lunes, 21 de septiembre de 2015

WINDERMERE CLUB

Sala: Teatro Fernán-Gómez Autor: Óscar Wilde (versión libre de Juan Carlos Rubio de El abanico de Lady Windermere) Director: Gabriel Olivares Intérpretes: Natalia Millán, Susana Abaitua, Teresa Hurtado de Ory, Javier Martín, Emilio Buali y Harlys Becerra Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Harlys Becerra, Natalia Millán y Susana Abaitua


No es que haya nadie que lo haga rematadamente mal en Windermere club. Pero Juan Carlos Rubio, cuyo talento está fuera de duda desde Las heridas del viento, dice en el programa de mano "no me interesaba la época victoriana, no me interesaba el discurso sobre la moral y las buenas y malas mujeres, no me interesaban algunos personajes que reflejaban un estilo y un momento definitivamente obsoleto", y ya vamos mal. Por una parte, no es completamente cierto que no le interese: toda la función está taladrada por la clasificación de las mujeres en buenas y malas. Y es, toda ella -tanto en el original de Wilde como en la versión de Rubio- un discurso moral. No en vano gira sobre el acto de bondad cometido por alguien que, hasta ese momento, es presentado como el paradigma de lo peor (hizo lo peor que una mujer puede hacer, incluso en 2015: abandonar a su hija; aparte de irse con... catorce hombres, como Katy se apresura en detallar). 




Esto de las malas y buenas mujeres es tan central en la obra que basta un vistazo a la wikipedia para enterarse de que dos de las versiones cinematógraficas se titulan Historia de una mala mujer, una, y A good woman, la otra. El tema -eso que nos enseñaban a mencionar en primer término en los análisis de textos del bachillerato- no es otro que las relaciones entre la bondad y las conductas rechazadas socialmente o, en otras palabras, la posibilidad de que un apestado sea buena persona. Vamos, talmente La dame aux camélias (cuarenta y cuatro años anterior a nuestra pieza, tienen a Greta Garbo en la foto) o Boule de suif (doce años anterior). El cine calcaría después en innumerables ocasiones el tipo de la antiheroína que se sacrifica al final para que el chico se vaya con la buena. En el caso de las mujeres -siglos de discriminación obligan- la mala es casi siempre una perdida, una mujer que se va con un hombre (o con catorce, para eso es una perdida) que no se le había asignado, una transgresora de la moral sexual. 

Pero lo que Rubio diga al definir lo que hay o no hay en su propio texto no es lo que nos importa. Un artista puede decir lo que quiera sobre su obra (a veces, eso que dice es parte de la misma, por lo menos desde Dalí y Warhol), aunque lo más habitual es que no acierte mucho. Lo que lastra la función desde su origen es que el intento por sacarla de su asfixiante ambiente original deja al drama sin sustancia. Me explico. 

Mrs. Erlynne (madre de Lady Wintermere) abandonó a su marido y a su hija hace veinte años. Tan abominable crimen fue castigado con la damnatio memoriae: fue completa y definitivamente expulsada de su círculo social y de su familia, y su hija creció creyéndola muerta. Como en Pakistán ahora mismo, salvado el ácido. El ácido parece ser un medio muy popular para ejercer violencia contra las mujeres en la península del Indostán, pero no vayan a creer que la Inglaterra victoriana se quedaba muy atrás, basta que recuerden a Jack. En definitiva, Mrs. Erlynne pudo considerarse afortunada por salvar el pellejo a cambio del ostracismo, de ser una apestada, una puta (Santiago está a punto de pronunciar la palabra, pero Sara le cierra los labios) con la que ninguna mujer decente estaría dispuesta a mantener una simple conversación. Esto es lo que se jugaba la que se atrevía a meterse en una cama prohibida. Esto es lo que subyace bajo La regenta, Madame Bovary y Ana Karenina. ¿Tengo que recordarles los agradables finales de las tres? 

