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Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Por pura
casualidad, vi a corta distancia La
anarquista y, por enésima vez, una película del mismo autor que ya tiene
sus añitos: La casa del juego (House of games, 1987). A distancia de
veinticinco años, la misma habilidad para decirlo todo sin parecer decir nada,
el mismo dominio del diálogo. Aquí, una terrorista que lleva decenios en la
cárcel intenta convencer a la funcionaria competente de que informe
favorablemente la libertad condicional: quiere tener una última conversación
con su padre moribundo. Hace falta todo un arsenal de información para ir
entendiendo quién es, de qué pasado viene, y por qué está en la cárcel. Los dos
personajes ya se saben todo eso, recitárselo mutuamente para que nos enteremos sería
penoso. Ahí está Mamet, para colar los datos sin parlamentos-sipnopsis.
Magüi Mira y Ana Wagener. |
Hay quien ha dicho
que el texto habla del arrepentimiento. No lo creo. Metidos en una crisis que pone
en cuestión las bases de nuestra sociedad, Mamet reabre el debate sobre la violencia.
Son legión los pensadores que advierten de que la pérdida de legitimidad del
sistema puede estar llevándonos a un cataclismo, sin que nadie esté haciendo
nada por impedirlo. Que Mamet se ponga a hablar de esto, aunque sea con voz
queda y por terrorista interpuesta, no me parece casualidad, sino otro síntoma
de lo mismo. Me da miedo.
Pascual ha hecho
un Mamet que parece Mamet: limpio, directo, sin nada superfluo. Una mesa, dos
sillas y dos actrices. El peso de la función recae íntegro sobre ellas: deben
simbolizar posicionamientos ideológicos antagónicos y no parecer temarios
parlantes de ciencias políticas, sino seres humanos con espesor afectivo. Lo
logran. La función se le pasa a uno volando.
P.J.L. Domínguez
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