Sala: Teatro de la Zarzuela Autor: Pablo Sorozábal (de la música y del libreto, sobre el drama homónimo de Joaquín Dicenta) Director de escena: José Carlos Plaza Director musical: Miguel Ángel Gómez Martínez Intérpretes: Carmen Solís, Silvia Vázquez, Milagros Martín, Antonio Gandía, Ángel Ódena, Rubén Amoretti, Ivo Stanchev, Néstor Losán, Lorenzo Moncloa, Ricardo Muñiz, Elena Rey, Roxana Herrera, Manuel Rodríguez y Ramón Farto Duración: 1.50'
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Voy a comenzar con un texto que escribí en principio para otro lugar, pero que no llegó al puerto deseado. Considérenlo una introducción.
LLEGA
JUAN JOSÉ
Parecía
destinado a ser el Godot del repertorio lírico español: un tipo que no
aparecería nunca por más que lo esperáramos.
Es
una historia con tres protagonistas –Dicenta, Sorozábal y Pinamonti- que
comenzó hace ciento veinte años. Joaquín Dicenta, patriarca de los Dicenta que
han poblado los escenarios durante más de un siglo hasta Natalia y Jacobo,
estrenó Juan José en 1895. A este admirador
confeso de Zola le salió un texto en el que convivían intención naturalista y ecos
de dramón romántico. Su éxito popular fue tan abrumador que la historia del
albañil empujado al crimen por la situación a la que se ve reducido fue
representada incesantemente por grupos de teatro aficionado pertenecientes a
organizaciones obreras de todo tipo. Manifiesto socialista, lo califico
Unamuno. Hasta que llegó el 36, ocurrió lo que ocurrió, y Juan José, como tantos otros referentes de la cultura de
izquierdas, se volvió invisible.
En
este punto del relato llega Pablo Sorozábal, músico de simpatías izquierdistas
más o menos toleradas, que termina de transformar la pieza en 1968,
tras invertir la friolera de once años de trabajo en una “ópera proletaria”
cuyas posibilidades de estreno era nulas. El drama social había perdido carga
explosiva, pero su valor como símbolo se mantenía intacto. Aunque era el autor
de Katiuska, La del puñado de rosas o La tabernera del puerto (“Siempre he vivido de las mujeres”, dijo
una vez) consideraba Juan José su
mejor obra. La euforia democrática reparó muchos olvidos de este tipo, pero con
el estreno programado en 1979 en el Teatro de la Zarzuela el compositor y el
Ministerio de Cultura se enzarzaron en una trifulca que terminó en cancelación.
Así,
en el metáforico cajón, se encontró Paolo Pinamonti a Juan José cuando llegó a dirigir ese mismo teatro. Cosas de ser extranjero:
tenía perspectiva suficiente para percibir la anomalía de mantener en el limbo una
de las mejores obras de uno de los mejores compositores líricos de nuestro
siglo XX. Pinamonti ya no está en Madrid, lo abandonó hace poco para dirigir el
San Carlos de Nápoles. Pero nos dejó un regalo que no supimos hacernos a
nosotros mismos: el estreno de Juan José,
con Miguel Ángel Martínez en el foso y José Carlos Plaza en la dirección de
escena, evento histórico que cierra la peripecia comenzada en 1895. La
meritoria iniciativa de Musikene, que montó una versión concierto en 2009,
confirmó la alta opinión que el autor tenía de su criatura, y me permite
hacerles una sugerencia: fíjense bien en el delicioso chotis deconstruido. Es
la astuta mirada de Sorozábal diseccionando una tradición que se terminaba. Si
alguien programa ahora La llama de
Usandizaga, otro espantoso olvido, mi felicidad llegará al éxtasis.
Y ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
Dicenta estrenó Juan José en 1895. Un texto en el que convivían intención
naturalista y ecos de dramón romántico. Su éxito abrumador llegó hasta el 36, cuando
se volvió, como tantos referentes de la cultura de izquierdas, invisible. En
1968, Sorozábal lo convirtió en una ópera que ha pasado casi cincuenta años en
el cajón. Tuvo que llegar un extranjero al Teatro de la Zarzuela (Paolo
Pinamonti, hoy director del San Carlos de Nápoles), a resolver esta anomalía
histórica.
Su música es
magnífica. Un compendio de influencias, desde Puccini hasta el musical
americano, englobadas en una mirada al casticismo entre nostálgica y demoledora:
véase el chotis deconstruido del soberbio primer acto o el Precisamente, el otro día. La trama, desgraciadamente, no puede ser
más actual: paro, pobreza energética, violencia de género... Hay quien ha considerado el tema “pena, celos
y venganza” de un horrible machismo. Claro, pero podríamos descalificar el Otelo (*) por idéntico motivo. Y el horrible
machismo sigue, por cierto, bien pujante.
Plaza
orquesta un excelente conjunto escenográfico (Leal), de vestuario (Moreno) y
coreográfico (Perdikidis). Entre los solistas sobresalen Gandía, Martín y
Amoretti, aupados por los papeles más agradecidos. A ver si ahora alguien se
acuerda de reponer La llama de
Usandizaga o de estrenar el Gernika de
Escudero.
(*) Pocos días después de escribir esto (espero no hacerme un lío con las fechas) Boadella usó el mismo ejemplo del Otelo para referirse al inefable asunto de los titiriteros y su "apología del terrorismo" (debería haber un signo gráfico de comillas dobles para casos exagerados). Estamos volviendo a toda prisa al siglo XIX.
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