jueves, 4 de febrero de 2016

LA ESTUPIDEZ

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Rafael Spregelburd Director: Fernando Soto Intérpretes: Fran Perea, Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Javi Coll y Javier Márquez Duración: 3.15' (10' minutos de entreacto)
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)




Si Spregelburd hubiera escrito sólo Lúcido ya tendría mi admiración ganada. Pero no paran ahí sus méritos, desde luego. Añadan el éxito internacional de esta pieza y lo extremo de su planteamiento: historias cruzadas en un motel de carretera con cinco intérpretes que se encargan de veintitantos papeles, tres horas de duración... En breve, que estaba yo -y supongo que mucha más gente- deseando llegar al teatro. Con dirección del propio autor, La estupidez se representó en el Festival de Otoño (entonces era de una sola estación) en 2005. No la vi, y lo siento ahora doblemente. Ya irán entendiendo por qué. Echen un vistazo a lo que dijo entonces Ordóñez. Aparte de su opinión, resume admirablemente de qué va el asunto.

Verán, si Ordóñez dice algo y yo pienso lo contrario, de quien primero dudo es de mí mismo. Y les aconsejo que hagan lo mismo. Dudo, me someto a contradicción, me argumento y me autorrefuto ("autorrefuto", es precioso, parece una categoría de hongos, "hongos autorrefutos"; perdonen pero es que me estoy estudiando la Biología de la ESO de pe a pa). Si ese proceso no disuelve la divergencia, voto por mí, claro, por el simple motivo de que me caigo más cerca. Leída la opinión de Ordóñez sobre el texto, y sintiéndolo mucho, disiento. Buscando explicaciones por las grietas de los motivos de las cosas, doy con esta frase en su comentario: 
 El tour de force narrativo, que transcurre en una sola habitación que es todas las habitaciones, corre parejo con el maratón actoral de un repóquer de cómicos superdotados (Andrea Garrote, Mónica Raiola, Héctor Díaz, Alberto Suárez y el propio Spregelburd), capaces de cambiar de piel en unos segundos, el tiempo de salir por una puerta y entrar por otra. No hay "caracterizaciones". No hay "tipos". Ni caricatura: el humor, la pincelada satírica, nunca trabaja contra la verdad humana, la pureza secreta y conmovedora que late bajo el disparate o el presunto estereotipo.
Resulta que en la función del Matadero sí hay "caracterizaciones", "tipos" y "caricaturas". Puede haber excelente teatro con tipos y caricaturas (recuerdo a bote pronto Atchúusss!!! de Alfaro), por supuesto, pero es evidente que lo visto en el Matadero no comparte enfoque con la versión de 2005. Y me pregunto: ¿será que las supuestas virtudes del texto eran efecto engañoso de una interpretación virtuosa?

* * *
Nos acabamos de topar con un problema mayúsculo. Ya he mencionado alguna vez aquello que decía Gaudí: la visión espacial no es cualidad de humanos, sino de ángeles. Opino algo parecido sobre la cualidad de juzgar textos dramáticos. ¿Cuánta gente conocen ustedes capaz de opinar sobre el rendimiento potencial de un texto en escena con un margen de error despreciable? Yo creo que nadie. Me voy a remitir a los hechos (a los hechos recientes, como intento siempre). Miren Aitana Galán. Una mujer de teatro con la perspicacia suficiente para pescar dos perlas como Málaga y Las neurosis sexuales de nuestros padres y montarlas de miedo. Y no se le ocurre más que llevar a escena un horror sin paliativos del calibre de Sin anestesia (acabo de darme cuenta de que no publiqué nada, pero créanme, un horror de texto). Esto ocurre constantemente: gente que sabe mucho de teatro, que está rodeada de gente que sabe mucho de teatro, que está a veces producida por gente que arriesga su propio dinero... y que pone en escena pestiños infumables. ¿Cuál es la única explicación posible? Que juzgar un texto es muchísimo más difícil de lo que nos parece. 

Alguno estará pensando "pues yo sí que me doy cuenta de que Macbeth o La vida es sueño son la bomba". No vale. No vale apoyar el juicio en varios siglos de consenso. Les voy a hacer algunas preguntas que suelto a menudo por ahí: ¿Cuánta gente creen ustedes que sería capaz de distinguir un fragmento poco conocido de Mozart de otro de cualquiera de sus contemporáneos medianamente dotados? ¿Cuántos especialistas creen que pueden apreciar la diferencia entre un coral de Bach y otro que haya armonizado un buen profesor de armonía? ¿Cuántos de los espectadores de Ternura negra se creerían que las líneas de María Estuardo son de Schiller si así lo dijera el programa de mano? Les voy a responder en ese orden: Nadie, ninguno, todos. La sensibilidad humana está sobrevalorada en general.

