viernes, 25 de septiembre de 2015

EL MINUTO DEL PAYASO

Sala: Teatro Español Autor: José Ramón Fernández Director: Fernando Soto Intérprete: Luis Bermejo Duración: 1.10'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

El payaso espera el momento de salir a escena. Reniega, se cambia, sigue renegando. Entre esto y aquello nos cuenta algo de su vida, del chino de Burgos, de cómo Miliki tiene la culpa de que dejara de hacer de Augusto y, por tanto, de todo. Es un hombre amargado, guarda rencor a su padre, al jefe de pista cuya voz llega por unos altavoces. Se superponen los tics del neurótico y los toscos ejercicios de preparación. Un poco exagerado, piensa uno al principio, quizá demasiada contractura gestual y emocional.


    Pero hay que dejarle avanzar por esa vía del tipo avinagrado y… por las salidas que de pronto se abren a otro mundo: ¿ahora nos ve? ¿nos habla? ¿la pieza ya no es sobre un payaso sino la actuación de un payaso? Va emergiendo un gran monólogo enmarcado por la delicada escenografía de Boromello. El texto es, quizá, lo mejor que conozco de su autor. Bermejo se desata en la escena del plátano (para mí el plátano,  para ti el kiwi) o en la de la guitarra (shoooort / ¡déjate hacer! / Maricarmen sácame de aquí) y grita con el público “¡Papá Pancho!” en una invocación colectiva al espíritu de Jardiel. Antes desfilan, explícitos o implícitos, Grock, Charlie Rivel, Zampabollos, Viyuela, Chiquito o Gurruchaga. A Bermejo le van a pedir esta función, que nace siendo un clásico, durante el resto de su vida.

Y lo que no cabía allí:

1.- Me gustaría saber en detalle hasta dónde llega el texto y dónde comienzan los vuelos que intérprete y director han emprendido aquí y allá. Debería hacerme con él y leerlo, claro está, pero cada vez que empiezo a pensar en cuándo tendré tiempo, termino llegando mentalmente a la jubilación. Incluso eso me parecería aceptable, pero ya saben lo que dicen: en la misma tarde del día en que uno se jubila, no consigue recordar ni una sola de las cosas que se había propuesto hacer. 

Sería un monólogo decente aun quedándose en el relato estándar que este señor nos hace de sus desventuras. Decente, recogido, con un cierto aire neorrealista a base de altavoz retro y andanzas circenses (el circo tiene siempre un no sé qué de neorrealista, hasta en Zampo y yo, de la que recuerdo sobre todo unos solares vacíos en la periferia sesentera de Madrid, paisajes muy De Sica, emparentados con el mencionado altavoz, la tablilla y el baúl de este escenario). Pero llegan los vuelos, y la altura del espectáculo sube de golpe. Creo recordar que el primero arranca cuando ese tipo, supuestamente solo en el sótano de un teatro, empieza a quejarse de tener que ignorar nuestra presencia. Para ser exactos: de que alguien (será el director) le insiste en que nos ignore... pero que nos incorpore. Jerga y quejas tópicas de actor. No sabemos si del actor Bermejo, porque las ha puesto él, o de un segundo personaje (el actor que encarna al payaso), porque ya estaban en el texto de Fernández. 

Creo también recordar que el siguiente vuelo comienza con la merienda. El payaso saca un plátano y un pulcro trapito para usar de mantel sobre el baúl, y ahí deja de ser ese tipo, profesional del circo, que está esperando a que le llamen a escena y comienza a comportarse como si estuviera ya actuando, en registro de payaso, con los comentarios sobre lo monísimo que es el trapo y lo mucho que le gusta el plátano (pa´mí) y lo poco que le gusta el kiwi (pa´ti). Y, ya al final, llega el vuelo estratosférico que mencionaba en la crítica en papel y que me dobló en dos de risa. Piensa uno "¿Este estupendo payaso es el mismo tipo de Maridos y mujeres, el mismo de Jugadores?" "Eso es un actor", estarán pensando, "alguien que cambia como los camaleones". Vale, lo que quieran, pero me sigue maravillando, por eso sigo yendo al teatro.

2.- Boromello demostró ser una excepcional escenógrafa en El señor Ye ama los dragones...

[Me paro aquí. Estaba pensando si contarles algo horrible que me ha sucedido mientras redactaba uno de los párrafos anteriores y había decidido que no, que esto es un blog de teatro. Pero aparece ahora casuamente El señor Ye, un maravilloso alegato contra la xenofobia, y es como si el azar me exigiera que se lo contara. Así que lo haré, más abajo.]

Todo aquella abundancia en lo extenso -gran escenario, larga pasarela, enorme pantalla- y lo intenso -minuciosa recreación de los salones de las protagonistas- se convierte aquí en unos pocos trazos de ambiente: altavoz, tablilla, baúl, silla, tiros con sus contrapesos. Acierta otra vez.

3.- El público, que cree asistir a un monólogo en el que se estará calladito en su asiento, termina por gritar una y otra vez "¡Papá Pancho!" (léase papapancho), espoleado por el payaso, que va entrando,  arrebatado por la musa, en un trance digno de un freneticlop en los últimos minutos. Esto es nada menos que una cita de Cuatro corazones con freno y marcha atrás de Jardiel y, por tanto, toda una declaración de principios. En este  enlace se encontrarán a Amparo Baró, que se lo pone en contexto. Cualquier cosa que se coloque bajo el amparo de Jardiel (y de Amparo, toma calámbur) tiene mi bendición, aunque a esas alturas ya estaba yo entregado. Le he visto a Fernando Soto esto y la estupenda Constelaciones, que se repone ahora en los Luchana, así que convendrá no perderlo de vista.

