Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Lautaro Perotti, Bárbara Lennie y Santi Marín
Lautaro Perotti se reveló en España con el tsunami de La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir. Algo que no se olvida. Estaba superlativo allí, en un personaje con una leve deficiencia psíquica. Dirigió después Algo de ruido hace. La vi en la Pradillo, no sé si tuvo más vida, pero desde luego la hubiera merecido. Los intérpretes eran Santi Marín, con el que repite ahora, Eloy Azorín y la maravillosa Fernanda Orazi. El texto de Romina Paula, rodeado de esa neblina entre lo real y lo incomprensible de la que me ha tocado hablar recientemente a propósito de Lúcido y de La extravagancia / La inapetencia. Perotti salía airoso. No he pasado del primer párrafo y ya llevo "tsunami", "superlativo", "maravillosa" y "airoso". Prepárense, pero que conste que no conozco personalmente a ninguna de las personas que se van a citar en esta entrada.
El argentino se ha cocinado ahora un material personal a partir de dos obras en un acto de Tennessee Williams: No puedo imaginar el mañana (I can't imagine tomorrow, escrita para televisión; sí, para televisión, para una televisión distinta de la que vemos ahora, claro está) y Función para dos personajes (The two-character play). Estructuralmente más basado en la primera, e incorporando elementos de la segunda y algún material propio (creo, no tengo los textos a mano). Ambas obras son del período final de Williams, y poco tienen que ver con los títulos que asociamos de inmediato a su figura. La narración lineal ha desaparecido, es un teatro de atmósfera y, desde luego, de la incomunicación. Hay quien lo llama la decadencia de su autor. Opinen ustedes lo que les parezca; vista la función, ésa es la última palabra que se me ocurriría pronunciar. El invento de Perotti funciona: los caracteres están perfectamente delineados y la situación se sostiene.
Estos dos personajes parecen instalados en el dolor de vivir, en el dolor de amar, en el dolor. Un día antes (y por casualidad, como siempre) un personaje de Billy Wilder (Berlín occidental, 1948) me explicaba en la tele que la gente no puede soportar la conciencia constante del horror de las cosas, y que por eso se evitan y se olvidan las evidencias de ese horror. Pero, como sabemos todos, hay seres desgraciados que no son capaces de olvidarlas. Él es así. Ella parece un poco (sólo un poco) más dotada para enfocar una vida "normal". Le da consejos. Le orienta. Parece un ritual que se repite todas las noches. No vemos mucha salida. Son la viva imagen de la desesperación. Texto realista, tiempo real, espacio real, interpretación naturalista. Breve ejercicio para sobrevivir es una tajada de vida puesta a centímetros de la nariz del espectador. Tan real y tan cercana, que provoca una leve sensación de obscenidad, de estar asomado al sufrimiento ajeno como nunca es posible hacerlo: espiando desde dentro de casa.
Vi a Bárbara Lennie en La función por hacer y en Veraneantes, que le valieron general alabanza y, respectivamente, una nominación y un Max. No seré yo quien diga que no fueron merecidos, pero algo encontraba que no me terminaba de cuadrar en una gran interpretación. No sé ni explicarlo. Un aire de taller de actores, casi un exceso de técnica interpretativa, una actriz demasiado cool... o quizá simplemente el prejuicio absurdo respecto a una mujer demasiado guapa (como eso de que las rubias sean tontas). Bien, no me hagan caso. Esta mujer es la bomba. Cuando una interpretación realista se borda, crea a menudo la mágica sensación de recordarnos a alguien que conocemos. Yo he visto a una mujer así: presa de un dolor lacerante que la hace oscilar entre la desesperación y los frágiles arranques de superación; entre el deseo de causar dolor y el pavor de constatar que lo causa. Lennie no da punto sin puntada: no hay un solo gesto que no contribuya al efecto. No puedo decirles más, véanla.
Santi Marín, que ya estaba muy bien en aquella Algo de ruido hace, está a la altura. Tartamudea. Todo el tiempo. ¿Cómo no tartamudear demasiado? Bueno, lo ha conseguido. Igual fragilidad, impregnada además de dependencia. Llevamos veinte minutos viéndolos, y ya nos parece haberlo entendido todo. Si me leen, sabrán quizá que acostumbro a fijarme en los demás espectadores. En la escena final, las chicas que tenía enfrente estaban sobrecogidas, completamente entregadas a lo que estaban viendo, imbuidas del sufrimiento de esta pareja.
Es una sala minúscula y la cosa dura cuarenta minutos. Da igual: va a ser una de las funciones del año. Estos experimentos saltan a veces a un teatro, pero esto hay que verlo aquí, a ochenta centímetros de los actores. Y a ver si alguien espabila y pone a Perotti a dirigir más.
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1 comentario:
No comparto lo que escribes sobre Bárbara Lennie, a mí no consiguió conmoverme en la Portera. Eso sí, absolutamente de acuerdo contigo en que Fernanda Orazi es MARAVILLOSA.
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Ánimo, comente. Soy buen encajador.