O sea: que en una gran puesta en escena, a veces es extremadamente difícil discernir los valores originales del texto. A veces. Otras veces pasa exactamente lo contrario: en una puesta en escena espantosa se aprecia que el texto es fantástico. Pero ese "a veces" es muchas veces. Llegado a este punto, el espíritu crítico comienza a preguntarse si, por ejemplo, La omisión de la familia Coleman era una gema refulgente sólo porque la interpretación era galáctica o si el texto estaba a la altura que le pareció. Y el espíritu crítico se responde "tengo que leerlo" y deja la lectura para las calendas griegas. Y ahí dentro sigue la inquietud, reconcomiendo. Así nos moriremos todos, esperando a saber cuáles serán los grandes textos de nuestra época que se venerarán en el siglo XXV. ¿Quieren que mi espíritu crítico arriesgue una apuesta? Mi relación con la comida.

* * *
Hipótesis (que ya se olían): aquello que le pareció la octava maravilla a Ordóñez... ¿pudo ser la dirección de Spregelburd y la interpretación de su actores? Dejémoslo en una hipótesis confortadora, en un bálsamo que atenúe el escozor de la contradicción, porque lo que yo creí oír en el Matadero -soltémoslo de una vez- hubiera estado igual de bien oído en hora y media que en tres horas, y les dejo imaginar lo que uno se puede aburrir en hora y media extra. El breve entreacto llega a las dos horas, y hubiera matado a alguien por salir de allí en ese momento. Llevo cuatro días preguntándome si la larga duración suma algo en este caso, y cuatro días respondiéndome que no. Recuerdo ahora Incendies (en el Español en 2008, tres horas y diez minutos). Durante mucho, mucho rato, no avanza en línea recta, son meandros, vueltas y más vueltas que hacen pensar que no se abandonará nunca el pantano aparentemente divagador. Hasta que explota el asunto, y uno entiende que todo lo anterior era necesario para colocar al espectador en la predisposición justa. Es una estética por amontonamiento, emparentada con 2666 (también en 2008, en el Matadero, ¡cinco horas de las que huyó ni Blas!). La estupidez no perdería absolutamente nada si se redujera a la mitad su duración: ni importa que las tramas avancen (las tramas son un puro pretexto, estoy en esto en franco desacuerdo con Vallejo), ni se produce ninguna iluminación. El único mérito está en la fabulosa capacidad técnica que Spregelbud muestra al ser capaz de orquestar semejante delirio oceánico y escribirlo para solo cinco intérpretes. Pero las virtudes técnicas no salvan ninguna pretensión artística.

* * *

Hay momentos formidables, desde luego: el del relato del japonés Okazu o la escena con la conservadora del museo, por ejemplo. También alguna de las que reúnen a los cinco actores. Hay recursos formidables del texto, desde luego. Yo creo que el mejor, y el más spregelburdiano / borgiano, el de la ficticia historia del cuadro -a cuyo parto hemos asistido- que los sucesivos personajes que aparecen van corroborando (sorpresa) y completando. No voy a negar la capacidad cuasicircense de la compañía para ir encarnando a toda esta humanidad en solo cinco cuerpos. Todos me gustaron. Quizá más, el más contenido en todo momento: Javier Márquez. Y Javi Coll, cuando más contenido andaba. Me gustó la vis cómica de Acosta y -mucho- la ya citada conservadora de Santamaría. Se atisba un incipiente Perea costumbrista, una especie de José Luis López Vázquez posible y quizá impedido hasta ahora por un físico de galán guapo (una bendición y una condena). Sería interesante ver qué ocurre si avanza por ahí. En esta opción que tira a la caricatura y al tipo, por seguir con la terminología del comienzo, la dirección de Soto es coherente y está bien armada. Pero nada de todo esto (momentos formidables, recursos formidables del texto, capacidad camaleónica, interpretación, dirección) es suficiente para justificar las tres horas. Y la duración, ay, es la esencia misma del teatro. Como dirían los profes de la ESO que tan próximos tengo últimamente, si nos aburrimos no hay aprobado, no basta con haber aprobado los parciales. 
P.J.L. Domínguez
          

2 comentarios:

Silvia dijo...

Totalmente de acuerdo maestro aunque en este caso me alegro de haberla visto antes de leerte porque si no igual no hubiera ido y la obra... Me gustó. Es verdad, le sobra un buen rato. Tres horas son demasiado, igual que más de dos en cine, pero tiene escenas geniales, la interpretación en general buena. Pero leerte sigue siendo un placer. No cambies

Silvia dijo...

Totalmente de acuerdo maestro aunque en este caso me alegro de haberla visto antes de leerte porque si no igual no hubiera ido y la obra... Me gustó. Es verdad, le sobra un buen rato. Tres horas son demasiado, igual que más de dos en cine, pero tiene escenas geniales, la interpretación en general buena. Pero leerte sigue siendo un placer. No cambies

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Ánimo, comente. Soy buen encajador.