Sala: Teatro de la Comedia Autor: Lope de Vega (versión de Álvaro Tato) Directora: Helena Pimenta Intérpretes: Rafa Castejón, Joaquín Notario, Marta Poveda, Álvaro de Juan, Óscar Zafra, Nuria Gallardo, Alba Enríquez, Natalia Huarte, Paco Rojas, Egoitz Sánchez, Pedro Almagro, Alfredo Noval, Alberto Ferrero y Fernando Conde (piano: Olesya Tutova) Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)
Tiene narices que, de todas las que encuentro por ahí, la foto que más idea da de la
escenografía sea precisamente la de los árboles horrendos y el peor vestido de la función. En fin.
No está mal. Mejor dicho: está bastante bien. Pero no a la altura esperable. Un montaje de El perro del hortelano dirigido por Helena Pimenta tiene dos términos de comparación insoslayables: la película de Pilar Miró y La vida es sueño de la propia Pimenta. Ya estará alguien pensando que las comparaciones son odiosas. Es un lugar común casi siempre malinterpretado. Son odiosas para el comparado. Si alguien me compara a mí con -pongamos por caso- García Garzón y dice que él es mucho más ponderado, a mí la cosa me puede resultar odiosa. Pero al resto de la humanidad le parece un juicio por comparación, que es como lo conocemos todo. Los seres humanos conocemos por comparación desde un bocadillo de calamares hasta el amor verdadero. La Pimenta jugaba aquí, en primer lugar, contra sí misma: es muy duro haber dirigido una Vida es sueño que, probablemente, se convertirá en la referencia canónica para una generación. La vida es así, como diría un filósofo de trece años que conozco. Si yo voy mañana a un karaoke y lo hago bien, oiré a mis amigos decir toda la vida lo bien que canto. Si va Frank Sinatra redivivo y hace lo mismo que he hecho yo, le tiran tomates. Nadie juzga con el mismo metro al Real Madrid y al Deportivo Villaconejos. Este Perro del hortelano no hace honor a Pimenta, y creo que decir esto la deja mejor que cantar sus alabanzas.
Además, está la también inevitable comparación con la peli. Una película en la que Miró dejó dejó patente que la indiferencia de nuestro cine por los textos clásicos es inexplicable, y no me hagan explayarme sobre Kenneth Branagh. Tampoco sale bien parada esta versión escénica con esa comparación.
* * *
Hay aciertos, claro está. Yo también oí el marivaudage
puesto de relieve por la ambientación dieciochesca y agradezco que Garzón lo haya mencionado, porque lo atribuí a mi tendencia excesiva a encontrar relaciones de todo con todo. Es uno de los destellos interesantes de la propuesta, como el brillo de un cristal que gira y que refleja, en un instante, una luz inesperada. Como a él, a mí también se me antojó la escenografía de Sánchez Cuerda un eco luminoso de otra caja, aquella dramática: la de La vida es sueño; otro reflejo interesante. Marta Poveda (Donde no hay agravios no hay celos, La verdad sospechosa) está magnífica (la tienen en la foto). Siempre me lo parece, tengo debilidad por ella. "Llena la escena, la ilumina con una fuerte y hermosa energía", ha dicho Villán, y estoy de acuerdo. Pero ha dicho también que "habrá de redondear una voz que no la favorece demasiado". Por Dios, que no se le ocurra redondear nada. Esa voz, a veces deliciosamente quebrada, es una de sus grandes bazas. Poveda no gusta a todo el mundo, yo creo que por algo que el mismo Villán parece rozar cuando menciona su "tendencia involuntaria a la anulación del contrario". Creo que no eso. Creo que Poveda es una de esas grandes intérpretes que se llevan siempre el agua de cualquier función al molino de su propio estilo. Y hace bien, porque lo hace bien. Castejón, sin tacha. Hay que tener mucho cuajo para estar en tu sitio al lado del volcán Poveda. Para terminar esta lista de aciertos, el que más me gustó: la escena de Tristán engañando como a un chino al Conde Ludovico. Claro, el conde es Fernando Conde (no es un juego de palabras), y eso ayuda mucho. Está muy bien planteada, muy bien encajada, muy bien dirigida, y es de lo más difícil de la pieza. Donde mejor se integra Notario, me pareció.
