lunes, 16 de enero de 2017

EDITH PIAF. TAXIDERMIA DE UN GORRIÓN

Sala: Teatro Español Autor: Ozkar Galán Director: Fernando Soto Intérpretes: Garbiñe Insausti, Lola Casamayor y Alberto Huici Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


En la versión del Español han desaparecido esos dos muebles centrales y se ha quedado solo el tocador de la derecha con otro elemento más liviano a la izquierda. Mucho mejor.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

LA GENTE NECESITA DIOSES

El retrato de personaje real es una trampa tras la que acechan siempre el ladrillo didáctico y las ristras de datos históricos. Algún ejemplo hay ahora mismo en la cartelera. Galán evita perfectamente el peligro con esta Piaf, que será o no será real, pero que está viva, que es lo que importa. Personaje vivo enfrentado a otro igualmente vivo: la periodista… ¿es real? Nos da lo mismo, colea que da gusto. Diálogos restallantes -la agilidad mental de los personajes hecha palabra- alrededor de la necesidad del mito y de su humana fragilidad.


     Fernando Soto ha acertado otras veces con el teatro de cámara (Constelaciones, El minuto del payaso) y vuelve a acertar. El pulso de las dos actrices está cuidadosamente medido, la dosis  de música –otro peligro en el caso de la Piaf- no es un abuso que distrae sino un elemento más del armazón dramatúrgico, tanto la escenografía y el vestuario (de Ikerne Giménez) como la luz de Ruiz de Alegría se integran felizmente en un espectáculo que gana en intensidad y hondura hasta el giro final, que no debo desvelar. Alberto Huici sirve con solvencia los varios papeles que debe encarnar. Sabíamos que Casamayor era una gran actriz, a Garbiñe Insausti la descubro ahora: compone un personajes sin fisuras. Es una de esas escasas funciones que uno volvería a ver encantado al día siguiente.

Y lo que no cabía allí:

1.- Hay que tener las narices bien plantadas para hacer lo que ha hecho Kulunka con esto. Tras dos títulos en los que los actores se cubrían con máscaras -André y Dorine y Solitudes- que les han valido general aplauso, y con los que han recorrido medio mundo, no se quedan en ese confortable reducto de éxito, en el que quizá tendrían, a cambio de la especialización, la vida resuelta, sino que montan ahora un espectáculo convencional. La apuesta les ha salido bien. Nada más estrenar, están los primeros en ese ranking de estrellitas que la Guía confecciona y que odio como crítico (prueben, prueben a valorar sus percepciones con estrellas de una a cinco) en la misma medida que adoro como espectador.

2.- No he visto más crítica que la de Vallejo (he dedicado el fin de semana a viajar para ver al Ballet Nacional de Marsella, y en cuanto me salgo de las rutinas pierdo el oremus), y coincido plenamente en los elogios al texto. Por encima, dice, de El veneno del teatro y La huella. De La huella, no sé yo. De El veneno del teatro, que estuvo muy sobrevalorada hace tiempo, sin la menor duda. Casi escribo en la crítica en papel "pulso" o "duelo" entre ambos personajes, pero me suele cargar lo de usar expresiones muy trilladas... con el resultado de que luego se entiende la mitad de lo que uno espera. Bueno, vamos con las expresiones trilladas: un duelo con la navaja en la liga entre la periodista -que adivinamos razonable, llena de sentido común, curtida, una mujer de la que uno se fiaría para que le cuidara el negocio durante las vacaciones- y la diva caprichosa que quiere endosarle su biografía autorizada, edulcorada y adornada con ribetes de humanidad y poesía. Los primeros minutos son un feliz chisporroteo al que, sobre todo, no se le ven las costuras. Claro que en la realidad es rigurosamente improbable que se dé espontáneamente una sucesión de réplicas de este tipo, que cambian la situación (me voy, no me voy, lárguese, no se largue) a cada línea, pero Galán ha conseguido que suene verosímil, que no se oiga el crujido del artificio teatral, que sean los personajes -y no el ingenio del autor- quienes hablen.

¿Era necesario el tercer actor? No sé si era necesario, vaya preguntas imposibles me hago, pero lo que puedo decir es que resulta rentable. Sus sucesivas encarnaciones del editor -jefe de la periodista-,  el padre, el amante... permiten algunas salidas por tangente que funcionan narrativamente y que oxigenan la pieza. Alguna...

ATENCIÓN: AQUÍ HAY UN PEQUEÑO SPOILER QUE LES DESTROZARÁ LA SORPRESA DE UNA ESCENA. SI VAN A VER LA FUNCIÓN, SÁLTENSE ESTE BREVE PÁRRAFO QUE SIGUE A CONTINUACIÓN.

...realmente disparada más que salida y realmente oxigenadora, como cuando, tras un oscuro, Casamayor aparece a la izquierda del escena con un chal en la cabeza, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y convertida en una fantástica abuela árabe de la Piaf que se disputa la criatura con su padre. Todo lo hace bien esta mujer.

3.- Ya que he dicho Casamayor, sigamos por ahí. Les confieso que fui pensando que se comería a Garbiñe Insausti. No porque conociera a la segunda, sino porque conozco a la primera. ¿La vieron en El señor Ye ama los dragones? Si no la vieron, lo siento por ustedes. Le tomo prestada la referencia a Gloria Muñoz: componían ambas una pareja tan perfectamente articulada como la de Florinda Chico y Rafaela Aparicio. Estuve pensando durante la función que alguien debería ponerlas juntas otra vez, a hacer, por ejemplo, ¿Qué fue de Baby Jane? (Vallejo la menciona, es evidente que la pieza hace resonar alguna frecuencia parecida) En cualquier caso, y volviendo al hilo, no se come a la Insausti, que está espléndida, se marcan las dos un precioso ballet interpretativo con sorpresa final. Hay ahí, medio olvidado a la derecha, un espejo sobre el tocador. El espejo -la imagen reflejada- tiene una función en esa sorpresa final, en la que el vestuario (Ikerne Giménez) revela también funcionalidades inesperadas.

4.- Quizá les haya quedado un poco críptico el inicio de la crítica en la Guía, con lo de la Piaf más o menos real, la periodista más o menos real. Me temo que no lo desarrollaré antes de jubilarme, pero les dejo un adelanto: la realidad, lo verosímil, el engaño, la verdad, lo falso, la mentira, lo plausible, la ficción... son el verdadero núcleo del teatro. Lo que uno ve no tiene que ser real en la vida real, tiene que ser real en el escenario. No tiene que haber estado vivo en la vida, sino estar vivo en esa ficción encerrada entre tres paredes. Nos importa un bledo que Piaf fuera o no fuera, se comportara o no se comportara como lo hace aquí. Para eso están los biógrafos (y hasta eso dudo, porque sospecho que las mejores biografías tienen siempre un peso crucial de lo novelado). Lo que nos importa es que parezca un personaje real en el escenario (si quieren un reciente contraejemplo, aquí lo tienen). Es una de las virtudes principales de lo que Galán ha imaginado. Y ya no voy a cargarles más con la excelente "reflexión" -otra palabra manoseada que me quise ahorrar en la crítica en papel- sobre la humana necesidad de fabricar mitos y destrozarlos, apurada hasta la hez por la protagonista, porque no tengo tiempo. Eso que salen ganando.

5.- Si quieren echar un vistazo a un par de aciertos anteriores de Fernando Soto, aquí tienen los enlaces a Constelaciones y a El minuto del payaso.
P.J.L. Domínguez
          

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