domingo, 28 de septiembre de 2014

EL LARGO VIAJE DEL DÍA HACIA LA NOCHE

Sala: Teatro Marquina Autor: Eugene O'Neill (versión de Borja Ortiz de Gondra) Director: José Afonso Intérpretes: Vicky Peña, Mario Gas, Alberto Iglesias, Juan Díaz y Mamen Camacho Duración: 2.30' (diez minutos de entreacto) 
Información práctica (el enlace a un callejón sin salida puede significar que la función ya no está en cartel)


Mamen Camacho, Vicky Peña y Mario Gas.
Mario Gas y Vicky Peña. Ahí es nada. Y O’Neill, Largo viaje, nada menos. Un texto superlativo aunque -ojo- extremadamente difícil de poner en pie y lleno de trampas (una, por ejemplo: melodrama desaforado). Desde que se anunció, hubo una expectación enorme. No voy a hacerles esperar el juicio: no funciona. Apenas he visto dos comentarios digitales y la crítica de Ayanz, en los que ni siquiera  el temor religioso que las figuras de Peña y Gas producen han podido impedir una confesión, tímida pero clara: la función aburre. [P.S.: Escribí eso hace SEMANAS, pero he ido dilatando la publicación, porque no llego. Ayer salió la crítica de Marcos Ordóñez, y está en las antípodas de mi opinión, pero les invito a que vean la función con esta frase de Ordóñez en mente: "en el apartado de los defectos, la falta de brío en determinados pasajes". Será una diferencia de grado en la percepción. A mí me parece que esa falta de brío se extiende a prácticamente todo lo que Gas y/o Peña no han podido controlar en primera persona].

Ortiz de Gondra ha dejado el larguísimo original en dos horas y media (que se extienden de ocho y media de la tarde a once de la noche, ¿a qué hora se supone que cenamos?). Y menos mal. Si llega a durar más, no sale nadie vivo. No creo que el problema sea la versión, no me pareció que sobrara nada, que hubiera nada redundante o excesivo. El problema está en otro sitio.

La escenografía de Elisa Sanz también funciona, tienen la foto ahí arriba. Una tarima de madera, circular e inclinada, y unas gasas que rodean el escenario sobre las que se proyectan imágenes en las transiciones: el mar, el faro, las gaviotas. Excepto por esas proyecciones, el espacio de la representación está cerrado en sí mismo, aislado del entorno que se menciona una y otra vez -el mar, el faro, la niebla-, y creo que eso ayuda al texto: este pequeño infierno es autónomo, autosuficiente. Daría igual coger a los personajes y depositarlos en Cochabamba o en Madagascar, nada cambiaría.

Sólo una licencia que, por aislada, chirría un poco. Los muebles son muebles: sillas, mesas, carrito de servir… Pero los objetos se esconden en unas trampillas que se abren en la tarima, produciendo la extraña sensación de qué-ocurre-ahora-por-qué-se-sienta-en-el-suelo-qué-es-eso-que-abre. Ya saben lo que siempre les digo: en el teatro podemos creernos cualquier cosa que nos pidan que nos creamos, pero las reglas deben ser coherentes (pueden ver, al respecto, mi crítica de Medida por medida). Si los muebles son reales, son reales, las trampillas despistan. Las proyecciones de Eduardo Moreno no están mal. Qué puñeta, no es que no estén mal, es que encajan bastante bien. [P.S.: Hacen la función de la ventana al mar que Ordóñez hecha en falta, pero es cierto que lo hacen sólo en las transiciones, sin mitigar el efecto de cerrazón que les comentaba más arriba].

Gas es un excelente actor y está a su propia altura. Crea un Tyrone complejo, humano, lejos del estereotipo del tipo que ha arruinado la vida de su esposa. Vicky Peña es una de nuestras mejores actrices. Pasa por encima de lo que haga falta: eso hizo en El diccionario, donde sobrevolaba con sus propias fuerzas, como aquí, una función más bien polvorienta. En alguna de las escenas da lecciones de interpretación que deberían ser de obligada asistencia para los estudiantes del ramo. Aunque, en algún momento, incluso ella me pareció algo desamparada. Juan Díaz les aguanta el pulso a ambos, y esto es mucho decir. Iglesias -y espero mitigar esto que les digo señalando que Ordóñez ha escrito exactamente lo contrario- no sigue el paso. Y la criada va justita.

En cualquier caso, con un texto superlativo, una versión bien hecha, una escenografía que funciona y una interpretación que, la mayor parte del tiempo, alcanza un nivel infrecuente... ¿es posible que el resultado sea aburrido? Sí, lo es. La dirección no tiene pulso, ritmo, tono ni nada. Es como si alguien estuviera pulverizando una solución de Valium desde el peine. [P.S.: A eso, y no a la interpretación, creo que se deben las borracheras que Ordóñez califica como "muy educadas". ¿Qué más quiere un actor que una borrachera estrepitosa? Alguien ha decidido que fueran así, tontorronas]. Y miren que siento tener que decirlo.
 P.J.L. Domínguez

           

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