jueves, 5 de enero de 2017

DANZAD MALDITOS

Sala: Matadero Autores: Félix Estaire y Alberto Velasco  Director: Alberto Velasco Intérpretes: Guillermo Barrientos, Carmen del Conte, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías, Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Parbole, Txabi Pérez, Rulo Pardo, Sam Slade, Ana Telenti, Verónica Ronda y Alberto Frías Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Fui con bastante prevención a ver Danzad malditos. Todo lo que la rodea (eco mediático, ruido en redes, fotos de acompañamiento…) me hacía presagiar una de esas moderneces a las que se les termina el fuelle en el postureo. Una vez más, el teatro –y su brazo ejecutor: Alberto Velasco- me ha dado otra lección de humildad. 

Los veinte o treinta primeros minutos parecen confirmar la previsión de catástrofe. ¿Cómo van a reconducir todo esto? Todo esto es la ausencia de línea narrativa convencional, el narrador, las alusiones a la equitación, el personaje extranumerario (la cantante), la coreografía antirrealista, las observaciones metateatraales… Pero, en un arriesgado juego, cada vez que la función roza un agujero negro dramatúrgico, ¡zas!, entra la música. 

Danzad malditos es –además de una maravillosa ida de olla- prácticamente teatro musical, una forma muy personal de teatro-danza que Velasco construye con una selección impecable de partituras (de Padam a Kurt Weill, de Too darn hot a Purcell) que le sirven de cimiento para dramaturgia y coreografía. A veces con gran maestría, como en la extenuante carrera de los intérpretes alrededor de Verónica Ronda (fantástica actriz) que repite en bucle un play-back sobre Ute Lemper. Excelentes la escenografía de Meloni y la iluminación de Picazo. Me la perdí en su día y escribo estas líneas para que nadie se la pierda.

Y algunas cosillas que no cabían allí:

1.- Me pongo a buscar por ahí, y encuentro una entrevista con Alberto Velasco que da en el clavo de la ubicación mental en la que yo lo tenía archivado: "polifacético actor, muy respetado en la escena alternativa". Lo he visto actuar, que recuerde, en Numancia y en Los nadadores nocturnos (entrada pendiente de redacción desde tiempo inmemorial), y actuar muy bien. Pero es la segunda parte de la frase la que me interesa ahora: "muy respetado en la escena alternativa". Ay, qué miedo. Esperen, antes de escandalizarse déjenme un minuto para que me explique. Nada en contra de la "escena alternativa", estaría bueno. Tanto acierto y tanto bodrio en el off como en el más respetado de los ambientes de teatro on intelectual (me pirro por la grafía intelestual, pero no está bien vista) o en el más rentable de los comerciales. Diré más: si alguien me obligara poniéndome una pistola en la cabeza a apostar en cuál de esos tres ámbitos hay más calidad, seguramente fiaría mi vida a lo alternativo. Quede todo esto bien claro.

Pero como todo tiene sus pros y sus contras, también aquí hay que mencionar un pequeño -y exasperante- inconveniente: la militancia. Verán, yo ya milité en todo. Luego se me pasaron las militancias y me quedé con la calidad. Renegué del hay que y me pasé al análisis de resultados. De resultados artísticos, no me refiero a la contabilidad de taquilla. Por supuesto, lo alternativo, la vanguardia, la rebeldía, el inconformismo... todo eso requiere del entusiasmo de la militancia como los peces requieren agua y los mamíferos oxígeno. Es hasta una hermosura ver a la juventud, como dicen las ancianas, renegar, protestar, exaltarse con lo nuevo (o con lo que les parece nuevo). Pero es igual de inevitable que la edad le dé a uno una cierta perspectiva sobre estas cosas, y le enseñe que el entusiasmo no da la razón (artística). Estoy leyendo Incerta glòria, una maravillosa novela de Joan Sales que parece que llega el año que viene al cine (sesenta años después de su publicación) y que da la medida del divorcio entre las culturas de las diversas lenguas peninsulares (¿quién ha leído esto en la meseta). Pasé ayer por un párrafo maravilloso que me viene como anillo al dedo. Un joven inconformista escribe un artículo sobre la rebelión juvenil, y el redactor jefe de la revista que se lo ha publicado se niega a publicar la continuación. Le explica que el artículo La rebelión de los jóvenes aparece una vez al año, como el de Ya se ven las primeras castañeras, y que cada vez debe ser de autor nuevo, porque los jóvenes se van sucediendo.

Esto no quiere decir, ni de lejos, que la vanguardia o lo alternativo sean algo a evitar, los dioses me libren. No sólo son imprescindibles para la evolución de las artes escénicas sino que, en bloque, son también más divertidos e intelectualmente más estimulantes que lo establecido. ¿Y entonces a qué viene todo esto? A que hay una gran cantidad de productos alternativos que vienen con la cohorte de grupis instalada de fábrica. Y a que la presión que esas hordas de seguidores entusiastas desprovistos de espíritu crítico realizan alcanza a todo el mundo, incluidos programadores y críticos. No voy a dar ejemplos, que no quiero empezar el año con disgustos, pero repasen el blog y se encontrarán una buena cantidad. Si es usted un alternativo, búsquese una buena cla virtual, y ya verá qué subidón. Haga lo que haga. Otros muchos fabrican joyas, pero, como no tienen club de fans, se quedan del salón en al ángulo olvidados, como el arpa aquella. Así se escribe la historia, diría mi madre, y tendría razón, porque en un arte como el teatro, efímero, la posteridad solo recuerda lo que queda escrito (olviden el vídeo, sólo sirve para documentar).

