miércoles, 6 de mayo de 2015

TRILOGIA DE LA CEGUERA

Sala: Teatro Valle Inclán (Sala Nieva) Autor:  Maurice Maeterlinck (versión de cada uno de los directores) Directores: Vanessa Martínez (La intrusa), Antonio C. Guijosa (Interior) y Raúl Fuertes (Los ciegos) Intérpretes: Lucía Barrado, Lucía Fuengallego, Pablo Huetos, Celina Nadal, Verónica Ronda, Pedro Santos, Carlos Silveira, Gemma Solé, Quique Fernández y José Vicente Moirón Duración: 2.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


José Vicente Moirón en Interior.

Les dejo el texto de la crítica en papel antes de lo habitual, porque esta vez no la encuentro en la web de la Guía:


  A pesar del lugar relevante que ocupa en la historia del teatro, frecuentamos poco por aquí a Maeterlinck. Al reunir tres piezas cortas, este espectáculo ofrece una visión interesante de su universo creativo, con resultado variable.

    La intrusa está hecha de delicados equilibrios, sugerencias, quiebros próximos a ratos a lo absurdo y a ratos a lo esotérico. Tiene el riesgo de escorar hacia Los habitantes de la casa deshabitada y algo así, además de un cierto desorden, le ocurre a esta puesta en escena, a pesar de algún momento logrado. Para Los ciegos, Raúl Fuertes ha tenido la idea de oscurecer la sala por completo, y el espectador ve lo mismo que los personajes: nada. Aunque nos hurta todo lo que no es la voz, o casi, en el trabajo de director e intérpretes, tiene su aquel. Notable efecto sorpresa final que no desvelaré.

    Sin duda, es Interior la propuesta más acabada, más redonda. Parte de un texto magnífico, de simbolismo transparente: la vida y la muerte, la felicidad y la desgracia, el azar y el destino. Más fácil que los otros dos, en el sentido de que es más directamente conmovedor, menos árido. Puesta en escena bien planteada y cuidadosa dirección de actores de Antonio C. Guijosa. Estupendos José Vicente Moirón y Quique Fernández, y estupenda Verónica Ronda en un prólogo que no molesta (al contrario que el epílogo, que sí lo hace). Interior bien vale una entrada.

Y lo que no cabía allí:
La realidad nos rodea terca y constante, y las cosas dejan de maravillarnos a base de estar siempre ahí. Si hacemos el esfuerzo de intentar mirarlas con ojos nuevos, la gratificación es inmediata: llega en forma de sorpresa. Maeterlinck es un buen ejemplo. Un autor teatral. Vale. Que también escribió La vida de las abejas, La vida de las termitas y La vida de las hormigad. Vale. "Vale", porque nos hemos acostumbrado al dato, pero no me negarán que dibuja a un tipo más que curioso. Ricco di famiglia (nunca he sabido cómo se dice en castellano), se pudo dedicar a lo que le dictó su animo. Y, además de esos ensayos sobre los insectos sociales, lo que le pidió el cuerpo fue llevar al teatro una corriente de sensibilidad que atravesó Occidente en el tiempo que le tocó vivir y que no sé si llamar espiritualismo en sentido, más que amplio, amplísimo. No todo fue positivismo en ese ambiente de progreso técnico, industrial y económico. ¿Saben quién es casi estricto coetáneo de Maeterlinck? Gurdjieff. Si no saben quién era, entérense, porque la historia no tiene desperdicio. 

La isla de los muertos, de Arnold Böcklin (1886).

Una parte de ese vastísimo flujo de ideas (que se concretan tanto en sesudos pensadores como en las chifladas con un pañuelo atado en la cabeza que siguieron conectando con los espíritus del más allá hasta mediados del siglo XX) produciría lo que se terminó llamando simbolismo, tanto en literatura como en pintura. Aunque adoptaría muchas formas y denominaciones (malditismo, decadentismo) y sus ramificaciones se extenderían por muchos lugares: desde el modernismo (piensen en la espiritualidad de Gaudí) hasta las vanguardias del siglo XX, que heredaron algunos de sus rasgos.


Maria Germanova como la bruja
de El pájaro azul en su estreno
(foto de Karl Fischer).
La fama internacional le llegó a Maeterlinck con El pájaro azul (L'oiseau bleu, 1908), una historia de niños perdidos, abuelos muertos, hermano aún no nacido y personajes tales como la luz o el fuego. Echen un vistazo al argumento en la wikipedia (corresponde a la película de Cukor, pero es donde mejor se explica). Es fácil imaginar el contraste que una historia de este tipo -entre fábula popular y alegoría- tuvo que representar en un panorama dominado por el realismo. Podría verse una relación evidente con muchas obras del XX, más o menos relacionadas con las vanguardias, en el recurso a la estructura del relato popular (véanse El pájaro de fuego, La historia del soldado, El retablo de Maese Pedro, El amor de las tres naranjas, El castillo de Barbazul... me están saliendo todas musicales, pero piensen en La bella y la bestia,  de Cocteau, ). Aunque, en el fondo, lo que ocurre es que clasificamos las cosas en cajones distintos para poner orden, y luego nos maravilla comprobar que los cajones nos los hemos inventado: simbolismo, vanguardia... Pero, así como El pájaro azul parece proyectarse hacia adelante, otra de las obras más conocidas de su autor (sobre todo a partir de la versión musical de Debussy), Peleas y Melisande -que en castellano creo que deberíamos llamar Peleas y Melisendra- evoca un mundo precedente: el de los prerrafaelitas. No es de extrañar que atrajera al último antiguo entre los compositores, Debussy; mientras que los primeros  modernos se fueron fijando en otras obras.

