Sala: Teatro María Guerrero Autor: William Shakespeare Director: Declan Donnellan Intérpretes: Grace Andrews, Joseph Black, Tom Cawte, Ryan Donaldson, Chris Gordon,
Guy Hughes, Orlando James, Sam McArdle, Eleanor McLoughlin, Peter
Moreton, Natalie Radmall-Quirke, Joy Richardson, Abubakar Salim, Edward
Sayer Duración: 2.45' (entreacto de 15')
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)
Vimos Medida por medida dirigida por Declan Donnellan en 2014, y se nos cayeron los palos del sombrajo (ea, ya tenía yo ganas de colocar la expresión en alguna parte). Me pide el cuerpo empezar ahora a cantar las alabanzas de aquel montaje, pero el tiempo es escaso, y ya tengo esa tarea hecha, léanse si les apetece lo que escribí entonces. Una de las mejores puestas en escena que he visto nunca.
Les voy a copiar el primer párrafo de aquella crítica, porque es de aplicación:
Solo un genio podía desvelar la obra de otro. Medida por medida es rara de narices, por no usar otra expresión más fuerte. El matiz de la situación cambia en algunas escenas a cada réplica y, a veces, a cada frase. Prueben a leerla. Encima termina bien, después de desplegar todo tipo de situaciones dramáticas, a cuál más. Vayan y móntenla si se atreven. Se representa poquísimo, y las razones son las que acabo de exponer.
Lo copio, porque Cuento de invierno no es menos rara. Ni creo que sea más representada. Comienza con un delirio asesino provocado por los celos, reguero de muertes y desapariciones... y se convierte de pronto en comedia de niños perdidos y encontrados, revelación de identidades, pareja feliz y... regreso de la presunta muerta. En fin, les repito lo mismo: vayan y móntenla si se atreven. Donnellan se atrevió con Medida por medida y la reveló en un artefacto prodigioso. Lo ha intentado con Cuento de invierno, pero el resultado poco tiene que ver con aquello.
Toda la primera parte se ha enfocado pasada de vueltas, gesticulante, con intérpretes convertidos casi en títeres. Especialmente Leontes (Orlando James), un ridículo fantoche. La parte central se anima con un par de incisos injustificados y rechinadores: la aparición del cantante con micrófono haciendo gracietas al público y la conversión de la fiesta campestre en un reality. No quiero meterme en una entrada de un metro de largo, sólo dos menciones: ni rastro de la espectacular coreografía de 2014, ni rastro de los hallazgos de escenografía e iluminación.
Afortunadamente, la última media hora le reconcilia a uno con la vida. Es como si, a la vuelta de la acción a Sicilia, y desde la escena de la conversación de Leontes y Paulina, asistiéramos a otra puesta en escena. El rey es, por fin, una persona y no una caricatura. Qué descanso. Ella (Joy Richardson, la tienen en la foto) ya venía estando soberbia durante toda la función. Durante el desenfreno inicial su desdén es contenido y su ironía fría, ni levanta la voz ni agita los brazos. A partir de ahí, todo fluye, todo funciona, todo es hermoso. La llegada de la joven pareja (¿Vestidos, consciente o inconscientemente, para evocar las figuras de Eduardo VIII y Wallis Simpson, el matrimonio morganático por excelencia para un británico? No me hagan mucho caso, cosas que se me antojan...), el relato mimado a velocidad de vértigo de cómo se deshacen entuertos y malentendidos, la visita a la estatua y el tierno final. Una preciosidad.
Todos son notables intérpretes. Además de Richardson, pondría en mi selección a Peter Moreton, fantástico en el doblete de Antígono y del pastor. A la Hermione de Natalie Radmall-Quirke. Y a la pareja joven: Eleanor McLoughlin -ruda cuando es preciso, a pesar de un cuerpo delicado- y Chris Gordon, guapo y sin embargo buen actor (ya sé que no son términos antitéticos, pero me pesa siempre ese prejuicio, qué le voy a hacer). Como les decía, Orlando James (Leontes) muestra al final un espléndido talento, pero lo que García Garzón juzga una actuación explosiva, a mí me parece una exageración.
Seguro que esto le va a gustar a todo el mundo, me pasa mucho últimamente. Les dejo enlaces a la crítica en Le Figaro, la de Villán en El Mundo y la de García Garzón en ABC.
Con la foto ya se hacen idea de la escenografía completa. No hay más. |
Les voy a copiar el primer párrafo de aquella crítica, porque es de aplicación:
Solo un genio podía desvelar la obra de otro. Medida por medida es rara de narices, por no usar otra expresión más fuerte. El matiz de la situación cambia en algunas escenas a cada réplica y, a veces, a cada frase. Prueben a leerla. Encima termina bien, después de desplegar todo tipo de situaciones dramáticas, a cuál más. Vayan y móntenla si se atreven. Se representa poquísimo, y las razones son las que acabo de exponer.
Lo copio, porque Cuento de invierno no es menos rara. Ni creo que sea más representada. Comienza con un delirio asesino provocado por los celos, reguero de muertes y desapariciones... y se convierte de pronto en comedia de niños perdidos y encontrados, revelación de identidades, pareja feliz y... regreso de la presunta muerta. En fin, les repito lo mismo: vayan y móntenla si se atreven. Donnellan se atrevió con Medida por medida y la reveló en un artefacto prodigioso. Lo ha intentado con Cuento de invierno, pero el resultado poco tiene que ver con aquello.
Toda la primera parte se ha enfocado pasada de vueltas, gesticulante, con intérpretes convertidos casi en títeres. Especialmente Leontes (Orlando James), un ridículo fantoche. La parte central se anima con un par de incisos injustificados y rechinadores: la aparición del cantante con micrófono haciendo gracietas al público y la conversión de la fiesta campestre en un reality. No quiero meterme en una entrada de un metro de largo, sólo dos menciones: ni rastro de la espectacular coreografía de 2014, ni rastro de los hallazgos de escenografía e iluminación.
Afortunadamente, la última media hora le reconcilia a uno con la vida. Es como si, a la vuelta de la acción a Sicilia, y desde la escena de la conversación de Leontes y Paulina, asistiéramos a otra puesta en escena. El rey es, por fin, una persona y no una caricatura. Qué descanso. Ella (Joy Richardson, la tienen en la foto) ya venía estando soberbia durante toda la función. Durante el desenfreno inicial su desdén es contenido y su ironía fría, ni levanta la voz ni agita los brazos. A partir de ahí, todo fluye, todo funciona, todo es hermoso. La llegada de la joven pareja (¿Vestidos, consciente o inconscientemente, para evocar las figuras de Eduardo VIII y Wallis Simpson, el matrimonio morganático por excelencia para un británico? No me hagan mucho caso, cosas que se me antojan...), el relato mimado a velocidad de vértigo de cómo se deshacen entuertos y malentendidos, la visita a la estatua y el tierno final. Una preciosidad.
McLoughlin y Gordon |
Seguro que esto le va a gustar a todo el mundo, me pasa mucho últimamente. Les dejo enlaces a la crítica en Le Figaro, la de Villán en El Mundo y la de García Garzón en ABC.
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