Los dos tratan idéntico tema: la desigualdad y la responsabilidad personal de cada uno ante la misma.
No sólo comparten tema. Son primos hermanos con muchos puntos de conexión: monólogos, primera persona, cucarachas, crítica de las buenas intenciones, recuerdo melancólico del marxismo, idas y vueltas de la situación del narrador (hotel en el tercer mundo, conversación con el productor) a los excursos de todo tipo, etc. El de Shawn es bueno, el de Liddell es genial. Mi amiga T. se sentó a mi lado en la Cuarta Pared, y lo primero que dijo a la salida fue: "Me he pasado la función esperando la explosión de Mi relación". Estuvo muy fina: la pieza de Liddell (y, muy especialmente, el montaje de Pedreño) empieza pareciendo buena, crítica, panfletaria, entretenida. Pero se va agigantando hasta agarrar con el puño el corazón del espectador y estrujarlo. Esto no ocurre con Shawn. Hay un síntoma inequívoco. Mi relación: risitas en algunos momentos que, hasta entrar en harina, pueden parecer cómicos al espectador complaciente (ése que se ríe siempre que cree que se esperan sus risas). A partir de determinado punto, ya no se ríe ni el Tato. Fiebre: risas de principio a fin, donde el espectador percibe la consigna. Luego volveremos sobre eso.
La función esta muy bien vestida por la escenografía (que no figura en los créditos), la iluminación (Juanjo Llorens) y el sonido (Sandra Vicente). Si echan un vistazo a esos dos enlaces, verán que Llorens y Vicente son mucha garantía. En conjunto, tanto el aspecto visual y sonoro como su rendimiento dramático (micrófono, interacción con los muebles, proyecciones, efectos de sonido, efectos de luz) está muy bien. Sucede al comienzo que...
- todos estos elementos
- la violonchelista al fondo
- el modo en que Elejalde trata al público
- el potente recuerdo de cosas vistas en el mismo lugar
... hacen pensar en los montajes clásicos de Rodrigo García. ¿Recuerdan a dónde solían ir a parar? ¿Recuerdan los desparrames? Esta sensación inicial de parentesco refuerza la que T. experimentaba recordando a Mi relacion: invita también a esperar la bomba. Dicho de otro modo: todo empieza demasiado bien, demasiado cargado de intenciones -tanto textuales como de puesta en escena- como para no llegar después a algún lugar más extremo, más violento, más desgarrador que el alcanzado. Si me perdonan mis limitaciones léxicas, se produce un efecto cortapedos. Algún intento hay (los dos intérpretes saltando con la luz estroboscópica), pero no es suficiente para dar salida a las toneladas de culpa concentrada que todos llevamos en un agujero negro del alma. Por otra parte, me doy cuenta ahora de que este déficit de resolución en la puesta en escena se corresponde con idéntica carencia del texto: ¿no estamos todos esperando desde el primer minuto que la situación en que se encuentra el narrador, presa de la fiebre en el baño de un hotel de mala muerte en algún lugar del tercer mundo, reviente por alguna parte? No lo hace.
[Nota personal: reminiscencias cruzadas de La piel en llamas y de los relatos de mi amigo C., que viaja a veces por motivos de trabajo a infectos hoteles en África. Entre una cosa y la otra, la situación se me hace extrañamente próxima]
[Nota personal: reminiscencias cruzadas de La piel en llamas y de los relatos de mi amigo C., que viaja a veces por motivos de trabajo a infectos hoteles en África. Entre una cosa y la otra, la situación se me hace extrañamente próxima]
Que Elejalde es un gran actor, está fuera de toda duda (y un excelente director: véase Sótano). Yo creo que con capacidades muy superiores a las que aquí exhibe. Desde luego, este registro de no-estoy-actuando-soy-yo-en-primera-persona es endiabladamente difícil de conseguir (es otro de los parentescos con Rodrigo García), y el tono general está más que pillado, pero algunos de los recursos para arrancar la empatía coleguera o la risa cómplice me parecieron facilones y -al contrario de lo que dice Ordóñez- fuera de lugar. En resumen, podría estar mejor dirigido.
Conseguida escenográficamente, limitada en su desarrollo tanto respecto al texto como a su puesta en escena, es, a pesar de todo, una función interesante de ver. Les gustará más si no han visto la de la Liddell.
Les dejo aquí la crítica de Marcos Ordóñez.
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