miércoles, 29 de marzo de 2017

HE NACIDO PARA VERTE SONREÍR

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Santiago Loza Director: Pablo Messiez Intérpretes: Isabel Ordaz y Nacho Sánchez Duración: 1.20'
La función ya no está en cartel




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

INMERSIÓN

Messiez ya movía Todo el tiempo del mundo en regiones lindantes con el melodrama, para el que suponemos que los argentinos tienen una proverbial habilidad. Santiago Loza, también argentino, desarrolló en He nacido para verte sonreír una situación no menos proverbialmente melodramática: una madre se despide del hijo al que debe ingresar en un hospital siquiátrico. Messiez se arremanga y monta un melodrama con todas las de ley. Ojo, no pretende acongojar a base de bramidos de sceneggiata napolitana (y estoy pensando en Festen), sabe que en este género la congoja está a un milímetro de la carcajada. Como le piden los cánones, adoba el invento con música (un bolero, Bizet, Bach…) sin cortarse en la dosis. Y el invento funciona.

    Ordaz brilla como lo que es: una estrella de primera magnitud. Hay tal inmersión en el personaje, un buceo a tanta profundidad, que me pregunto cuánto tiempo le cuesta salir después a su propia superficie. La estrella blanca tiene a su lado a otro intérprete que, sin texto, emite una radiación tan intensa como la de un agujero negro. Nacho Sánchez se reveló en La piedra oscura y no precisa aquí de palabras para confirmarse. Director, escenógrafo e intérpretes han parido un montaje que me parece que planea bastante por encima del texto que le da cimiento.

Y alguna cosilla que no cabía allí:


1.- Como les digo siempre, la memoria, esa encantadora mentirosa, hace prodigios con lo visto en un escenario. Subraya esto, difumina aquello. Sería fantástico hacer un modelo animado de cómo se va construyendo el recuerdo que acaba fosilizado para siempre. La vi hace exactamente veinticinco días, y lo que emerge ahora con más fuerza es la sensación de que no se podía hacer más y mejor que lo hecho por Messiez. También es verdad que, si me ponen Los pescadores de perlas, ya está la mitad del camino superada.

2.- Puse "escenógrafo" y era "escenógrafa". Eso fue un simple lapsus calami (¿lapsus clavis?), pero fue mayor estupidez no nombrar a Elisa Sanz (pinchen aquí y encontrarán referencias a unos cuantos de sus trabajos, aunque por cosas del etiquetado saldrá en primer lugar ESTA entrada; sáltensela). La escenografía representa una cocina hiperrealista rodeada por un ramaje seco con el que se ha confeccionado también la gran lámpara suspendida sobre la mesa. Una referencia cristalina al nido en el que esta madre ha criado a su hijo y del que ahora lo expulsa. La lámpara coprotagoniza -con Nacho Sánchez y la música- el que es quizá el momento más impactante de la función: una prolongada escena muda en el que el muchacho se sube a la mesa para escudriñarla (la lámpara) con ojos de pasmo ante la novedad absoluta de lo que ve. Es como si su cerebro no fuera capaz de recomponer la información fragmentaria que percibimos del mundo, para dar el paso siguiente de reconocer y nombrar.

3.- Le dije a la salida a JM "este chico va a ser un gran actor". Respuesta: "Ya es un gran actor". En efecto. Como ocurrió en La piedra oscura -donde conseguía destacar en posición secundaria-, no hay discusión posible sobre el protagonismo de Ordaz en la pieza, entre otras cosas porque él ni siquiera abre la boca. Pero no es menos cierto que vuelve a revelarse como un intérprete de primer orden. Estos papeles que incluyen discapacidad (desde el grado mínimo de una simple tartamudez hasta los grandes desórdenes mentales, como es el caso) se prestan a composiciones apabullantes e invasoras. Suelen ser vía privilegiada a los premios. A mí -que debo de ser un raro- me resultan cargantes casi siempre, porque omiten que, muy frecuentemente, la discapacidad no es evidente todo el tiempo. Sánchez ha dado con la dosis perfecta. Supongo que no tardaremos mucho en verle hacer un gran protagonista.

4.- Hay un reloj bien visible, que marcha con la función. O sea: mide en tiempo real lo que la función dura. Esto es una proeza que sólo puede calibrar quien ha intentado hacer algo parecido. La madre hace continuas referencias al tiempo que queda para que llegue el padre, así que el asunto no pasa desapercibido. Es una apuesta arriesgada, porque estas cosas pueden despistar al espectador y salir muy mal, pero sale muy bien.
P.J.L. Domínguez
          

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