A todo eso me refería en la crítica en papel con lo de ruido en redes y moderneces a las que se les termina el fuelle en el postureo. Pero Danzad malditos no es postureo, tiene mucho fuelle, es un invento con nervio y columna vertebral.


2.- Iba a poner arriba del todo, donde la ficha inicial dice "autores", "libremente basado en Danzad, danzad malditos de Sydney Pollack", pero me he arrepentido. Yo diría que ni basado. Quizá, "lejanamente inspirado" o, incluso, "más o menos emparentado". Además del título y de la competición de resistencia en el baile (más intensamente alegórica aquí que en la película), no veo más. Este parentesco parece liar un poco más la autoría (repartida en el programa de mano entre los textos de Estaire y la dramaturgia de Velasco), pero el lío es fácil de deshacer: parentesco con la peli, liviano; buenos textos, pero para lo que están, que es apenas enmarcar la acción corporal, la música, el drama plástico; autor, Velasco. Yo lo veo claro.

3.- He hecho trampa en el párrafo anterior. Hay, al menos, otra cosa relacionada con la película, cuyo título original es They Shoot Horses, Don't They? (como la novela de McCoy en la que se basa) y que incluye la referencia a un episodio de infancia del protagonista, que vio cómo su padre remataba a un caballo herido. Velasco ha agigantado esta presencia equina, con un narrador vestido (más o menos) de jinete, una presencia-cantante femenina con unas bridas sobre el vestido, alusiones en los textos y diversas mímicas, incluido el manejo de unas riendas acopladas a la parte baja de ese frente de madera que ven al fondo de la foto de más arriba. No hace falta ser un experto en arquetipos jungianos para cazar las referencias conscientes, inconscientes y semi-conscientes que esta animalidad oscilante entre lo salvaje y lo domesticado puede representar. Ahí están los caballos, en el teatro surrealista de Lorca (mencionados en Así que pasen cinco años y presentes en El público) o en el teatro psicoanalítico de Equus, por mencionar sólo cosas que han podido ver hace poco. El caballo es aquí uno de esos elementos incoherentes a priori que Velasco va amontonando al comienzo y que -ahí está la sorpresa y el valor de la pieza- van armando un rompecabezas del que resulta al final una imagen de gran nitidez. Como cuando cinco mil piececitas de colores acaban formando el castillo de Neuschwanstein.


4.- El punto más flaco es la interpretación. Afecta poco al conjunto, porque -como habrán deducido de todo lo anterior- en medio de este guirigay visivo-musical-conceptual no es que tenga gran relevancia cómo se dicen los textos. Algunos mejor que otros, Rulo Pardo y Verónica Ronda muy destacados. Pardo es un tipo con dotes extraordinarias. Ha incidido más en lo cómico (es una de las mitades de Sexpeare), pero creo que podría hacer cualquier cosa, como este registro de grotesco maestro de ceremonias. La que me resulta un descubrimiento es Verónica Ronda. Vaya presencia escénica, qué capacidad de salir airosa de este vagar perdida por el escenario y por los pliegues destartalados del su interior adivinado. Tienen arriba del todo su foto en medio de esa escena que mencionaba en la crítica en papel.


5.- Grandes detalles de sabiduría teatral espolvoreados aquí y allá. Tres ejemplos. Uno: cuando todos los intérpretes puestos en fila dejan por turno su petaca metálica en el recipiente que les pasan por delante, la amplificación recoge el sonido del choque metálico al depositarlo. Dos: las bridas que rodean el vestido de la cantante y lo transforman, de una pieza anodina y tirando a fea como debía ser, en el atuendo adecuado del personaje que representa el fulcro central del montaje (o eso me parece a mí). Tres: el acompañamiento instrumental del Lamento de Dido, distorsionado para añadir un punto de inquietud a la tristeza.


6.- Nada de esto sería lo mismo sin la espléndida iluminación de David Picazo o la escenografía de Alessio Meloni. Últimamente me encuentro a Meloni por todas partes (Historias de Usera, Numancia, La noche de las tríbadas, que a ver si cuelgo mañana...), ¿dónde estaba antes? Además del espléndido aspecto visual, la escenografía ha sabido superar el reto de extenderse mucho hacia los lados. Esos extremos no se usan tanto como la zona central, pero resultan igual de atractivos. La foto encima de este párrafo se va bastante a la izquierda del espectador, pero aún queda un buen trozo. 

7.- La música es, simplemente, la bomba. Tengo que agradecerles que me hayan descubierto King Arthur del nunca bastante venerado Purcell.

* * *
Les queda una semana. Véanla. Yo me siento a esperar qué hace Velasco después de esto.
P.J.L. Domínguez
          

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