domingo, 3 de abril de 2016

SOLO SON MUJERES

Sala: Teatro de la Abadía Autora: Carmen Domingo Directora: Carme Portaceli Intérpretes: Míriam Iscla, Sol Picó y Carmen Conesa Duración: 1.15'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



Adivina, adivinanza. El espectáculo llega de Barcelona; lo interpretan tres mujeres; está basado en hechos reales; música en directo; micrófono; vídeo; recipiente con agua; se representa en La Abadía... ¡Liberto! Pues no. Todos esos datos coinciden, pero la función es otra. ¿Se parecen en algo más? Sí. Ambas han pretendido trascender la narración convencional y aproximarse a lo performativo, y el fracaso es estrepitoso. Sólo son mujeres es una ocurrencia insufrible.
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Salía yo de La Abadía a todo correr para poder cenar a una hora humana (¿Alguien sabe por qué el teatro empieza cada vez más tarde? ¿Las ocho y media entre semana? ¿Es que soy el único que madruga en Madrid?) y pasé casi rozando a un señor que se estaba arreglando la bufanda, en la actitud de quien espera que terminen de salir del teatro sus acompañantes. Parece que no podía esperar a desahogarse, porque oí claramente que siseaba entre dientes: "¡Vaya mierda!" Volví la mirada, y él abrió los ojos de par en par como quien es sorprendido en falta, levantó las palmas de las manos en actitud de a mí que me registren y me dijo "Oiga, estoy completamente de acuerdo con todo lo que dicen, ¿eh?, pero vaya mierda". Se lo cuento por aquello que les digo siempre de las buenas intenciones y el buen teatro. Supongamos un texto que nos cuenta lo malisimo que era el Doctor Mengele y que detalla sus atrocidades. Suele ser complicado decir a la salida que el espectáculo es malo, porque parece que forma uno parte del club Mengele and friends. Estarán pensando que cojo el rábano por las hojas, pero de eso nada. Me temo que hasta el fin de los tiempos los seres humanos seguiremos confundiendo estas cosas y que si yo les digo que Mi princesa roja está bastante bien habrá quien me coloque una etiqueta de falangista (!). Paciencia. En cualquier caso, y por lo de la mujer del César, quede bien claro que tanto el señor de la bufanda como yo estamos completamente de acuerdo con el fondo ideológico de la función. 
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Míriam Iscla, a ver si la vemos más
en Madrid
Una performance es una cosa muy difícil de armar. Si cualquiera, por poco talento que tenga, nos cuenta el cuento de Caperucita Roja, tiene a su favor el hilo narrativo. El interés de la peripecia es ya al menos el cincuenta por ciento de la gratificación que el auditorio recibe a cambio de invertir su tiempo. Si uno renuncia a esa baza, tiene que arreglárselas para que esa cosa de manejo tan sutil como la entrega que el espectador hace de su atención se produzca -y se mantenga- a través de complicados equilibrios entre todos los elementos presentes. Casi diría que montar un espectáculo de esas características es una profesión distinta a la del director de escena convencional, porque trabaja con otros mimbres. Es lo que hacen Rodrigo García cuando rapa la cabeza de una chica o Angélica Liddell cuando acarrea sacos de un lado a otro del escenario. Como casi todo en esta vida, requiere de una dedicación intensa y continua para llegar a buenos resultados. Sin embargo, se encuentran espectáculos en los que se ha partido de un estado mental de teatro convencional al que se han sumado después elementos con la intención de hacer aquello más performativo. Creo que debo de estar resultando incomprensible, pero me temo que no sé explicarme mejor. Es un efecto parecido al de quienes pretenden modernizar la liturgia: un grupo de jóvenes tocando con la guitarra unos espantosos arreglos de unas espantosas melodías capitaneados por una monja joven disfrazada de monja que no quiere ir vestida de monja (ojo: este comentario es puramente estético, no ideológico). En el fondo, es el problema de las actitudes impostadas. Las performances impostadas, y nefastas, se dan también bastante en la música contemporánea.

Sólo son mujeres (no pienso quitar esa tilde diga lo que diga la RAE) son unos monólogos escritos por Carmen Domingo. Impecablemente dichos por Miriam Iscla. Sobra todo lo demas. La música de Maika Makovski no sólo sobra, también es torpe: no resiste la menor comparación con ninguno de los nichos de creación con los que podría compararse, ni con la música de escena al uso ni con la música llamada contemporánea ni con las músicas de consumo más o menos elitista. La tiene que interpretar la pobre Carmen Conesa. Las proyecciones no dicen nada que no sepamos (y tienen algún momento de terror de serie B, como la imagen multiplicada de la monja). Sol Picó, y conste que le tengo una enorme admiración, no pinta nada. De cuando en cuando, recuerda uno que está haciendo cosas por ahí. Belbel supo encajarla en El baile, una maravillosa función que compartía con Francesca Piñón y la desaparecida Anna Lizarán, pero aquí hace el papel de las pistolas del famoso Cristo. También allí había agua, pero lo que era un elemento orgánicamente imbricado en la dramaturgia es aquí un tributo más a la moda, metido con calzador. ¿No se han dado cuenta de cómo proliferan últimamente estos recipientes en los que los intérpretes, venga o no a cuento, se mojan?

Portaceli hizo un espléndido trabajo en Nuestra clase y fui de los que apreciaron Las dos bandoleras, pero Sólo son mujeres va a ser mejor olvidarlo, a pesar del enorme talento que las intérpretes suman entre las tres. No soy nadie para dar consejos, pero si fuera primo de Miriam Iscla le sugeriría que desgajara uno o dos de estos monólogos y olvidara todo lo que los rodea. Voto por el de Tomasa Cuevas.
P.J.L. Domínguez
          
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