* * *

De acuerdo con la convicción de que la realidad material oculta otras realidades más profundas, el teatro de Maeterlinck, como la literatura simbolista en general, está hecho de alusiones, alegorías, sugerencias. Con un grado mayor o menor de oscuridad, y una facilidad mayor o menor en su interpretación. La intrusa es la más críptica de las tres que se han agrupado en esta trilogía de la ceguera. El abuelo es ciego. Su hija agoniza fuera de escena. Hay extraños ruidos en el jardín, en la escalera. Los pájaros callan sin motivo aparente. Algo -¿la muerte?- atraviesa el salón. El abuelo es sacudido por extrañas aprensiones, quizá porque es el único que, en su ceguera, percibe lo que en realidad está ocurriendo y los demás no ven. Esto sólo se puede poner en escena intentando sumir al espectador en el estupor y la incomprensión, y que ese estado de ánimo dure hasta el final. Ésa creo que era la intención. Supongo que el televisor con los dibujos animados de Betty Bop (aquí se llamó siempre la Beti Bo), el cuadro retroiluminado en lo alto (Moreau o similar), el extraño vestuario (que incluye a dos hermanas entre El resplandor y Los Monster), los anacronismos... buscaban el efecto de acentuar la extrañeza, pero acercan el resultado, con la inestimable colaboración de la peluca de la abuela (ya no es abuelo en esta versión) a La mansión de los Plaff.

Si no me equivoco, se han introducido cambios de cierta envergadura en el texto original. El abuelo es abuela, hay una nuera, las chicas pasan a ser dos en vez de tres, aparece un hijo con una discapacidad psíquica. Yo diría que el resultado es menos redondo, pero no me atrevería a jurarlo después de oírlo una sola vez. Tampoco quiero dejar de repetir que hay algún momento logrado, y que determinados efectos -como el "algo" que atraviesa el salón- resultan convincentes. De otra forma, moverían a la carcajada, y no lo hacen.

* * *
Los ciegos, una puesta en escena en Gante.
Ahora que he tenido un poco más de tiempo para pensarlo, me parece que la idea de Fuertes de representar Los ciegos a oscuras nos hace perder más de lo que ganamos. Y, de paso, facilita extraordinariamente su trabajo. ¿Se imaginan la dificultad de representar en escena a un grupo de ciegos que no tienen ni idea de dónde están y van dando tumbos? Añadan la dificultad de que -como en La intrusa- al final "algo" (¿la muerte?) se cuela entre ellos. Algo que el texto no dice lo que es y que el director de escena debe decidir cómo materializar. En fin, que hubiera preferido verlo. Ah, el efecto que menciono en la crítica en papel
ATENCIÓN: SPOILER
es un enorme vendaval que se desata en la oscuridad y que me dio un susto de muerte.

* * *
Interior le sobran unas poquísimas cosas para ser un exquisito montaje de cámara. El texto narra las vacilaciones de quienes vienen a anunciar la muerte de una chica a su familia, pero Guijosa le ha añadido un prólogo en el que ella nos cuenta nos que se va por ahí. El prólogo explicativo no hacía ninguna falta, es más: diluye un poco el desconcierto que el espectador debe sentir durante las primeras líneas de diálogo. Es casi como si alguien nos explicara quién es Godot antes de que empiecen a hablar Vladimir y Estragón. Pero, como decía en la crítica en papel, tampoco molesta: está al principio (es lo que suele ocurrir con los prólogos), todavía no hemos entrado en harina, y pasa leve. Otra cosa es el epílogo, en el que la muerta canta. Esto sí que sobra de todas, todas. El final de Maeterlinck es grandioso: la familia ha recibido el golpe, ya saben que su hija ha muerto. Mirando desde el exterior a través de la ventana la escena de dolor que se desarrolla en la casa, el extranjero dice: "¡El niño no se ha despertado!". Pero parece que esto de hacer cantar a las chicas sin mucha justificación se pone de moda: Portillo en el Don Juan, Lima en la Medea...

Guijosa ha practicado una operación parecida a la de Fuertes. Les cuento de qué va esto. Dos hombres traen la noticia de la muerte de una muchacha. Es de noche, llegan a la proximidad de su casa y observan desde fuera la escena familiar que se desarrolla dentro. No son capaces de entrar. Otros personajes se van incorporando. "El viejo", es como Maeterlinck lo llama, entra por fin y suelta el funesto mensaje. Del texto original, se desprende que el espectador ve tanto a esta gente que habla en el exterior como a la familia que está en su salón. Les he empotrado una foto de un montaje griego. En el Valle Inclán el interior está simbolizado por unos muebles, pero no hay nadie. Como en Los ciegos, se nos hurta algo, pero aquí la ganancia es mayor: Guijosa subraya la acción exterior. Los que están fuera se llevan nuestra atención en su integridad. 

La pieza se sustenta en José Vicente Moirón, impecable, pero quiero decir que Quique Fernández, estupendo en Serena apocalipsiscada vez me gusta más. Está aquí todo lo discreto que exige un papel en el que debe casi pasar desapercibido la mayor parte del tiempo para que Moirón se apoye en él. También Lucía Fuengallego y Gemma Solé están bien (estaban bien en La intrusa, pero allí se nota menos). El vestuario casa, la escenografía funciona, la iluminación embellece... Emocionante. Decididamente, cuanto más la recuerdo, más me gusta Interior. 
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola. Gracias por esta crítica, por la calidad y el detalle en el análisis de cada una de las obras, suele echarse en falta justamente la calidad en las criticas de espectáculos. Y gracias también por tus apreciaciones respecto a mi trabajo en Interior. Siempre es alentador en esta lenta profesión, saber que el trabajo de uno puede convencer al menos a un espectador. Gracias

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Ánimo, comente. Soy buen encajador.