viernes, 19 de septiembre de 2014

MEDIDA POR MEDIDA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: William Shakespeare Director: Declan Donnellan Intérpretes: Kirill Sbitnev, Anna Khalilulina, Andrei Kuzichev, Peter Rykov, etc. Duración: 1.40' 
La función ya no está en cartel (lo siento por ustedes).




Solo un genio podía desvelar la obra de otro. Medida por medida es rara de narices, por no usar otra expresión más fuerte. El matiz de la situación cambia en algunas escenas a cada réplica y, a veces, a cada frase. Prueben a leerla. Encima termina bien, después de desplegar todo tipo de situaciones dramáticas, a cuál más. Vayan y móntenla si se atreven. Se representa poquísimo, y las razones son las que acabo de exponer. 

No me digan que no les avisé. Les avisé en el número de septiembre de Vanity Fair (que se publicó el 20 de agosto) y en este blog el viernes 19 después de asistir al estreno el 18. Si no me hicieron caso, se han perdido quizá la mejor función del año. Ah, sí, ahora escribo en la versión en papel de Vanity. Una página de agenda breve, pero que queda muy cuca. Ahora resulta que eso me obliga a estar atento a la cartelera de todo el país, me han hecho un favor.


Acto quinto, escena primera. Por Frederick William Davis.
El duque de Viena abandona sus funciones alegando un vago pretexto viajero, pero en realidad con la intención de volver disfrazado para observar qué ocurre en su ausencia. Un topos, éste del poderoso travestido, muy presente desde siempre en nuestra cultura, desde los mitos griegos al cine, pasando por los relatos infantiles o las operetas. Ahora mismo, tenemos en cartelera un ejemplo parecido, el del amo disfrazado de criado en Donde hay agravios no hay celos, y dentro de nada nos visitará otro con la misma premisa: El juego del amor y del amor, el Marivaux que ha montado Flotats y que estoy deseando ver.

Caricatura publicada en ABC sobre la versión de Narros de 1969.
Pero en Medida por medida, el equívoco no es centro de la trama, como en los ejemplos citados o en tantos otros. Es apenas una pequeña artimaña narrativa que está preparando la conclusión amable de un drama desgarrador. El tipo que el duque dejará como regente, Angelo (esta historia transcurre en Viena, pero todos los personajes tienen, pequeño detalle sin importancia, nombres italianos), es un mojigato de ésos que adoran imponer las pautas morales a los demás. De moral sexual, claro. Es sorprendente que a nadie se le ocurra obsesionarse con imponernos pautas de obligado cumplimiento en otros campos, qué fijación con el sexo. (¿Se imaginan enormes manifestaciones de obispos y familias numerosas con pancartas que rezaran “Ley de reparto de riqueza a los pobres YA”? ¿A que no?). De joven, me ponían muy nervioso las explicaciones que atribuyen estas personalidades a la suciedad acumulada en sus mentes. Me parecían intelectualmente demasiado simples. Luego llegó la experiencia, los fui viendo con mis propios ojos. Por supuesto, tenían razón quienes atribuían el origen de las ansias represoras a los conflictos internos mal resueltos, tipo “ya que estoy yo bien j. vamos a j. a los demás”. 

Señor, cómo me gustan estas cosas.
Angelo condena a muerte sin pestañear a Claudio por dejar embarazada a una joven soltera. Pero cuando se le ponga a tiro la hermana del condenado, una novicia que llega a suplicar clemencia, no vacilará mucho más allá de algunos segundos en ofrecerle la vida de su hermano si ella le entrega la virginidad. Un ejemplo edificante. Esto genera un conflicto terrible en la novicia y otro no menor en su hermano. La premisa es que creen firmemente en la existencia del alma, y en el carácter profundamente pecaminoso que la entrega comportaría para la de la entregada. Tampoco es menor la papeleta del Duque, que asiste a todos estos acontecimientos disfrazado de fraile. Tenemos: A) Un tipo que cede a la lubricidad que consideraba pecado nefando. B) Una joven que llega a la dramática decisión de salvaguardar su alma en vez de la vida de su hermano. C) Un joven que llega a la no menos dramática situación de suplicar a su hermana que entrega su virginidad, y ponga en peligro su alma, para salvarlo. D) Un gobernante honesto que asiste al espectáculo de la depravación de quien consideraba un fiel servidor. Por no hablar de lo que les toca a otros personajes secundarios. Menudo tomate.



