Sala: Teatros Luchana Autor: Wajdi Mouawad (versión de Santiago Sánchez) Director: Santiago Sánchez Intérprete: Hovik Keuchkerian Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)
Si este monólogo lo firmara Pepe García en vez de Wajdi Mouawad ni yo estaría escribiendo esto ni usted lo estaría leyendo, porque no lo montaría ni el Tato.
Si este monólogo lo firmara Pepe García en vez de Wajdi Mouawad ni yo estaría escribiendo esto ni usted lo estaría leyendo, porque no lo montaría ni el Tato.
Vaya solemne majadería acabo de soltar. Como si nadie montara textos salvajemente estúpidos. En fin, ya lo han entendido. Por si son recién llegados al blog, que sepan que aquí respetamos muchísimo a Mouawad, casi tanto como a Faulkner en Amanece que no es poco. Si estuviéramos en 1907 habría escrito, tras el nombre de Mouawad, "el inmortal autor de Incendios". Tiene asegurado el Parnaso con esa obra, así que no creo que una opinión negativa en un blog perdido en la inmensidad del ciberespacio vaya siquiera a rayarle la carrocería. Teniendo en cuenta, sobre todo, la cantidad de incienso que se ha desperdiciado para alabar esta sarta de lugares comunes mal estructurada.
[Ya que he mencionado Incendios, un aviso y un exabrupto. Aviso: vuelve en junio a La Abadía, no sé si quedarán entradas, pero, si no la han visto, corran a comprobarlo. Exabrupto: que Mario Gas no esté entre los finalistas de los Max con esa puesta en escena parece a primera vista un chiste, pero uno se da cuenta a segunda (vista, digo) que realmente es la puntilla del desprestigio para los premios]
La voy a contar, así que, si no quieren leer el SPOILERAZO, sáltense este párrafo. Al chico le suena el teléfono en mitad de la noche: debe ir al hospital, porque su madre se muere. Él mismo narra el trayecto en una noche fría, el encuentro con un chófer de autobús desagradable y con un Papá Noel que no consigue arrancar el coche en la nieve. La narración abunda en lo horrible que es el cáncer y lo penosos que son el dolor y el sufrimiento. Las tangentes (excursos, digresiones, llámenlas como quieran, hay muuuuchas en hora y media de monólogo) nos cuentan que a los catorce dejó de reconocer el rostro de su madre y que huyó de casa. Con una exasperante y morosa lentitud se nos acaba por informar de que en esa escapada conoció a una niña llamada Maya que le enseñó el valor del silencio (¿Eh? ¡Será una broma!) y a su abuelo, que le enseñó otra cosa: que sólo un miedo de infancia puede ahuyentar a otro miedo de infancia. Aquí estarán pensando que el ahuyentado y el ahuyentador deben ser miedos de la misma persona, ¿no? Pues no. Resulta que cuando el muchacho era un niño y aún vivía en el Líbano (sí, es Mouawad, éste es su rollo) vio arder un autobús con gente dentro (sí, como en Incendios). Una espantosa mujer con las extremidades de madera se comió la cabeza de un niño que ardía. Esta mujer le persigue, es su miedo de infancia. El miedo de infancia del abuelo de Maya son los lobos. Si algún día aparece la mujer de extremidades de madera, los lobos la ahuyentarán. O eso dice el abuelo. Sí, onírico, pero yo ya no podía más.
La familia es horrorosa, la tía gorda no para de hablar y todos lloran como becerros y él, en fin, hace setenta y cinco minutos que hemos entendido que es un chico no precisamente acomodaticio o precisamente amante de la familia. El hospital es horroroso. La vida es horrorosa (esto empieza a parecer Leila Guerriero). La madre muere por fin (que Dios me perdone -como diría la mía- pero estaba deseando que la diñara de una vez, como Echanove en Sueños) y él se ha olvidado el abrigo dentro, y cuando vuelve a recogerlo -todos lo llevamos esperando un buen rato- hay una horrible aparición de la mujer de extremidades de madera (y "larga melena rubio ceniza", creo que hay un solapamiento con la madre, pero no me hagan mucho caso, porque desde el minuto quince o veinte estaba como entre los vapores del opio) pero -también lo esperábamos desde hace rato- aparecen los lobos y la ahuyentan. La mujer de extremidades de madera era la guerra. Ahí me pilló, mira tú por dónde, yo creía que iba a ser la muerte. Bueno, entre caballos del Apocalipsis andaba el juego. Entre tanto él se había hecho pintor, por cierto, para intentar reconstruir ese rostro de su madre que había perdido. No, no he perdido de golpe la capacidad de estructurar un texto de forma coherente, estaba intentando reproducir -al menos en parte- la sensación de revoltijo que me produjo el relato.
Quizá ha llegado el momento de decirles que es la adaptación de una novela. Modestamente, creo que una mala adaptación. Vallejo dice, reproducido en el programa de mano: "Ante su manejo del tiempo, el flash-back es un recurso obsoleto. Su teatro supera al cine en flexibilidad narrativa". Vio maravillas donde yo vi redundancias. Fíense ustedes de los testigos de un accidente de tráfico.
Esto en cuanto al texto. Respecto a la puesta en escena, hay que hablar primero de la duración. Las versiones en francés de las que encuentro traza por ahí duran setenta o setenta y cinco minutos. Un cuarto de hora más es terrible. Veo en una página habitualmente generosa la frase siguiente en la "crítica de la redacción": Malgré les quelques longueurs, nous sommes sortis du théâtre conquis. En plata: se están quejando de que los setenta minutos se les hicieron largos. En los Luchana me gustaría verlos aguantar. En el programa de mano la "adaptación" se atribuye al director, y esta diferencia de duración me hace preguntarme cuál será la distancia entre el texto original y la adaptación. Quién sabe si no estaré poniendo verde sin motivo a Mouawad. Desde luego, dejaré para otra vida ponerme a buscar el texto original, tengo pendiente ahora mismo releer La cantante calva y chutarme Refugio y Furiosa Escandinavia, y prácticamente sólo tengo libre el tiempo que paso en el baño, con perdón. Tanta sinceridad no puede ser buena.
Siento ser otra vez el pitufo gruñón, pero Keuchkerian -que a ratos no lo hace mal- tiene una cantinela insufrible que va y viene. Cuando quiere ponerse lírico agrava la voz -esa cosa entre aterciopelada y rasposa que no hay actor que no sepa usar y que es un recurso del primer trimestre del primer curso- y se dilata vocales aquí y allá e incluso, horror, eleva algunos finales de frase. En otros momentos se olvida, gracias a los dioses, de este subrayado poético. Es un error gravísimo de dirección no haberlo sacado de ahí. En fin, entre una cosa y otra, a la hora escasa ya estaba yo bufando sin hacer ruido, una técnica que tengo desarrolladísima.
P.J.L. Domínguez
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