martes, 22 de enero de 2013

LA RENDICIÓN

Sala: Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa) Autor: Toni Bentley (versión de Isabelle Stoffel; traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla) Director: Sigfrid Monleón Intérprete: Isabelle Stoffel Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Digámoslo cuanto antes: La rendición es una apología del sexo anal. Qué digo, apología. Análisis, disección, magnificación y glorificación del sexo anal. Con una tesis de base: lo físico, lo que tiene que ver con el cuerpo, es más fiable y fuente más intensa de satisfacción que cualquier otra cosa. Bueno, estoy radicalmente en contra de esta afirmación, como la abrumadoramente mayoritaria línea del pensamiento occidental desde, al menos, Platón (del oriental también). Aunque eso no es un obstáculo: la base ideológica de Los tres mosqueteros es repugnante, y la novela me encanta.

Toni Bentley
Toni Bentley repite allá donde le pregunten que el texto es autobiográfico, cosa que entiendo que sea muy importante para ella, pero que a los demás nos importa un bledo: ese rasgo no añade valor literario. La obra se inscribe en una tradición casi centenaria de erotismo escrito por mujeres -desde Anaïs Nin- que últimamente ha saltado a la liga de los best-seller con Cincuenta sombras de Grey y su cola de seguidoras. El enfoque autobiográfico tuvo un precedente de bastante éxito hace poco: Diario de una ninfómana de Valérie Tasso (que llegó al cine). Pero pongamos las cosas en su sitio: La rendición no es sólo un relato erótico. Los fragmentos de pura descripción son escasos y relativamente breves, al menos en la versión escénica. Menos mal. Nada más divertido que el sexo o la comida, pero nada más aburrido que el Kama-Sutra o un libro de recetas. Los aspectos más interesantes del relato son los que explican la evolución mental de la protagonista: una mujer marcada por su intensa dedicación a la danza clásica y por la incapacidad de acceder al sentimiento religioso. El proceso de generación del mapa físico-mental de la jovencita sometida a esas dos circunstancias está bien narrado. Uno entiende perfectamente por qué termina absolutamente colgada (el cuerpo me pide otro vocablo, pero no es muy correcto) de un individuo que le proporciona, por una parte, el mayor placer físico jamás experimentado y, por otra, algo a lo que rendirse de forma absoluta (de ahí el título). A mí todo esto me escandaliza más o menos tanto como Los tres cerditos, pero supongo que a personas con otra sensibilidad puede resultarles duro. Quizá, sobre todo, más por las alusiones religiosas que por la cuestión sexual. 



En fin: no es un monumento de la literatura, pero resulta ameno, y está salpicado, aquí y allá, de hallazgos ingeniosos. A mí me gustaron sobre todos dos. La evocación de haber confeccionado una lista con cincuenta y dos motivos de resentimiento (me parece una cifra modesta) y el fragmento en el que la protagonista explica (con ayuda de una ilustración como ésta de la derecha) que, dado que en el ano se yuxtaponen un músculo que somos capaces de controlar a voluntad y otro de funcionamiento reflejo, ése es el punto de nuestro organismo donde nuestra conciencia y el subconsciente están más cerca. Aunque la conclusión -que consentir una penetración anal es la forma más total de entrega de uno mismo- hace decenios que circula entre los clásicos del psicoanálisis y del cine porno.

Excelente traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla, es como si el original estuviera escrito en castellano. Algo que no es frecuente en el teatro representado, no me pregunten por qué. Proviene de la edición castellana de la novela, en la que se ha basado Isabelle Stoffel para la versión escénica. Versión estupenda, con la duración justa que el relato precisa, y en la que la narración avanza convincente. Sólo recortaría un poco los ya mencionados fragmentos de descripción pura y dura de la sodomía, aunque es posible que, para esa parte del público que tenga la suerte de escandalizarse, cumplan su función dramatúrgica. Piensa uno con cierta frecuencia para qué demonios se escenifican textos que no ganan nada al ser representados, pero en este caso es evidente que lo que escuchamos es más de lo que sería su lectura. Mérito de la versión, y de lo que sigue en los dos párrafos que me faltan.

La puesta en escena saca al texto todo el provecho posible. El pequeño espacio de la Sala de la Princesa está muy bien exprimido por una escenografía firmada por Alicia Blas Brunel y Alain Bainée que permite a la actriz entrar y salir por distintos recovecos, hablar a través de una celosía o mostrar sólo su silueta. Monleón ha sabido vestir lo que, a fin de cuentas, no es más que un monólogo, hasta conseguir una función de cierta complejidad. Mueve bien a la actriz (la sienta, la tumba, la pasea, la arrodilla); explota utilería (velas, cintas de casete, cajas, rosario...), iluminación (Pilar Velasco), vestuario (Cristina Rodríguez) imágenes proyectadas y voz grabada para introducir ritmo y amenidad. El conjunto termina por estar muy por encima de la base literaria.

Pero, probablemente, el mayor acierto está en el registro interpretativo. Esto no se sostendría ni con una postura provocativa, o simplemente picante, ni subrayando el aspecto chistoso de la cosa (que lo tiene). Seguramente han sido tentaciones presentes, pero Stoffel larga las mayores barbaridades como quien cuenta que ha bajado a por el pan, y logra que el relato se mantenga en pie. Su belleza y su acento alemán ayudan, dan un aura de exotismo al personaje. Bien arropada por caracterización, luz, vestuario y decorado, esquiva el riesgo evidente de retratar a una desequilibrada obsesa por el sexo, y consigue cuajar una verosímil muchacha que empezó bailando ballet y era incapaz de encontrar a Dios. 
P.J.L. Domínguez



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