Dicho en otras palabras, un Shakespeare de tomo y lomo, ni más ni menos. Como ha dicho Donnellan -y otros muchos, entre los que humildemente me encuentro- contiene algunas de sus mejores escenas. Aunque haya por ahí quien lo ha definido como un texto "correcto" (!) y "menor" (!!). Claro, que es el mismo que ha dicho que oír en ruso un texto inglés renacentista sobretitulado en español provoca un desconcierto tal que impide prestar atención a la declamación. Olvídenlo, el comentario más oído a la salida era sobre el curioso efecto que, a la media hora de función, hace que a todo el mundo le parezca estar entendiendo el ruso. Y corramos un piadoso velo sobre la "corrección" del texto. El texto es una maravilla.


La escena más horrible y más hermosa: Isabella y
su hermano Claudio.
¿Por qué se le ocurriría a Shakespeare que estos mimbres dieran lugar a una comedia? Hagámonos una pregunta anterior a ésta: ¿Es una comedia? La llamamos comedia sólo porque termina bien, todo lo demás es drama. Es más: es un drama que, por momentos, parece avanzar inexorable hacia la tragedia. Está ubicada, probablemente, después de Hamlet y Otelo, así que no podemos decir que William no supiera escribirlas. Incluso el título, de reminiscencia evangélica, parece más de tragedia que de comedia: Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido (Mateo, 7: 2). Echen un vistazo a los títulos de las comedias shakespearianas y verán que no hay parentesco. En cualquier caso, así la dejó su autor, añadiendo el final contrastante al resto de enormes dificultades que su montaje encierra.

Y en esto llegó Donnellan. Donnellan y este grupo de actores tocados desde el más allá por el dedo del bardo, que no sé el tiempo que se habrán pasado diseccionando con el bisturí hasta las comas para encontrar una justificación plausible -ojo: y reconocible en la interpretación- a cada una de las palabras de cada uno de los personajes. Porque dos son los momentos operativos en los que se divide la labor de representación. Primero hay que saber por qué cada cual dice lo que dice, algo verdaderamente endemoniado en las aguas revueltas de este torrente que es Medida por medida. Y después hay que saber interpretarlo, de manera que el espectador entienda lo que le pasa al personaje (única forma conocida de que entienda, en el sentido profundo del término, lo que dice). Como todo está bien en este montaje, y no voy a ponerme a hacer la lista completa de escenas de la obra, voy a subrayar tres aspectos.


Alexandre Flekistov (sólo lo encontrarán
si buscan 
Александр Феклистов)
1) Las gracietas. Vamos, confiésenlo. ¿Cuántas veces se han quedado sin entender las bromas de Shakespeare? O, ya que estamos, las de Lope. Cientos. Nos pasa constantemente. Lo hemos asimilado de tal manera que es algo que no tenemos en cuenta en el balance. Bueno, es teatro antiguo... Donnellan demuestra que es posible representar este teatro sin que las gracias queden desprovistas de gracia. Hacen falta tres cosas: una buena versión, un buen director y un buen actor. El autor de la versión no sale en los créditos del programa de mano (supongo que es él mismo), el director es superlativo y el actor que encarna al gracioso (Alexander Flekistov el enlace lleva a un página en ruso, pero Google se la traduce) es un prodigio, un tipo con un estilo interpretativo bien lejano del nuestro, con aires del centro y el este de Europa que aquí apenas hemos conocido a través de antiquísimas películas en blanco y negro. Resultado: las bromas se entienden. Ver esta función me ha iluminado un criterio que sobrevivía larvado en la profunidad de mi cerebro y que se me ha hecho explícito. Si no hace gracia, mejor cortar. ¿No se cortan laaaargos párrafos filosóficos? ¿Por qué no las gracias? ¿Porque son cortas?


Anna Halilulina. Comprenderán
que de virginal novicia resulte
turbadora.
2) El final. ¿En cuántas puestas en escena de teatro clásico han sentido que se iba todo a freír puñetas en esos últimos cuatro minutos en los que se arregla el mundo? Sí, cuando el que más manda empieza a coger a unos y otras de la mano para emparejarlos, y todos olvidan las preferencias, los celos y todo lo que había engrasado la trama, y parecen terminar felices y contentos. Lo hemos visto constantemente, y todos -los críticos los primeros- hemos recurrido a aquello de que la época oblogaba, y blabla, para justificar un mal final. Y lo seguiremos haciendo, al menos yo. Pues bien: llega Donnellan y nos demuestra que el lieto fine se puede hacer bien. Y no necesariamente a toda velocidad, ligerito, que no se note el artificio, que es como suele hacerse, sino que también es posible hacerlo funcionar pausaaadamente y con regodeo en todo lo que ocurre: perdones, revelaciones, peticiones de mano. Se puede, vaya si se puede. Durante el largo final no se movía una mosca en el María Guerrero, todo el mundo estaba suspendido de la acción. ¿A ver si estos finales van a ser la monda y es que ya nos los sabemos hacer? Ahora voy a soltar una expresión nauseabunda: dejo la pregunta en el aire.


