viernes, 19 de octubre de 2018

LUCES DE BOHEMIA

Sala: Teatro Maria Guerrero Autor: Ramón María del Valle Inclán Director: Alfredo Sanzol Intérpretes: Chema Adeva, Jorge Bedoya, Josean Bengoetxea, Juan Codina, Paloma Córdoba, Lourdes García, Paula Iwasaki, Jorge Kent, Ascen López, Jesús Noguero, Paco Ochoa, Natalie Pinot, Gon Ramos, Ángel Ruiz, Kevin de la Rosa y Guillermo Serrano. Duración: 2.15' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Juan Codina, Chema Adeva y Jorge Kent, con uno de los espejos citados más abajo.
Esta vez, Kritilo prácticamente me ha ahorrado el trabajo. Si quieren leer su crítica (aquí) podrían perfectamente saltarse la mía. Creo que si la hubiera visto (la función, no la crítica de Kritilo) hace treinta años saldrían fuegos artificiales de estos párrafos, pero ahora mismo... ahora mismo hay que decir que es un poco polvorienta. Vamos, viejuna. Como ocurre tantas veces, no soy capaz de indicar nada que esté mal, hay incluso algunas cosas muy bien planteadas (por ejemplo, la mayoría de las interpretaciones). Pero el conjunto queda un poco ladrillo. 

Kritilo se ha atrevido a meterse con Valle-Inclán y yo, que debo de ser un poco más pusilánime, me voy a limitar a encuadrar el comentario en un principio general. Casi todos los clásicos necesitan, para ser representados, de algún retoque. Como las Campos cuando se hacen la estética. Bromas aparte, un texto clásico es un monumento intocable. UN TEXTO, he dicho. Pero su representación es harina de otro costal. Prácticamente todo lo que vemos del Siglo de Oro -y no digamos del teatro griego- es profusamente recortado. Para empezar, porque el espectador actual, con una percepción profundamente alterada por todo lo que lleva digerido, no soporta los prolongados tiempos de la producción anterior (por decir algo) a la televisión. También por infinidad de otros motivos, como el de la caducidad de las referencias culturales. Pónganse Los elementos de Literes y ya me contarán lo que entienden del libreto. El bosque mitológico del teatro griego o el mundo del retruécano, la analogía o el simbolismo renacentista y barroco llegarían para dar de comer a varias docenas de Cirlots. Endilgue esos monumentos intactos a un espectador actual y me cuenta el resultado. Valle-Inclán no llega a esos niveles, pero incluso un espectador culto, o muy culto, se pierde una buena parte de las alusiones que, sin duda, mantenían despierta la atención de sus contemporáneos. Por poner un solo ejemplo entre toda esa maraña -y un ejemplo de los fáciles- me pregunto a cuánta gente le dice algo ahora mismo la Ley de Fugas, de infausta memoria.

El recorte no es la única posibilidad, claro está. El teatro tiene recursos que la literatura desconoce. Uno, es el escenográfico, y me temo que esta opción que tira al menos es más (unos bastidores móviles con espejos a caja escénica desnuda) no aporta nada que contribuya a aligerar la contundencia del plato que tenemos que meternos entre pecho y espalda. Un montaje "muy intelectual", me dijo alguien para alabarlo. Demasiado, diría yo. Hasta la música se ha reducido a un piano a la vista que -justo, justo- acompaña un poquillo.

El elenco funciona de maravilla, con una excepción estrepitosa que callaré (y es un secundario, así que no piensen maldades). Es una pena que Codina y Adeva realicen tamaño esfuerzo y que éste quede diluido en el duermevela generalizado entre el respetable. Me gustó mucho Ángel Ruiz, sin que esto sea una afirmación remarcable, porque nunca le he visto nada que no hiciera perfectamente. Tanto el Rubén Darío como Serafín el Bonito son antológicos. Y otro tanto diría de Jesús Noguero como Bradomín y Don Filiberto. Cada vez que uno de estos dos abre la boca en esos papeles, la función vuela un poco más alto. Dicho sea de paso, siempre que veo Luces me imagino una escena entre Serafín el ministerial y Filiberto el periodista desvelándose mutuamente su opinión sobre el affaire Estrella.

Proponía, en la crítica de Nine, la comercialización de entradas dobles para ver Katiuska y Anastasia en días sucesivos. Pasa lo mismo con Luces de Bohemia y Mundo obrero (cuya crítica he publicado hoy mismo en la Guía, ya les dejaré el enlace). En esa historia del movimiento obrero en España contada a los niños que es la propuesta de San Juan (lo digo sin asomo de burla, condensar es un talento infrecuente del que carezco por completo) no sólo se cuenta algo de lo que Vallé-Inclán está tratando, lógico tratándose de un panorama histórico. Además, sobrecoge un poco ver que, en determinadas cosas, seguimos en el mismo lugar.

Creo que les dije ya, a propósito de Jane Eyre, algo que me cuesta asimilar. La miseria es omnipresente en la literatura del XIX (y más: Luces de Bohemia se publica en los años veinte). No importa que los protagonistas sean duques o banqueros, la miseria sale. Ahora, ya no sale. No es que haya desaparecido, es que ya no la vemos. No me negarán que es un gran paso adelante. Es igual que esto de la súbida del Salario Mínimo Interprofesional. Ninguno de los miserables que conozco tiene un salario que le conste al Estado, ni visos de ir a tenerlo nunca. Les trae al fresco que el SMI suba a tres mil euros. De ésos no se acuerda nadie, porque nadie los ve. ¿Recuerdan el término "lumpenproletariado"? Huy, perdón, que esto lo acuñó Marx, y ya sabemos todos que era tontito.

Nota final: el sereno hace su entrada con una discapacidad física de relieve. Hace veinte años, el teatro se hubiera venido abajo con las carcajadas, porque se habría entendido como un recurso cómico. En mi función hubo risitas de tres o cuatro personas. Algo avanzamos.

Breaking news (del 26 de octubre): Ordóñez la ha puesto por las nubes.
P.J.L. Domínguez
          

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