martes, 8 de enero de 2013

LA EXTRAVAGANCIA / LA INAPETENCIA

Sala: Azarte Autor: Rafael Spregelburd Director: Diego Sabanés Intérpretes: Lola Polo, Patricia Almohalla, Delfín Estévez, Julia Fournier Intérpretes en vídeo: Fran Antón, Kike Guaza, Ángel Ramón Giménez, Marisa Ruiz, Mike James (voz de Gloria Muñoz) Duración: 1.20'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



La diosa Fortuna nos ha servido simultáneamente Lúcido y estas dos obras breves de Spregelburd. Tres hurras por la diosa Fortuna. Entre otras cosas, porque arrojan luz unas sobre otras. Antes de seguir adelante: envié algunos amigos con poco trote teatral a ver la primera, y salieron diciendo que "bien, pero un poco rara". Debo de tener ya la sensibilidad completamente embotada para apreciar la rareza, así que, por si acaso, aviso: si es usted de "presentación, nudo y desenlace" (como dice uno de los personajes), absténgase. Éste es un universo en el que uno no tiene nunca una idea muy clara de por dónde va lo real.

Lola Polo en La extravagancia
(Foto: Rosibel Rojas)
Dos pequeñas joyas, enmarcadas por la pregunta ¿Por qué pensar que la familia es la mejor manera de organizar los cuerpos en el espacio? O sea: el tema más fértil de la historia del teatro desde, al menos, Edipo rey. Spregelburd tiene un talento prodigioso, no sólo para la concepción y organización general del texto, sino también para pergeñar diálogos que entrelazan lo más anodinamente cotidiano con la irrupción de la incoherencia, sin que aquello cante por peteneras. No hace falta decir que recuerda en eso al Ionesco de La lección, por ejemplo

La extravagancia es más bien realista o, digamos, comprensible. Dentro de lo que cabe en una historia de tres hermanas que se llaman María Socorro, María Axila y María Brujas (vamos, que estos amigos la seguirían llamando rara, por muy comprensible que me parezca). Las tres interpretadas por Lola Polo: una sale por la derecha, la otra por la izquierda y la tercera en la tele, proyectada en vídeo. Las dos primeras hablan por teléfono, y sólo oímos cada vez a la que tenemos delante en carne y hueso. (Esos diálogos partidos recuerdan a la Liddell). Ambas tienen la manía de subir el volumen de la tele cuando cuelgan, lo que nos permite oír a la tercera hermana mientras pontifica sobre fonética o animales mitológicos: un delicioso delirio. Se amontonan los géneros literarios: monólogo (una habla al público), diálogo telefónico, lección magistral (en la tele), novela rosa, cuento...   Polo está estupenda en los tres papeles: secorra y amargadilla en el primero; vulgarota y no menos amargada en el segundo; y sensual resbalando a grotesca en la tele. Me tronché con las frases tronchadas de (creo) Socorro, que su hermana, a la que no oímos, le pisa al otro extremo del hilo. 

Maravilloso final. Lo puedo contar, porque está completamente desgajado de la trama (y de ahí la maravilla y la estupefacción). La voz en off de la gran Gloria Muñoz, que está hablando de algo completamente en las antípodas, suelta de pronto: "Es decir, es como si esa tonta idea de que existe una patria...". Fin. ¿No me dirán que "no es decir" no es sublime como conector de dos extravagancias inconexas? 

Patricia Almohalla en
La inapetencia
(Foto: Rosibel Rojas)
En La inapetencia el desparrame narrativo es mayor. Por poner un ejemplo: la protagonista no tiene hijos, tiene dos hijos, tiene una hija pequeña, tiene una hija mayor. Fantásticos ecos de la primera pieza (el pecho tatuado de Frank, el pecho mutilado-tatuado de Leila), en un planeta situado en la misma galaxia que Lúcido. De hecho, el final de esta última, que no desvelaré aunque me arranquen la piel a tiras, le sugiere a uno trasponer aquí una explicación parecida. Los seres humanos estamos programados así, buscamos explicaciones hasta donde no las hay. Sobre todo donde no las hay. El peso de la pieza recae principalmente en Patricia Almohalla, que roza el virtuosismo técnico en las escenas dialogadas con personajes en vídeo, y que hace verosímil un personaje que, sin esa capacidad de convicción, sólo nos provocaría preguntas sobre cuál de los mundos de Yupi transita. Maravillosa escena en  la terraza de sus amigas (Lola Polo, Marisa Ruiz), proyectadas a sus espaldas, y tour de force de timing (hala extranjerismos) cuando debe hablar a un interlocutor mudo (Mike James), también proyectado detrás. Delfín Estévez y Julia Fournier (qué bien grita esta chica, no se le nota la molestísima impostación de uso universal) tienen menos papel pero cumplen. Y los intérpretes en vídeo, también, sobre todo Kike Guaza, que compone un macarra agitanado con mucha guasa. 

Vamos ahora con el envoltorio común a ambas obras. Todo bien controlado por Diego Sabanés (Mentiras piadosas), que creo que se había limitado en teatro a cosas más menudas. Cuando digo todo, me refiero sea a la dirección de actores (esto ya lo había deducido el avispado lector), sea a elementos tan heterogéneos como las proyecciones o el diseño gráfico. Sabanés sale más que airoso de la combinación de actor presente y proyectado. No sólo por la estupenda factura de ambos vídeos y la milimetrada interacción con las actrices, sino también por la ubicación de aquéllos respecto a éstas, la combinación con su movimiento... O sea, por todo lo que pesa en la percepción del espectador y que, mal medido, lleva nueve de cada diez veces a que el vídeo se coma al actor en vivo. Mención final para el vestuario, y para la caracterización de Polo encarnada en el televisor (no encuentro los créditos correspondientes por ninguna parte). Spregelburd debe de llevar semanas recibiendo vibraciones positivas desde este lado del océano. A ver si alguien se anima a continuar con el resto de la Heptalogía de Hieronymus Bosch.

P.J.L. Domínguez


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