Y de esto es de lo que Mrs. Erlynne quiere salvar a su hija. Y por eso está dispuesta a sacrificar la vía de regreso a la aceptación social que había diseñado cuidadosamente. Y por todo esto le dice Natalia Millán a Susana Abaitua, en la escena más conseguida del montaje: "estás al borde del abismo". Y miente. Ella sabe que miente, y todos sabemos que miente. Porque una mujer que deja a su marido en el Windermere Club de Miami en 2015 rehace después su vida (como dirían en Sálvame) sin que nadie le vaya a decir a su niño que murió y no le permita volver a verlo en lo que le quede de vida... etc. Este abismo es, frente al abismo que se abría a los pies de Lady Wintermere, un abismito, un abismín de nada, una amenaza insignificante -la de una catástrofe sentimental- que le roba a la pieza toda su grandeza y -lo que es más- el espectacular contraste entre lo dramático del fondo y lo liviano de su tratamiento, que es característica central del estilo de Wilde. Él mismo terminaría experimentando en sus propias carnes lo que suponía transgredir los códigos de una sociedad machista e hipócrita sin guardar las apariencias debidas: de dandy liviano a presidiario aplastado por el peso del rechazo social.


En Pequeñeces, el Padre Coloma no vio necesario que la sociedad se tuviera que molestar en alejar a la mala de su hijo.  Llega la justicia divina y el niño se ahoga, hala. Dumas hijo, el autor de La dama de las camelias, fue apartado de su ilegítima madre.

¿Era posible trasladar a los Wintermere al Miami de 2015? Por supuesto, siempre que se mantuviera la envergadura de la amenaza. Miren West side story, un Romeo y Julieta en Nueva York y en 1957. ¿Por qué se sostiene? Porque los protagonistas son tan cafres como los originales, y sabemos desde el primer momento (como en Shakespeare) que aquí puede correr la sangre. Avancemos en el tiempo: Hey boy, hey girl. Aquí no sólo los personajes son tan descerebrados como para haberse metido en este engranaje diábolico del reality, sino que la presencia aplastante del monstruo mediático hace -como dije en su día- que la certeza del final trágico esté siempre ahí al fondo. Claro que Windermere Club ha intentado algo parecido con la reportera chismosa y su columna en el Herald, pero no es suficiente. Habla Vallejo de "la temida reacción visceral de su esposo" (Lord Wintermere / Santiago / Harlys Becerra), pero a mí me parece que, para mantener el nivel de presión del texto original, su reacción tendría que estar mucho más cerca de la navaja o el estrangulamiento, aunque entonces la función sería otra, y no el amable pasatiempo que es. Ese exquisito equilibrio que Wilde guarda, decíamos, entre el fondo del drama y el ligero envoltorio de comedia de salón necesita de esa sociedad victoriana que a Rubio no le interesa o de un equivalente capaz de hacer el mismo daño, de desgarrar las vidas de los transgresores con la misma eficacia que aquélla. Y en esta versión no hay nadie dispuesto. Katy, la reportera, es noqueada por la perdida en menos de un minuto. El marido celoso tira más a gatito desvalido que a maltratador.
* * *
Si añadimos a todo esto que

(ATENCIÓN, SPOILER)

el final está alterado para que todos sean felices y coman perdices, que los personajes están dibujados sin mucho matiz e interpretados, sobre todo los secundarios, como personajes cómicos de carácter, y que todo está bañado por una pátina de anécdota amable, lo que resulta es una comedieta sin mucha sustancia, sin que llegue a tener tampoco mucha risa. Con algún detalle incomprensible, como que la dirección haya ubicado a Javier Martín en un lugar cercano a Cantinflas -no exagero- de manera que sólo la habilidad del actor consigue encajar a su personaje a duras penas en el grupo. 

También hay alguna escena lograda: el diálogo final de Santiago y Sara y, desde luego, la escena central entre Natalia Millán y Susana Abaitua. Es como si las dos se dijeran, "al fin solas y tranquilas, vamos a actuar, que es de lo que se trataba". Todo lo que dice Millán, una mujer con el glamour incorporado de serie, eleva un poco el tono general de la función, que queda bastante por debajo tanto de la actriz como del personaje, un personaje rodeado por un aura de elegancia, perdición, sabiduría... que exige un entorno de cierto nivel para resplandecer. Es como esperar que Ava Gardner brillara en Aída, ya me entienden. 


Y a Susana Abaitua estaba esperando volver a verla desde una maravillosa prostituta que encarnó en Naturaleza muerta en una cuneta (la tienen en la foto, con Raúl Prieto). Está aquí ingenua, adorable, tierna... como tiene que estar. Espero verla más a menudo, me parece que tiene talento para intentar cualquier cosa.

Los demás están bien, ya les he dicho al comienzo que nadie ha hecho nada muy mal. Lo que no tira es el invento en su conjunto.
P.J.L. Domínguez
          

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