lunes, 22 de febrero de 2016

VIDA DE GALILEO

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Bertolt Bercht (traducción de Miguel Sáenz, versión de Ernesto Caballero) Director: Ernesto Caballero Intérpretes: Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Ramón Fontserè, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Ione Irazabal, Borja Luna, Roberto Mori, Tamar Novas, Paco Ochoa, Macarena Sanz, Alfonso Torregrosa y Pepa Zaragoza  Duración: 2.05'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Ahí tienen el giratorio.
Ésta fue mi crítica en la Guía:

Prefiero empezar por lo que me sobra: alguna espumilla que flota sobre la sustancia. Primero, eso de “¿Dónde está Fontseré?” (se supone que el primer actor ha desaparecido y que es el propio Brecht el que actúa). Luego, el interludio, cantado con desparpajo por una pareja a la que no se sabe muy bien qué se le ha perdido en la función. Y no estoy muy seguro de que la música en directo aporte gran cosa.

    Ni el texto ni la puesta en escena necesitan tales distracciones ni para contraste con la manifiesta austeridad de todo lo demás: la escenografía es muy poco más que el plano del suelo, el vestuario no se sale del negro, la interpretación no despliega grandes alharacas, especialmente en lo que atañe al protagonista. Está bien así: un marco más que adecuado para el nervio narrativo de un texto perfectamente estructurado (no sé cuántas versiones le costó a su autor) y dicho impecablemente por un elenco que parece creérselo. Pocas veces más justificada la metafórica escenografía de simetría central, muy bien usada en entradas y salidas y en el movimiento general de actores.

Fontseré, que a muchos nos costaba ver en el papel, da en el clavo con una interpretación que dosifica heroicamente las ganas de retranca que el actor y el personaje llevan dentro. Me gustaron todos, pero sobre todo Torregrosa, Déniz, Irazabal y Macarena Sanz.

Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- En primer lugar, ya tenía yo ganas de coincidir con el sentir mayoritario, después de tanta discrepancia en los últimos días. Parece que las alabanzas a este Galileo son unánimes. Alguien creerá que me encanta ir contra corriente, ser el pitufo gruñón y poner a caldo a cuanto profesional consagrado me caiga entre las garras, y no: me quedo mucho más tranquilo cuando las cosas me gustan. Como les voy a propinar en nada la crítica sobre el Hamlet de Miguel del Arco que es un fiasco notable -y bien que lo siento- dejen que me regodee un poco en esta armonía galileica.

2.- Alguna vez les he dicho esto de que Brecht debe de ser el autor que más influye -después de muerto- en las puestas en escena de sus obras. Tanto teorizar con el extrañamiento, a ver quién es el guapo que se ponga a montar sin demostrar que se sabe la lección. Las opiniones de Shakespeare, de Molière o de Lope traen perfectamente al fresco a los directores que usan (y pongo "usar" adrede) sus textos, pero ojo con Brecht. En esta versión, es él mismo quien aparece (representado por Fontserè) y quien tiene que asumir el papel protagonista, porque Fontserè ha desaparecido. También la música en directo obedece, en la estética brechtiana, a la intención de que el espectador tenga bien claro en todo momento que se trata sólo de teatro y evite sumergirse emocionalmente. Muy bien, la teórica aprobada. Pero esto al espectador le importa, y debe importarle, un bledo, y sólo cuenta el resultado en su conjunto. Aparte del valor de oír la música original de Eisler, creo que la función ganaría en ritmo sin los interludios, y se acortaría en esos quizá diez minutos que aún me parece que le sobran (ya le hicieron algún corte antes de que yo la viera). Digo esto respecto a las transiciones cantadas. En cuanto a la irrupción de la pareja, ya glosada en la crítica en papel, sería más tajante: no viene a nada. Me parece que logra el efecto de extrañamiento, precisamente cuando no era buscado (ya que está integrada en el flujo narrativo). Pero al crítico le pasa como al director: si dice que le sobra la música en escena, parece que nunca se enteró de qué va la copla histórico-estética. Un ignorantuelo. Más de uno pensará eso si sólo ha leído la crítica en papel.

3.- Escenográficamente, el diseño de Paco Azorín apenas se despega del suelo. Incorpora un giratorio; algo que estuvo muy de moda hace unos pocos años. Aparecían donde menos se lo esperaba uno, pero éste está más que justificado, con Tolomeo, Copérnico y Galileo en danza. Aunque también hay quien ha dicho que da demasiadas vueltas (creo que La razón, es curioso, a mí me pareció que giraba más bien poco). La combinación de diseño y uso dramatúrgico (los dos aspectos de toda escenografía) es un acierto. El par sirve de curioso contrapunto (a veces parece que las casualidades las orquesta alguien) al Sócrates de Gas. Sobre el plano, dos simetrías centrales sin tacha. Si me apuran, más central la de Azorín, ya que la otra tiene unas gradas al fondo sin contrapartida simétrica. Pues bien: el uso de Gas se limita al aburrido ensalzamiento del centro, en el que se ubica el asiento para el protagonista, que se pasa ahí quietecito buena parte de la función, pontificando. Casi el cien por cien del tiempo las figuras que el resto de intérpretes combina son simétricas. Estático y estéril. Caballero ha usado la centralidad con cintura, orquestando un diálogo dinámico entre las evoluciones de los actores y la corriente de atracción del centro, que alcanza los espacios fuera del círculo central, por donde entran y salen los actores. Es uno de los principales atractivos de la función.

4.- Si tengo que decir de verdad de la buena cuál es la interpretación que me llevaría a casa, creo que sería la de Torregrosa como cardenal Barberini -lleno de suficiencia y aristas-, pero subrayando que el doblete con el amigo de Galileo (Sagredo) le da fantástica oportunidad de lucimiento. Otro paralelismo, esta vez positivo en ambos términos de la comparación, de Fontserè y Torregrosa con Pou y Canut. Me gustó la escena de los cardenales Barberini y Bellarmino. Este último es Paco Déniz, al que recuerdo muy bien plantado en el Godot de Sanzol. Juraría haberlo visto en algo más, pero no caigo ahora. Repasando mentalmente la función, casi diría que me van gustando más todos a medida que el tiempo decanta el recuerdo. Roberto Mori, el monje astrónomo, un humilde saber estar en escena; Tamar Novas, el discípulo, también muy en su sitio en las conversaciones con Fontserè, receptivo y escuchando de verdad lo que Galileo dice (¿Les parece esto una tontería? ¡Ja! Escuchar es una de las cosas más difíciles de hacer bien en un escenario; Ione Irazabal, qué buena la tía. La interpretación de esta última es buen ejemplo del estilo, muy coherente, de todo el elenco: de andar por casa (que es por donde anda el personaje durante toda la función). Desprenden tranquilidad, como si supieran en todo momento dónde apoyan los pies. ¿Me siguen? A veces no me entiendo ni yo mismo (como en Qué sabe nadie). 

5.- Sale una esfera armilar, y la llaman astrolabio. Minucias de crítico picajoso.

A ver si mañana soy capaz de colgar Hamlet. Creo que el viernes saldrá, por fin, la crítica en papel de De algún tiempo a esta parte, pero no esperen y saquen entradas.
P.J.L. Domínguez
          
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