martes, 16 de abril de 2019

MRS. DALLOWAY

Sala: Teatro Español Autora: Virginia Woolf (versión de Michael De Cock, Anna M. Ricart y Carme Portaceli  Directora: Carme Portaceli Intérpretes:  Jimmy Castro, Jordi Collet, Inma Cuevas, Gabriela Flores, Anna Moliner, Zaira Montes, Blanca Portillo y Manolo Solo Duración: 1.40', creo recordar
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


No sabe uno si es peor la escenografía o la adaptación.

Salí bufando de allí el día del estreno. Me pareció todo tan rematadamente malo, que decidí dejarlo reposar, por si pasado el berrinche por el tiempo perdido (sin siquiera la proverbial magdalena, que en los teatros no se puede comer) se me aparecía algún brillo marginal, una cosilla que resaltar en positivo. Nada, no ha funcionado. A distancia, casi me parece peor.

No hay por dónde cogerlo, me temo que porque la adaptación no tiene remisión. Confusa, redundante y -sobre todo- carente de interés. Esto último va a hacer que alguien piense "¿le está enmendando la plana a Virginia Woolf?", pero no se trata de eso. La función se parece a la novela como un huevo a una castaña. Todos sabemos que la vida es insufrible, que termina siempre mal y que, a poco que uno se vaya fijando y dedique a pensar más tiempo del estrictamente necesario para no darse de bruces con las farolas, no hay manera de eludir el pozo negro de la desesperación. Es una cosa tan archisabida que hay que tener mucha habilidad para colarla otra vez sin aburrir a las vacas. Ahí estoy, recién comenzada Ordesa, viendo si esa enésima glosa de las tinieblas que nos rodean se merece el estrépito crítico que la rodeó. Olviden a Virginia, esto del Español ni espanta ni deprime ni aporta la menor novedad sobre el intrínseco sufrimiento del ser. Sólo aburre.

Iba a escribir "¿cómo se ha podido meter Portaceli en semejante barro?". Muy simple: porque es coautora de la adaptación, con Michael De Cock y Anna M. Ricart (autora de la espléndida, ésa sí, versión de Jane Eyre). Con esto pasa como con aquella tía de mi padre que, servida la sopa que ella misma había cocinado, no paraba de exclamar "qué buena está" mientras la familia la trasegaba. Amor de madre. A los críticos nos pasa lo mismo. Si tiene uno el más ligero de los contactos con el proceso de creación (aconsejar sobre el texto, asistir a un ensayo, tener la más liviana conversación sobre las intenciones de la puesta en escena...) olvídese de la objetividad. Queda uno completamente contaminado, y todo le parece monísimo. Apostaría a que si Portaceli se hubiera encontrado este texto en un vagón de metro no se hubiera metido ni a rastras a ponerlo en escena. O -voy a dejar por un momento esto de ser simpre sentencioso- quizá sí. ¿Por qué? Porque la habilidad de discernir si un texto es apto para la escena no es humana. Sólo la tienen los ángeles y David Serrano. Después de visto (como es mi caso), todo el mundo listo.  

Sumen a esta adaptación una escenografía exquisitamente coherente con el resto: o sea, incomprensible (y resulta que Alcubierre firmaba también la realmente exquisita de Jane Eyre; es que cuando un proyecto se tuerce, se tuerce del todo). Multipliquen la confusión del texto por la del espacio... y ahí tienen a Mrs. Dalloway. Comparada con la mía, la vida de las ostras fue una juerga esa tarde. Por una vez, encuentro en Marcos Ordóñez una opinión parecida. Utilicen la piedra de Rossetta para hallar las equivalencias entre su templanza habitual y mi estilo desaforado, y se darán cuenta de que el palo es, probablemente, mayor.
P.J.L. Domínguez

          

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