puesto de relieve por la ambientación dieciochesca y agradezco que Garzón lo haya mencionado, porque lo atribuí a mi tendencia excesiva a encontrar relaciones de todo con todo. Es uno de los destellos interesantes de la propuesta, como el brillo de un cristal que gira y que refleja, en un instante, una luz inesperada. Como a él, a mí también se me antojó la escenografía de Sánchez Cuerda un eco luminoso de otra caja, aquella dramática: la de La vida es sueño; otro reflejo interesante. Marta Poveda (Donde no hay agravios no hay celos, La verdad sospechosa) está magnífica (la tienen en la foto). Siempre me lo parece, tengo debilidad por ella. "Llena la escena, la ilumina con una fuerte y hermosa energía", ha dicho Villán, y estoy de acuerdo. Pero ha dicho también que "habrá de redondear una voz que no la favorece demasiado". Por Dios, que no se le ocurra redondear nada. Esa voz, a veces deliciosamente quebrada, es una de sus grandes bazas. Poveda no gusta a todo el mundo, yo creo que por algo que el mismo Villán parece rozar cuando menciona su "tendencia involuntaria a la anulación del contrario". Creo que no eso. Creo que Poveda es una de esas grandes intérpretes que se llevan siempre el agua de cualquier función al molino de su propio estilo. Y hace bien, porque lo hace bien. Castejón, sin tacha. Hay que tener mucho cuajo para estar en tu sitio al lado del volcán Poveda. Para terminar esta lista de aciertos, el que más me gustó: la escena de Tristán engañando como a un chino al Conde Ludovico. Claro, el conde es Fernando Conde (no es un juego de palabras), y eso ayuda mucho. Está muy bien planteada, muy bien encajada, muy bien dirigida, y es de lo más difícil de la pieza. Donde mejor se integra Notario, me pareció.
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Pero la función tiene demasiados peros para poder decir que es una gran función. Aquí tienen una lista de lo que, a mi modesto entender, no se sostiene:
* La sobreactuación. Esto es lo peor, con diferencia. Menciona Villán "los primeros minutos un poco crispados" y yo creo que se queda muy corto. Los primeros minutos son insufribles, con todo el mundo fuera de quicio, como si comenzara una farsa. La cosa se apacigua en cuanto se quedan solos Poveda y Castejón, pero el tic reaparece por aquí y por allá. En este mismo apartado incluiría los repetidos mohínes de desaprobación de Anarda. Nuria Gallardo clava el estilo, pero -lamentablemente- es el estilo de un género distinto al que la puesta en escena parece pretender.
* La sobreactuación. Esto es lo peor, con diferencia. Menciona Villán "los primeros minutos un poco crispados" y yo creo que se queda muy corto. Los primeros minutos son insufribles, con todo el mundo fuera de quicio, como si comenzara una farsa. La cosa se apacigua en cuanto se quedan solos Poveda y Castejón, pero el tic reaparece por aquí y por allá. En este mismo apartado incluiría los repetidos mohínes de desaprobación de Anarda. Nuria Gallardo clava el estilo, pero -lamentablemente- es el estilo de un género distinto al que la puesta en escena parece pretender.
* Notario. Actor indiscutible (aquí tienen lo que dije respecto a El alcalde de Zalamea), pero error de casting, no le cuadra el papel. ¿No hay papeles pequeños? Es posible que esa frase se aproxime bastante a la verdad. Pero, ¿y si el actor es demasiado grande? Permítanme la boutade: ¿y si es hasta físicamente demasiado grande para el papel? ¿Puede un intérprete dar el tipo para Don Lope y también para Tristán? Pues tengo mis dudas. Dudas, y no certezas, porque llega a veces alguien que se ha pasado la vida en una cosa y de pronto hace otra en las antípodas y nos noquea, pero me parece que son pocas excepciones a la regla general de que o das el tipo o no lo das. Que se lo digan a los directores de casting, que viven exactamente de esto. Como decía el otro dia hablando de La mentira, nada de esto va con Notario, que no es responsable de que lo coloquen donde no le corresponde.