Es muy guapo, pero resulta que
también es buen actor. Dios mío,
debe de tener algún horrendo
defecto escondido. Búsquenlo
como Petr Rykov y como
Петр Рyков.
3) Las licencias. Si me lee habitualmente quizá sepa a qué me refiero con "licencias". Son los elementos que un director introduce en contraste con el tono general de la pieza. Por citar un ejemplo reciente: Jugadores está interpretada de manera realista, pero en determinados momentos, entre escena y escena, los actores posan en el proscenio con música de fondo y efectos de iluminación. Esas cosas casan o no casan. Enriquecen o desmontan. Aquí hay una MONUMENTAL. No me refiero a los movimientos de conjunto, que son otra cosa de la que hablaré más abajo, sino al contrabajo. Al contrabajo de la foto de arriba del todo. El muchacho semidesnudo que lo sujeta es Claudio, en peligro de muerte (es también Petr Rykov, un tipo al parecer famosísimo en medio mundo por su belleza, del que no había oído hablar, pero que da perfectamente el tipo rubio de cartel del ejército soviético, para que me entiendan). De pronto, un contrabajo sale de detrás de los cubos rojos que constituyen la única escenografía, y él lo cabalga. Y yo, y toda la sala, pensamos: "Ay, Dios, que esto se va al garete". Entiéndanme: el contrabajo de marras no tiene la menor justificación lógica. El actor empieza a pulsar dos cuerdas (diría ahora tónica-dominante, pero no me hagan mucho caso) y la cosa nos sigue teniendo a todos en vilo. Y entonces... y entonces entra la música de fondo, de la que las notas pulsadas en pizzicato constituyen el bajo, la acción prosigue con todo el elenco bailando y... y se produce un subidón dramatúrgico de otros mil pares de narices. El resto de elementos extemporáneos se insertan también magistralmente: las escenas de sexo o muerte mimadas en el interior de los cubos cuando éstos se giran, el micrófono del final... 


Wiliam Hunt.
Una función de teatro es un acuerdo tácito entre el director y el espectador. El primero plantea al comienzo las reglas del juego. El segundo otorga en ese momento un margen de absoluta confianza: no le importa que Macbteh sea representado con latas de Coca-Cola con caritas pintadas o que en medio del relato dos docenas de señoritas bajen una escalera enseñando las piernas. Pero a partir del establecimiento de esas reglas, ya no hay misericordia: el resto debe ser coherente. Donnellan quiso montar esto con un elenco que está durante todo el tiempo en escena, en pie, y que se mueve en grupo de lado a lado del escenario haciendo una especie de escamotage. A y B terminan su escena, el grupo pasa por delante de ellos, que se integran en esa especie de banco de peces o bandada de aves con habilidad de prestidigitadores. La bandada sigue moviéndose, y cuando se retira son C y D, protagonistas de la escena siguiente, los que quedan a la vista, en la postura exigida para seguir la acción, otra vez en un efecto casi mágico. Durante los primeros minutos parece forzado. Una vez que la cosa rueda, parece tan natural como oírles hablar en ruso. Además de precioso, y de resultado de un trabajo que ha debido de ser complicadísimo.

En algún momento tendré que terminar esta crítica. Voy a acelerar. La escenografía, estupenda. La música, estupenda. El vestuario, estupendo, más estupendo a cada minuto que se reelabora el recuerdo en mi memoria y que vuelvo a ver las fotos. Pista: si quieren ver todas las fotos posibles, que estan muy complicadas de encontrar, vayan a la página del Teatro Pushkin y pinchen los nombres de los actores (están en cirílico, en una columna de la derecha). 


Andrej Kuzichev. Es un tipo con un físico
normal, pero consigue parecer
repugnante.
Los actores. Además de todo lo dicho, la función es un soberbio recital de interpretación. El que más me atrapó, Kirill Sbitnev era... ¡un sustituto! Me pregunto cómo será el original. Anna Halilulina es una fuerza de la naturaleza, habría que hacer una integral de las tragedias de Shakespeare y darle todas la protagonistas, a ver qué pasaba. El malo, Andrej Kuzichev, da auténtica grima, que es lo que tiene que dar. Flekistov se llevará todos los premios del público que se otorguen allá donde vayan. Rykov, con ese físico y sabiendo actuar... me pregunto qué haría Pandur con él.

Sáquense ya los billetes para irse a Estonia en octubre. Están programados allí.
 P.J.L. Domínguez

           

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