4.- Saben que me gusta andar buscando coincidencias entre las cosas que comparten cartelera. El texto de José Ramón Fernández hace referencia a la capacidad del payaso (y, por extensión, del espectáculo, diremos) para hacer olvidar las miserias de la vida que queda fuera. Ya saben, entrenerse, que al fondo siempre está la muerte, como diría Cortázar. Eso mismo ocurre en Reikiavik, en la que los dos personajes huyen de la vida (y de la muerte) en un rincón de un parque. Antes o después hay que regresar, pero que nos quiten lo bailao. Miren ustedes por dónde, yo voy a regresar ahora mismo. Quien quiera, que me acompañe.


AQUÍ SE ACABÓ EL TEATRO
(lo que sigue es otra cosa, si sólo le interesaba la crítica, sálteselo)

Me he ido un rato a escribir esto al bar del Pavón. Muchos de ustedes lo conocerán, porque ha sido durante años la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (el Pavón, no el bar). Hasta hace muy poco tenía un aspecto convencional de bar de siempre, tirando a cutre. Ahora se ha convertido en uno de esos lugares hipster, con wifi y decorados entre vintage y chamarilero. En ese barrio de progresía y tolerancia, en ese bar con una media docena de modernos (ordenadores portátiles, gafas de pasta), ha entrado la china del modestísimo negocio de enfrente. Una mujer de mediana edad, pequeñita, muy amable, que apenas habla castellano. Las que lo hablan son sus hijas, pero hoy no estaban. Ha entrado, porque -según he deducido- el camarero que atendía la barra había ido antes a comprarle algo, y no se habían entendido. Insisto: ha tenido la amabilidad de desplazarse. Como, al parecer, tampoco se entendían ahora, el camarero (medio metro más alto y quince años más joven que ella) se ha puesto a gritar como un energúmeno que cómo se puede alguien permitir tener una tienda y no hablar ni palabra de castellano. La señora se ha retirado del bar sonriente (!) y confusa, aguantando el torrente de improperios, que ha seguido soltando el camarero incluso después de que ella se ha ido. El resto de clientes ha mirado con un aire sorprendido, pero no ha dicho nada. He pagado y le he afeado la conducta.  Aunque se me ha olvidado decirle que esa señora puede ser perfectamente tía, o prima, de la excelente actriz china de El señor Ye, que es amiga de mi amiga D., o de la encantadora pareja que regenta el restaurante que frecuento en la Plaza del Ángel o de Pascal, el amigo chino de mi hijo que tiene nombre de filósofo francés. Supongo que le hubiera importado un bledo, pero he decidido escribir estas líneas (las primeras que no son de teatro en este blog) no por una militancia social que no practico, sino por ellos. ¿Qué es este asqueroso acuerdo general que recluye a "los chinos", así, en general, en el último peldaño de la consideración social?

Y me he vuelto a casa arrastrando el alma entre los pies, porque cada vez que asisto a un comportamiento de este tipo, en el que mis congéneres hacen alarde de una violencia verbal que uno imagina fácilmente transformándose en otra cosa si las circunstancias ayudaran, me dan ataques de impotencia y descorazonamiento. El domingo tuve primero una bronca con un amigo que llegó a asegurarme que "los chinos" gozan de una legislación específica que les hace tributar menos que los demás en los comercios que abren aquí. Abrió Google y descubrió en menos de un segundo que es una falacia como un piano (ya saben, los judíos comen bebés recién nacidos, etc.). Nos sentamos luego en la terraza de un bar, donde le tocó ser víctima a una florista (casualmente, latinoamericana) a la que dos energúmenos gritaron a placer, porque ella se quejó de que su perro le había destrozado una planta. Todo esto es xenofobia, así, con todas la letras, y si no nos quejamos en voz alta cada vez que veamos que asoma su pata negra, tendremos nuestra parte de culpa el día que se desboque. Ah, y nos tocará a todos: todos somos extraños para alguien.
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

silvia padrón dijo...

Adoro tus comentarios, los leo con deleite, todos, aunque luego solo veo un 10% de las obras. Iría a más pero a mis amistades solo les propongo las comerciales. No quiero líos. Esta la voy a ver seguro. Mañana tengo entradas para Bajo terapia que me negaba a ir hasta que leí tu crítica y al día siguiente ya las había comprado. Ví q estrenaban una de Arrabal y me interesé justo hasta que leí tu crítica y desistí.

Me pareces un crítico muy honesto, porque explicase perfectamente por qué no te ha gustado algo y luego siempre encuentras una mínima luz en cada espectáculo.

Lo que me parece triste es que tu crítica de la Guía del Ocio sea tan escueta y tan simple y que tengamos que entrar aquí para deleitarnos en el conocimiento de un profesional. Ya, no me digas, te piden tres líneas y facilitas a ser posible. Es la sociedad que tenemos, lo quiere todo rápido y fácil.

Menos mal que tenemos este refugio.

Por cierto, soy la privilegiada a la q mencionaste en tu primer crítica esta temporada en twitter.

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