* El amor. No, no tengo nada contra el amor (bueno, según, todos tenemos días malos), pero deben saber que en esta función hay un personaje mudo que se pasea por el escenario en medio de la acción y que -como lleva los ojos vendados- todos identificamos con la personificación del sentimiento. Uno de los pocos símbolos que seguimos pillando al vuelo como si fuéramos público barroco. No vean lo que estorba. Además, es uno de esos añadidos que, tan frecuentemente, minusvaloran al espectador. Ya nos damos cuenta de cuándo está el amor en el aire, no hace falta verlo. He hablado de esta función con bastante gente. Les diré, en honor a la verdad, que la mayoría tiene una opinión general mejor que la mía, pero en esto del personaje mudo he cosechado un general rechazo.
* Los árboles. Esos árboles que ven en la imagen de arriba son una foto digna de la pared de uno de esos establecimientos franquiciados que venden helado o café. Horrorosos. No entiendo cómo se han podido quedar ahí sin que nadie haya advertido el espantoso efecto plastiqué.
* Los pétalos. No tengo nada en contra de la reutilización de un recurso visto miles de veces, las buenas ideas funcionarán en el escenario hasta el fin de los tiempos. Me refiero a la lluvia de pétalos. Pero es que está metido con calzador y subrayando lo que menos se espera uno que se subraye: un momento sin demasiado relieve de la trama secundaria. Pasmo general, me pareció.
* Último apartado para algunos elementos que no llevan mal camino pero se salen en una curva. El vestuario funciona, pero no falta alguna pieza simplemente fea (como el vestido ese ya mencionado en el pie de foto más arriba o el curioso atavío de Amor). La aparición de las máscaras, mejor olvidarla. Otro disparo en la línea de flotación de la dignidad del montaje. Resulta que salen enmascarados a la veneciana y se ponen a bailar a... ¡Piazzola! Hasta ese momento, la música (un piano en off) ayudaba, pero ahí alguien parece haber perdido el oremus.
* El amor. No, no tengo nada contra el amor (bueno, según, todos tenemos días malos), pero deben saber que en esta función hay un personaje mudo que se pasea por el escenario en medio de la acción y que -como lleva los ojos vendados- todos identificamos con la personificación del sentimiento. Uno de los pocos símbolos que seguimos pillando al vuelo como si fuéramos público barroco. No vean lo que estorba. Además, es uno de esos añadidos que, tan frecuentemente, minusvaloran al espectador. Ya nos damos cuenta de cuándo está el amor en el aire, no hace falta verlo. He hablado de esta función con bastante gente. Les diré, en honor a la verdad, que la mayoría tiene una opinión general mejor que la mía, pero en esto del personaje mudo he cosechado un general rechazo.
* Los árboles. Esos árboles que ven en la imagen de arriba son una foto digna de la pared de uno de esos establecimientos franquiciados que venden helado o café. Horrorosos. No entiendo cómo se han podido quedar ahí sin que nadie haya advertido el espantoso efecto plastiqué.
* Los pétalos. No tengo nada en contra de la reutilización de un recurso visto miles de veces, las buenas ideas funcionarán en el escenario hasta el fin de los tiempos. Me refiero a la lluvia de pétalos. Pero es que está metido con calzador y subrayando lo que menos se espera uno que se subraye: un momento sin demasiado relieve de la trama secundaria. Pasmo general, me pareció.
* Último apartado para algunos elementos que no llevan mal camino pero se salen en una curva. El vestuario funciona, pero no falta alguna pieza simplemente fea (como el vestido ese ya mencionado en el pie de foto más arriba o el curioso atavío de Amor). La aparición de las máscaras, mejor olvidarla. Otro disparo en la línea de flotación de la dignidad del montaje. Resulta que salen enmascarados a la veneciana y se ponen a bailar a... ¡Piazzola! Hasta ese momento, la música (un piano en off) ayudaba, pero ahí alguien parece haber perdido el oremus.
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En fin, vuelvo al comienzo: es una bonita versión, el espectáculo se deja ver, pero yo no encuentro por ninguna parte la gran función que se podía esperar.
P.J.L. Domínguez